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El 18 de noviembre de 1869 tuvo lugar en El Cairo un evento más que especial. La Grand Souper, como rezaba en la cabecera del menú, o lo que es lo mismo, La Gran Cena, dada por el visir Ismail Pasha y el baile de inauguración del Istmo del Canal de Suez con el que se conmemoró la gran obra de ingeniería del siglo XIX que uniría dos mares, el Mediterráneo y el Rojo, y que cambiaría las rutas del comercio mundial.
Aunque todo empezó muchos años antes, cuando Fernando Lesseps, ingeniero y diplomático, y más tarde embajador de Francia en España –y emparentado con Eugenia de Montijo, a través de su madre, Manuela Kirkpatrick–, incubaba la idea de ese gran proyecto que no tardó en proponer a la joven emperatriz. Fuegracias a la voluntad de Eugenia de Montijo que la costosa y audaz obra salió adelante no sin dificultades, primero haciendo posible el encuentro de Fernando Lesseps con su marido Napoleón III, y tras convencer a su corte de que debería asumir los gastos.
Finalmente, y después de diez años de trabajos faraónicos, llegó el dulce momento. La emperatriz se embarcó el 30 de septiembre en el lujoso yate imperial Aigle, acompañada de sus sobrinas Luisa y María de Alba, además de su séquito habitual. El emperador no pudo acudir debido a su precario estado de salud y problemas políticos de todo tipo.
El Khedive Ismail, virrey de Egipto, construyó un magnífico palacio en la isla de Gezira –hoy convertido en hotel de cinco estrellas con hermosos jardines y restaurantes en el centro de El Cairo– para acoger a los huéspedes de alto rango. Acudieron todos los representantes de las cortes europeas: el emperador austríaco Francisco José, el príncipe imperial de Prusia, el sultán de Turquía, el Sha de Persia...
El menú que se sirvió en esta noche tendría el sello de la gran cocina francesa creada por Carême, el cocinero conocido como El palladio de la cocina por sus arquitectónicas y complejas elaboraciones, presentaciones de platos y bandejas con decoraciones sofisticadas. El ambiente suntuoso estaba de moda: comedores lujosos, vajillas de porcelana y plata y cristalería de bohemia; y un servicio a la francesa, cada comensal se servía a sí mismo de las bandejas que previamente le acercaban.