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Del ruibarbo a la remolacha y de los ceps (o setas calabazas) a las granitas artesanas, entre sorbete y granizado. Las colas son indicativas y en la calle Sèneca siempre hay un reguero de gente esperando en la puerta de 'Parallelo'. Podríamos ir a esta heladería a comer cualquier helado "tradicional", pero si te pierden los sabores punk –¿helados con sabor a verduras o raíces?–, este es tu sitio. ¿Recuerdas el helado de endivia de Carme Ruscalleda en 'Sant Pau'? Todo es posible.
"Para el restaurante vegano 'Rasoterra' hacemos un sorbete de garbanzos", detalla Matteo Reggio, socio y fundador junto a los también sanremeses Marco Giancaterino y Francesco Guerrucci. ¿Te gusta la calabaza? En octubre puedes probarla con crema de mantequilla salada y salvia. En febrero incluso se atrevieron con un helado de alcachofa del Prat y en noviembre hacen su "clásico" con ceps.
Con la canícula te puedes dejar tentar por el sorbete de mango Kent, albaricoque, chipotle ahumado, tajín, sal y lima, aunque el que realmente triunfa es el helado de pistacho de Lleida (homenaje a la artesanía heladera, sin medio atajo). "Nos llega crudo, lo tostamos al horno, lo hacemos pasta y lo añadimos a una base con leche y nata fresca de un pequeño proveedor", explica Reggio. Las granitas (elaboradas según la receta siciliana más antigua) son también marca de la casa. La tradicional, con almendra marcona cruda, la de albaricoque o ciruela kilómetro cero y, para los coffeelovers, una con café de especialidad infusionado con menta (en colaboración con SlowMov). Al entrar y pisar el suelo de mosaico, vuestra vista se dirigirá inmediatamente a su carrito blanco de helados vintage (campanas metálicas impolutas incluidas), en el mismo centro de la tienda.
Pistachos de Bronte, avellanas de Nebrodi, almendras de Noto, cerezas amarenas del Etna… en su heladería y pastelería 100 % artesanal –la madera y las paredes con dibujo hidráulico son el fondo perfecto para cualquier foto foodie–, Nuncio Cona (chef del restaurante 'Tapas 2254' de Barcelona) rinde tributo a Sicilia, la isla más grande del Mediterráneo, transformando sus sabores en formato helado. Para los que busquéis un extra de golosidad, el brioche siciliano –puede ser planchado o sin planchar, con relleno de helado o bien con crema pastelera– y la paffutella (suave bollo de leche típico de la zona) os saciarán las ganas de embarcaros en un Grimaldi Lines.
"Muestro la gran despensa y la cultura heladera de mi isla. El helado es un producto común para todo siciliano, que desayuna con granita y brioche", explica Cona. Sus helados, con un 30 % menos de azúcar mantienen la cremosidad "con un control estricto de la temperatura", detalla tras el mostrador de última tecnología de su local.
Casi cuesta creer que los helados de Mateo y Rita Merella solo tengan entre un 7-8 % de materia grasa y que muchos sean veganos. Era la asignatura pendiente en Barcelona, pero poco a poco, muchas heladerías trabajan con leche vegetal y dan un alegrón en forma de gélidos lametones a los celíacos. "En nuestra pequeña tienda especializada en sorbetes o cremas con bebida de arroz solo servimos tarrinas o cucuruchos aptos para celíacos", detalla Merella.
En la principal, los sabores tradicionales compiten en la vitrina con helados de especias, la marca de la casa: el de infusión de cúrcuma con romero y mandarina, el de coco con infusión de menta y cilantro, el de chocolate con leche en infusión de lavanda, el de nata miel y azafrán o el de dátiles con cardamomo y naranja confitada.
Mateo indaga sobre nuevos sabores en los mercadillos londinenses –su otra ciudad fetiche–. Entre las últimas apuestas, un jugoso helado de ricota con ajo negro y naranja confitada, el de sésamo negro con jengibre, el de almendra con violeta y el de choco blanco con pimienta penja volcánica del Camerún. Tened cuidado de no pasar de largo cuando callejeéis por el Born: la del letrero blanco, el banquito para dos a la izquierda de la puerta y las colas perpetuas en la entrada.
Al poco de reabrir puertas (y cambiar de ubicación) es ya una de las sensaciones del verano en el barcelonés barrio de Gràcia. Potos y cintas reptan por el techo de la heladería y, anclados a la pared de obra vista, un par de tucanes nos ponen en aviso: "Bienvenidos a Colombia". Las recetas veganas ocupan media vitrina –aúpa esa huida del lacticocentrismo–, pero la magia aquí reside en los sabores tropicales. La dueña es colombiana, así que domina el terreno guayabas, papayas y maracuyás. ¿Alguna fruta distinta? El lulo, típica de Cali de donde Natalia Rodríguez es oriunda.
Su formación en pastelería da a sus helados y sorbetes una fineza de restaurante: sorbete de piña y lulo, helado de lúcuma peruana, helado de guanábana, tamarindo… "también experimento con frutas de aquí, pero me encanta aplicar la técnica italiana a frutas que he comido desde niña intentando crear helados lo más sanos posible. En los sorbetes, por ejemplo, es básico que haya un 40 % - 50 % de fruta", aclara la heladera. El helado de queso con mermelada de guayaba (dulce típico de Latinoamérica) es un best seller este verano por algo.
Quizás, con la vuelta a lo sencillo, este año valoraremos más los productos que se cultivan cerca, también para refrescarnos el gaznate. No es un secreto: media Barcelona adora los helados de Massimo Pignata. Detrás de su mostrador con aire de cafetería sesentera acaba los helados que sirve generosamente a pala. Están escondidos en cubos metálicos hundidos en un mármol blanco siempre impoluto, color que preside todo el obrador. Uno no sabe si va a pedir un helado o le van a enseñar una joya Cartier.
Ahora, ha potenciado su gama de helados con productores kilómetro cero: fresas del Maresme, sorbete de manzanilla de Menorca (ecológica super aromática y nada dulce) y almendra marcona de Mallorca, chocolate con cerveza de castaña del Montseny (con algarroba de la zona en lugar del chocolate) o melón blanco del Ordal con yogur del Bages y menta. "A veces, de mi terraza personal", confiesa el heladero turinés, y añade: "Seguiremos con la remolacha (Ordal) con frutos rojos de temporada (dos paradas de productos de cercanía del Mercat de la Concepció), con la calabaza de potimarró con mantequilla tostada (del Gironés)". Puedes echar un cable a los productores locales mientras te lanzas con uno de los helados 100 % artesanos más populares de Barcelona que, además, quedan de lo más instagrameables.
Aunque esta es una ruta de helados, los que tengan predilección por las galletas encontrarán su paraíso redondo con topping de helado incluido en 'Cookona'. Las cookie dough (masa de galleta para comer en crudo) llegaron hace tres años a la ciudad, y se han quedado. Sabrina Trier es honoris causa en el tema. Desde su obrador artesanal de aire nórdico las prepara de todos los tamaños posibles a diario y desde cero. Momentáneamente, han dejado a un lado su famoso sándwich helado de cookies —que es como rizar el rizo a la No Operación Bikini—, pero las creaciones que desafían la gravedad siguen. Desde su sencillo mostrador de madera de roble contra una pared de azulejos blancos brillantes un neon advierte: Dont touch my cookie.
Pecados gélidos como el special cookie de relleno caliente, al que se le añade la bola de helado al gusto encima, y, para rematar, hot fudge (chocolate caliente) –"siempre ofrecemos gratis ponerlo encima, si el cliente quiere", señala la repostera– siguen ahí para recordarnos que, en cuestión de arte heladero, casi todo es posible.
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