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Barcelona es una meca gastronómica y poca duda cabe de ello: los hermanos Adriá, Gaig, Arola, Abellan, Manresa, el desaparecido Santi Santamaria, Fermí Puig, Ismael Prados, los Roca (aunque Girona quede un poco más lejos)… la lista es interminable. Sin embargo, ante la tentación de rascarse la cartera para disfrutar de la nueva (o la vieja) escuela del buen comer catalán, existe otra opción, igualmente sabrosa, más económica y -seguramente- más transversal: el bocadillo
La primera parada debería ser 'Entrepanes Diaz' (Calle de Pau Claris, 189), en el corazón del kilómetro de oro que traza el passeig de Gràcia, y conocido por una deliciosa particularidad: sus empleados sobrepasan los 50 años de edad porque así lo quiso el jefe. Rafa, Baldo o Jorge, representan al camarero de toda la vida, el profesional que atiende con sonrisa de metro y medio.
Con eso y un 'Antxon', el bocadillo estrella de la casa, es imposible no salir satisfecho. El 'Antxon', homenaje al decorador del bar, incluye chistorra, nido de patatas y un huevo escalfado que explosiona en la boca del comensal. El roast beef y el de calamares tampoco desentonan, pero el 'Antxon' es una cosa muy seria.
'La Viblioteca', en el barrio de Gracia, es otro templo a visitar. Uno de los mejores steak tartar de la ciudad, una impresionante carta de vinos, un sinfín de quesos, seleccionados por su incansable dueño, y una ensalada de bonito que quita el hipo.
Pero el bocata (al fin y al cabo, a eso hemos venido) se llama bikini trufado. Es un mixto (jamón y queso), pero el jamón es ibérico, el queso mozzarella y el toque final lo da la trufa. Un manjar de cinco estrellas (pida dos raciones, no se arrepentirá) que -dicen los rumores- surgió de la sala de máquinas de 'El Bulli'.
La misma combinación que el bikini de la Viblioteca puede probarse en 'Tapas 24'. Si está allí pida también sus boquerones al limón. Eso sí, tendrá que esperar: no admiten reservas.
Otro de los must de la ciudad se encuentra a 200 metros de la Sagrada familia y tiene el aspecto de una taberna clásica. Su dueño, el señor Marius, es una institución del Eixample y el culpable de que todo el barrio hable del pastrami. En su bar, 'Cal Marius', se pueden probar unas olivas rebozadas que parecen salidas del Trastevere romano y unas empanadillas de atún de nivel superior, pero la casa es célebre por sus bestiales bocadillos de pastrami.
Unas torres con un embutido insuperable y toda clase de acompañantes. Nosotros recomendamos el catalán, con pastrami, cebolla caramelizada, atún y una espectacular salsa, pero déjense aconsejar. Ah, y el sitio dispone de un -inacabable- menú para celiacos.
En el Born, barrio de moda desde tiempos inmemoriales, hay que visitar el Sagás (pla de Palau, 13), un sitio de esos de organización vertical: siembran, cultivan, distribuyen y dan de comer.
Panes de lujo, una tortilla de patatas que se deshace en la boca y algunas delicatesen de esas que hay que disfrutarlas a mordisco pelado: el impresionante bocata de 'porchetta', el de tartar de vaca vieja o el de pollo al curry. Un paraíso para los amantes de la gastronomía de terruño.
Y por aquello de alejarnos de los puntos neurálgicos, el que quiera una degustación de un bar popular, de excelente materia prima y sabrosísimos entrepanes, el Quimet d'Horta es la institución que estaba buscando: sus chapatas son las mejores de Barcelona (ellos dicen "posiblemente", nosotros se lo quitamos) y sus butifarras, tortillas y embutidos son de otro planeta.
¿Una recomendación? El de bacon, queso, pimiento y huevo. No olvide pedir doble ración de servilletas y una de sus cervezas bien frías, como mandan los cánones.
Es una franquicia, sí, pero sus bocadillos son estupendos. Un periodista del New York Times entró un día hambriento en uno de los locales de la marca (el que tienen en las Ramblas) y se pidió el bocadillo de jamón ibérico. Ya de vuelta en casa escribió: "Por decirlo en pocas palabras: el mejor bocadillo que me he comido en mi vida". La reseña cuelga en el local, faltaría más. Ah, y sirven la cerveza en jarra de cerámica.
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