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El día 21 de mayo de 2004 se celebraba una cena de postín en el Palacio Real del Pardo con motivo de la boda de S.A.R. (su alteza real) El Príncipe de Asturias y Doña Letizia Ortiz Rocasolano. Al caer la tarde empezaron a llegar los invitados de ilustres casas europeas y de medio mundo, así como personalidades del arte y las finanzas. En esta importante cita la cocina de vanguardia española debutó en el Palacio del Pardo, la noche anterior a la flamante boda.
Cocinaron al alimón Ferran Adrià y Juan Mari Arzak, sin dividirse la paternidad de los platos: yemas de espárragos blancos de Tudela con trufa de verano, rape con habitas a la menta y ravioli ibérico de tomate, pechuga de pato en escabeche ligero al vino tinto, puré de limón. Por cierto ese ravioli, creación de Adrià, era a base de gelatina de caldo ibérico cortada y rellena como raviolis. No faltaron las hojas de menta y las piruletas de chocolate, sin excluir en el postre las llamadas "pequeñas locuras".
Solo han pasado trece años pero los nombres que nos sugiere el menú se nos hacen más comprensibles, diríamos incluso que a día de hoy a nadie aficionado a la cocina o a sus concursos televisivos, le extrañan unos "bombones de cardamomo” o un Air bag relleno de aceite de oliva o el uso del nitrógeno líquido, ni los espesantes hechos con algas. Incluso en algunos hogares los hacen para sorprender a los amigos o por el simple gusto de jugar a cocinar. Ahora estamos familiarizados con el I+D que todo cocinero que se precie desarrolla en su particular laboratorio del gusto.
Era lo que unos futuros reyes debían traer a su mesa para compartir con sus invitados. Fue el espaldarazo a la cocina de hoy (no estábamos muy seguros todavía), a la cocina española de vanguardia creada por Adrià que conmocionó al mundo y compartida por otro grande Arzak, más veterano, que supo reconocer generosamente que los tiempos estaban cambiando.
Ya no se podía detener la marcha, el Nº2 del magazine de 'Le Monde' se rendía a Ferran Adrià en portada, espoleado por el crítico gastronómico del New York Times que en su suplemento dominical había proclamado la supremacía de la cocina española sobre la francesa. Todo esto ocurría en enero de 2004.
En noviembre de ese mismo año se hizo imparable la elección de quién serviría el banquete previo a la boda ya que las exigencias de sobriedad y clasicismo quedaban para otros momentos del protocolo, la puesta de largo estaba servida.
Al no ser el banquete oficial, sí podían figurar los nombres de las bodegas. Se bebió un blanco de Chivite Colección 125, navarro, un ribera del Duero de Matarromera sin añada y de postre, un moscatel de Málaga M.R.
Al día siguiente, el 22 de mayo de 2004 tuvo lugar la boda real y su consiguiente banquete. En esta ocasión el protocolo tiene sus exigencias y hay que ser más sobrios. El menú en cartulina blanca con lomo en oro era encabezado por las iniciales entrelazadas de Felipe y Letizia bajo la corona principesca, redactado en español e inglés.
La boda se celebró en el Palacio Real y fue servida por el restaurante Jockey, proveedor habitual y hoy desaparecido y según la clásica gran cocina. Se sirvieron de primero un hojaldre de frutos de mar sobre fondo de verduras y de segundo un capón asado al tomillo con frutos secos.
Los vinos sólo figuran por su denominación de origen (D.O) como es habitual en los grandes actos de la Casa Real. A pesar de esta discreción me enteré de que el vino blanco era de Terras Gaudas y el tinto un Imperial Gran Reserva 1994.
Un aperitivo castizo para empezar que consistió en jamón de Jabugo, queso manchego, vieiras empanadas y croquetas entre otras delicias sin olvidar los pequeños detalles como elaborar panes especiales para la ocasión hechos de trigo blanco e integral.
La tarta nupcial fue obra del famoso pastelero alicantino Francisco Torreblanca que fue un alarde de técnica al construir una suerte de serpentina de chocolate y que supuso un hito en la concepción clásica de las tartas de pisos. Con ella se sirvió un vino moscatel, Casta Diva, con sabor a pasas y nísperos de La Marina, según dice la nota de cata y que constituye un verdadero Elixir de amor...
Y colorín colorado... este cuento se ha acabado...
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