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Rebobinemos unos años hacia atrás. Una joven pareja de vascos de Irún se instala en Madrid, abren una droguería en la calle Arenal donde empiezan a vender jabones, elixires, polvos de arroz y una loción a base de petróleo con olor a limón muy conveniente para evitar la caída del cabello. Y como el negocio prospera se trasladan a un lugar más amplio en la calle Ferraz, fundando así una de las más importantes empresas de perfumería españolas, con vocación internacional, Perfumerías Gal. Ellos eran Salvador y Eusebio Echeandía Gal y corría el año 1887.
Un buen día Salvador Echeandía hizo un viaje por Asturias con un amigo y al pasar por un prado de heno recién cortado su olor le embriagó a tal punto que a su vuelta a Madrid puso todo su empeño en conseguir encerrar en una pastilla de jabón aquel olor. Y así nació en 1905 el jabón “Heno de Pravia”, un olor que se coló en las casas de los españoles hasta convertirse en sinónimo de “familia feliz”.
Esta introducción era necesaria para disfrutar más del menú que tenemos en nuestras manos, un menú que celebra los 50 años de matrimonio de Salvador Echeandía y María Marín (1895-1945). Lo que me enamoró de este menú fue el humor con el que decidieron presentarse en el tarjetón de invitación al ágape.
Nos encontramos con un retrato de la pareja enmarcados por sendos anillos entrelazados, en la misma posición pero con 50 años de diferencia entre un retrato y otro, con el consiguiente cambio de aspecto físico y lo mejor, el lema escrito a sus pies “Antes y después de lavarse con jabón Heno de Pravia”. Sin duda el humor debió de ser un ingrediente fundamental.
El aniversario se celebró el 19 de Diciembre de 1945 en el Hotel Palace, a la sazón uno de los más modernos de la época, inaugurado en 1912. Empezaron con unos entremeses Palace y continuaron con una langosta fría con salsa mayonesa para seguir con un centro de solomillo acompañado de unas “Patatas al viento” que bien podrían ser unas patatas a la inglesa, la abuelita de las patatas “chips”, inventadas hacia 1920, tan finas como el papel y fritas, que más tarde industrializada su técnica nos invadirían como las patatas fritas de bolsa que conocemos hoy.
También acompañando el centro de solomillo, algunas verduras, tan elegantes ellas, nombradas con el nombre de “panache”, palabra que tuvo un éxito enorme para describir al conjunto de verduras hervidas y ligeramente braseadas con un poco de mantequilla buscando un conjunto multicolor.
El panaché sería el primo hermano de la menestra, plato que ha conocido evoluciones sorprendentes como la interpretada, en tiempos más actuales, por Michel Bras en su restaurante de Laguiole con su poética Gargouille o la de Ferran Adriá en 1994 con su Menestra en texturas, rompiendo así los esquemas dominantes.
De postre “Tortilla Noruega”, un plato que llegó a ser muy popular en los años 60 y 70 y que fue más conocido con el nombre de Tortilla Alaska o Tortilla sorpresa. Su servicio era espectacular y muy goloso. Consistía en un helado envuelto por un bizcocho genovés y todo ello cubierto de merengue italiano ligeramente dorado al horno de manera que el merengue impedía que el helado se deshiciera. Para hacerlo más espectacular se podía rociar con algún licor y flambearlo delante del cliente. Es fundamental el contraste frío-caliente.
Por cierto, se encuentran muchos rastros y atribuciones de su creación que se disputan entre franceses, estadounidenses y algún chino que hicieron las primeras versiones para celebrar la compra de ¡Alaska! a los rusos el 1 de febrero de 1867(año en el que nace el citado Salvador Echeandía) y como hay que elegir me quedo con la del chef francés Charles Ranhofer que la popularizó, en 1955, en el restaurante Delmonico’s en Nueva York.
Por último, el menú viene acompañado de un poema en la contraportada, de Juan Pérez de Zuñiga, colaborador de Blanco y Negro, ABC o el Heraldo de Madrid, y del que fueron famosas sus “zuñigadas” en verso y donde se reproduce un poema entre jocoso y afectuoso escrito para el banquete de boda del 19 de diciembre de 1895 y termina deseándoles sí, choques ... de amor.
Todo ello regado con Blanco Monopole, Tinto Riscal y Champán Codorníu.
¿Y saben como tituló sus memorias Juan Pérez de Zúñiga en 1935?
-”El placer de recordar”-
…. yo lo hago y con mucho gusto
*El menú se encuentra reproducido en la página 79 del libro Memoria Gráfica del Paladar