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Se trata de un barrio en el sentido estricto del término, de un pueblo en pleno meollo del caos. Un lugar en el que todos los que allí viven se conocen, se saludan por sus nombres, se paran a hablar... Es mi barrio. Está poblado de casas bajas, la inmensa mayoría levantadas en la segunda mitad del siglo XIX y con tan solo cuatro plantas. Comparado con otros barrios tiene pocos habitantes, y eso probablemente contribuye a mantener su atmósfera de pueblo. Y aunque está repleto, cada vez más, de turistas y domingueros, el barrio de los Austrias aún resiste. Además visitantes y habitantes rara vez se tocan, son dos mundo paralelos. Hay muchos garitos, bares, tascas, casas de comidas. Esta es una guía personalísima de mis sitios preferidos.
El 'Bar Santos' (Plaza de Santiago, 2) tiene unos 70 años de vida y, afortunadamente, poco ha cambiado en todo ese tiempo. Desde 1971 detrás de su reluciente barra de zinc está siempre Silvanio. Primero se encontraba en calidad de empleado: entró a trabajar como camarero a los 15 años, recién llegado a Madrid desde su pueblo de Toledo tras convertirse su padre en portero de una finca próxima. Y a partir de mayo de 1992 como dueño, tras comprar el bar.
El 'Santos' es un bar sin pretensiones, de otra época, y ahí radica su encanto. Tiene una terraza fabulosa y sirve pocas cosas pero todas buenas: unas alitas de pollo para chuparse los dedos, una ensaladilla rusa épica, unas ricas albóndigas caseras, unos deliciosos boquerones en vinagre... Todo ello cocinado por Elena, la mujer de Silvanio. También es ella la que prepara los cacahuetes fritos que son el aperitivo estrella de la casa, y que a veces te sirven calientes, recién salidos de la sartén.
"Antes este era el único bar del barrio. Llegaba la Navidad y nos reuníamos aquí, en el bar, y se abrían botellas y se invitaba a todos", recuerda Silvanio, memoria histórica del lugar. La prueba es que se acuerda perfectamente, por ejemplo, de aquel 29 de julio de 1994 en que el barrio tembló hasta los cimientos y los cristales de numerosos edificios, incluidos los del 'Santos', quedaron hechos añicos. Fue una bomba colocada por ETA y que acabó con la vida del teniente general Francisco Veguillas Elices. "Mira, el coche saltó allí arriba", dice señalando un edificio junto a la plaza de Ramales.
Y de un clásico a una incoporación reciente. Llamarse como la bandera andaluza es toda una declaración de intenciones y 'Arbonaida' (Santiago, 11) lo cumple a rajatabla. Reivindica el legado andalusí con tres chavales jóvenes a la cabeza: Julio, Sergio y Jose. Los dos primeros, cordobeses y el tercero, mitad cordobés y mitad sevillano. Los tres, vecinos del Madrid de los Austrias.
Es un sitio bastante nuevo, abrió sus puertas en el número 11 de la calle Santiago en febrero de 2016. Pero ha calado en el barrio, es como si llevara toda la vida. De hecho el grueso de sus clientes son vecinos. "Igual porque no tenemos paella, porque no tenemos la carta en inglés…", afirma Jose. Pero algún turista entra, casi siempre atraído por las excelentes críticas que 'Arbonaida' cosecha en Tripadvisor.
"Siempre hemos sido muy de bares, y lo seguimos siendo", nos cuenta Jose. "Queríamos que este fuese un bar al que habríamos ido nosotros. Un bar con buen rollo, con precios razonables, donde por ejemplo no te cobren más por sentarte en la terraza, que permita la entrada a perros…".
Y lo han conseguido. Mientras se escucha buena música andaluza, en 'Arbonaida' se puede disfrutar por un precio más que razonable de un vino de esa tierra. Entre los tintos destacan por ejemplo Borboleta de Sevilla, Lincesa del entorno de Doñana, Delirio de Granada, Marcelino Serrano de Alcalá la Real (Jaén), Petit Forlang del Puerto de Santa María… Y entre los blancos despuntan Finca la Cañada de Moriles o Tierras Blancas de Cádiz. Todos ellos acompañados de tapas abundantes y ricas: que si un cuenco de pimientos asados con cebolla y huevo duro, que si una ensalada de tomate, un humus de rechupete, puré de alcachofa con un toque de comino…
El jamón ibérico de bellota, evidentemente, no falta. Ni el lomo, ni el salchichón ni los quesos. Y los platos tienen todos toque andalusí. A mí me cuesta elegir. Pero, si me obligan, me quedo con el salmorejo cordobés (6 euros), el salmorejo de remolacha con manzana y semillas de amapola (5 euros), la mazamorra con uva roja y jamón (6 euros), la ensaladilla de langostinos (7 euros), el tomate aliñao con melva canutera (9 euros), las albóndigas de choco (8 euros), el atún rojo de Barbate encebollado (14 euros), los ravioli de rabo de toro con puré de parmentier (12 euros) y, por supuesto, el flamenquín cordobés (9 euros).
Por no hablar del menú que tiene al mediodía. Hoy, por ejemplo, se puede elegir de primero entre un moje de atún y tomate o un salmojero de remolacha; de segundo, entre un cuscús de pollo a la morisca o un bacalao al horno con puré. Los dos platos van acompañados de pan, bebida y postre (¡hay tartas caseras!). Todo por 11 euros. Y si te enrollas, es muy posible que Sergio te ofrezca un chupito del licor casero de café que hace su madre. Una pasada.
Hablando de café: en 'Arbonaira' han adoptado la costumbre napolitana del café solidario, de que los clientes que así lo deseen dejen pagado un café para alguien que no se lo puede permitir. Nike, la nigeriana que pide limosna a la entrada del supermercado vecino, es una de las principales beneficiarias de esta iniciativa.
La "taberna" –como le gusta enfatizar a Luis, su dueño– 'Casa Boni' (Espejo, 11) es otro de los lugares con más solera del Madrid de los Austrias. Un lugar que rebosa humanidad y donde uno se siente transportado a otra época. Existe desde 1945 y la fundaron los abuelos de Luis. Luego pasó a sus padres, cuyo retrato aún se encuentra encima de la barra. Y desde 1980 es de Luis, Luis Bartolomé, un tipo bonachón de 69 años que se conoce el barrio como la palma de su mano.
"Esto es un pueblo en pleno centro de la ciudad. Es muy tranquilo y nos conocemos todos", afirma sentado en la silla que, cuando hace bueno, suele sacar a la calle para entretenerse viendo pasar a la gente y saludando a unos y a otros, como en los pueblos. "Ya apenas hay gente mayor aquí y han desaparecido tiendas como la mercería, la tienda de ultramarinos… Pero qué le vamos a hacer", se resigna. Por aquí pasa gente de todo tipo. Muchos vecinos del barrio, pero también turistas y gente que se acerca porque les gusta el rollo de esta taberna. "Tengo algunos clientes fijos desde hace 45, 50 años", presume Luis.
A 'Casa Boni' se va a comer por la mañana y a beber por la tarde. Por la mañana tienen un menú del día con primero, segundo, bebida y postre o café que sale entre los 9 y los 9,5 euros. Todo casero, todo cocinado por Cristina, la mujer de Luis, y todo rico. La prueba del algodón es que en 'Casa Boni' las patatas fritas siempre son caseras; jamás, jamás congeladas. Y qué decir de las croquetas, del pollo escabechado, de la sopa castellana, de los puerros a la vinagreta, de los filetes rusos de los lunes, del cocido completo que en invierno sirven los martes, de las lentejas y los callos de los miércoles, de la paella y el pisto de los jueves…
Después de comer, por la tarde, 'Casa Boni' se transforma en una taberna, en un lugar donde tomar unos vinos o unas cervezas en compañía de amigos. De hecho, acuden muchos habituales que han formado su propia cuadrilla. Pero como Luis trabajó en el mundo del cine como ayudante de cámara, por su establecimiento también pasa mucha gente del mundo de la farándula en general y del séptimo arte en particular. "Tengo como clientes muchos con Premio Goya", sentencia.
No hay duda: 'Santa Eulalia Boulangerie & Patisserie' (Espejo, 12) es el paraíso de los golosos. Panadería, pastelería y cafetería abrió sus puertas el 22 de diciembre de 2015 después de ocho meses de obras de rehabilitación. Su filosofía es tan clara como incontestable. "Todo del día cada día", resume José Alberto Trabanco, 51 años, el maestro repostero de 'Santa Eulalia'. "Aquí cada día se empieza de cero. Además, todo lo que se vende se elabora aquí, y empleando ingredientes de primera calidad", añade. Mucha de la materia prima que utiliza viene de Francia y, siempre que puede, José Alberto echa mano de productos ecológicos. La harina, los huevos o la leche que se usan aquí, por ejemplo, lo son.
José se formó en la escuela de alta cocina Le Cordon Bleu en Madrid y empezó a trabajar en su casa. "Me compré un horno bueno y hacía macarons y otro tipo de pedidos para cafés". Uno de esos cafés, el 'Cacao Sampaka' en la calle Orellana, le contrató. Pero quería probar suerte por su cuenta, así que junto a Ana, su mujer, se puso a buscar local. Después de ocho meses lo encontró: en la calle del Espejo, en donde tiempo atrás estuvo 'La Tahona del Espejo', de la que habla Mariano José Larra (Larra por cierto era vecino del barrio, vivía en el número 3 de la calle Santa Clara y fue allí donde se suicidó en 1837 después de que le abandonara su amante, Dolores Armijo).
Los panes de 'Santa Eulalia' son excepcionales. Son fruto de largas fermentaciones, de largas hidrataciones y son todos ecológicos. Son un poco caros, es verdad, pero es que la calidad se paga. La baguette parisienne cuesta 1,50 euros, la baguette tradicion sale por 1,60 euros, el pain de champagne se paga a 5 euros el kilo, el pan de trigo integral, a 6,50… Y esas son solo algunas de las variedades.
Y qué decir de la pastelería. De su cruasán de almendras que ya se ha convertido en un clásico. Del pain au chocolat (2,50 euros), del suizo (2 euros), del cake de rooibos (5,90 euros), del brioche (2,00 euros)… Y muchas más cosas que van cambiando, porque a José le gusta arriesgar, hacer cosas nuevas. "Hay que jugar siempre, sorprender a la gente y sorprenderte tú", reflexiona.
Y, como le gusta jugar, se dedica a también a indagar en la historia de la pastelería. Leyó por ejemplo que Katherine Hepburn preparaba el mejor brownie de todo Estados Unidos pero que se había llevado a la tumba la receta. Así que cuando una vecina de la actriz mandó una carta a The New York Times revelando la receta, José se puso a preparar brownies siguiendo esa fórmula.
Ahora tiene por ejemplo tropézienne (4,50 euros), un delicioso pastel del que Brigitte Bardot se enamoró en 1955 mientras rodaba en Saint Tropez la peli Y dios creó a la mujer y le trajeron uno en el cátering. Tanto le gustó que se empeñó en conocer al pastelero que había hecho esa maravilla. Resultó ser un polaco que concedió a la Bardot el privilegio de bautizar a su creación. Y la actriz, en honor a Saint Tropez, se decantó por el nombre tropézienne.
¿Y qué mejor plan para una mañana de domingo que salir a desayunar y a sumergirte en una librería? Vale, de acuerdo, 'La Buena Vida' (Vergara, 5) no es un establecimiento de hostelería en sentido estricto pero es que es algo aún mejor: es una librería con una atmósfera especial, donde siempre suena buena música, donde uno se puede pasar horas curioseando en sus estantes o tomarse un café o un refresco en una de sus mesitas mientras se lee un libro. 'La Buena Vida' es un oasis que hace honor a su nombre.
Y por si fuera poco, aquí tienen lugar un montón de actividades, de media, tres a la semana. Hay presentaciones de libros, club de cine, talleres de lectura, tienen una revista editada por chavales… El año pasado, sin ir más lejos, celebró más de un centenar de actividades. No es de extrañar que haya sido galardonada con el Premio Librería Cultural 2018.
Jesús Trueba, de 51 años, es el alma de 'La Buena Vida'. "Cuando abrimos en octubre de 2007 estaba comenzando la transformación del barrio que ahora se ha producido y que se paró durante un tiempo a causa la crisis. Han aumentado mucho los precios de los alquileres y se ha reducido la diversidad. Quedamos algunos resistentes, pero pocos", cuenta.
Para los que prefieran tomar una copa al caer la tarde, 'Fígaro Café' (Amnistía, 5). Porque más que un café, en realidad es un pub. Un pub de esos que ya no quedan… Cuando Jesús Lozano, de 46 años, se hizo con él en 2014 ya era un bar de copas. Pero estaba de capa caída. Y él lo transformó: "Quería que fuera un bar de aquellos que a mí, a la gente de mi generación y a los de las generaciones anteriores nos gustaba ir. Un bar como los que había en los años 80: con buena música, buenos precios y en el que te encuentras a gusto".
Y eso es exactamente lo que es: un bar acogedor pero sin pretensiones, donde la música que suena es siempre excepcionalmente buena y donde no te clavan. Las copas cuestan 6,50 euros, 10 euros las premium. Es decir: unos 5 euros menos que en la mayoría de los sitios. Un tercio de cerveza sale por 3,5 euros. Lo más caro, tomarse un whisky Lagavulin, tampoco te arruina: son 14 euros.
Jesús es una enciclopedia andante de música, en ese campo lo sabe todo, absolutamente todo. En su bar suena rock clásico, blues, funky, rhythm and blues, jazz…. Toda la buena música desde finales de los 50 hasta los 90. "Lo más moderno que pongo es Franz Ferdinand", asegura.
Y también es un barman excepcional, alguien que lleva 25 años en el mundo de la hostelería. Es un tipo simpático, que controla, inteligente y con mano izquierda. En el 'Fígaro' nunca hay mal rollo, porque si empieza a haberlo él se encarga de cortarlo rápidamente.
Por todo eso, no es de extrañar que la mismísima Patti Smith se plantara en el 'Fígaro' en julio de 2016, después de terminar el concierto que ofreció en las Noches del Botánico, y que mientras se tomaba unas copas rasgara una guitarra. También Javier Andreu, de La Frontera, se deja caer bastante por allí. Lo mismo que muchos periodistas, militantes políticos históricos y bohemios en general.
Para ir terminando, otro buen lugar donde comer a diario es 'El Zorzal' (Santa Clara, 10). Lo mejor es su menú: 15 euros el del mediodía y 17 el que tiene por la noche, de martes a viernes. El otro día, para comer, en este establecimiento de la calle Santa Clara se podía elegir entre un tartar de salmón, huevo de corral con espinacas a la crema y ensaladilla rusa de primero; un "pescado según nos traiga la marea" o codillo asado en salsa de cerveza, mostaza y miel de segundo; y de postre, entre una minestrone de frutas o chocolate en texturas.
Es muy básico, pero 'La Amarilla' (Mayor, 74) también supera la prueba de las patatas fritas: nunca las sirven congeladas. Además, este bar-restaurante en la calle Mayor tiene precios de ganga: el café, y lo hacen muy rico, cuesta un euro. Y el menú de mediodía, todo casero, anda por los 8 euros. 'Taberneros' es otro clásico. Buena comida y buenos vinos en el número 9 de la calle Santiago.
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