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Aunque no todo tiempo pasado fue mejor y el que está por venir tampoco lo asegura, conviene proporcionarle al espíritu motivos con los que distraerse a la par que comparar otros tiempos con los nuestros y así aflojar el cinturón de la exigencia y dejar entrar a Gasterea que nos inspire buenos pensamientos. En esas estaba cuando recordé un menú muy curioso de mi colección que me pareció perfecto para abrir esta colaboración.
Hace 50 años, un 24 de Mayo de 1966 el ministro de Hacienda de la época ofreció en Madrid una comida en la que todos los platos se nombraban acompañados por el lugar de origen de lo que llamamos hoy "producto", no siendo exactamente una D.O (Denominación de origen) pero casi, e incluso degustaron una sopa, que hoy sería imposible cocinar sin ser abatido por varios ejércitos.
Para abrir boca se comenzó con dicho plato, "Sopa de tortugas Ibicencas", en plural. Lo primero que pensé cuando lo leí fue que desconocía la existencia de tortugas en el Mediterráneo y traté de imaginármelas en las cristalinas aguas de La Xaraca nadando lentamente –a paso de tortuga– pues..., después de todo, ahí están, protegidas y mimadas para nuestro disfrute visual. Moda, exotismo o vieja tradición de náufragos y pescadores, juzguen ustedes...
Después siguieron con langostinos de Punta Umbría, lenguados del Cantábrico y su salsa de champagne de San Sadurní de Noya, el champiñon de Perales de Tajuña, las patatas de Sigüenza, la ternera de Ávila acompañada de una macedonia de verduras de la Vega del Jarama y de una salsa "de los molinos de la Mancha" que vaya usted a saber.
De postre fresas de Miralcampo, que no fresón que no existía ese híbrido todavía, cultivado en los alrededores de la ribera del Henares, crema al estilo de la Vega del Pas, región cántabra que lleva aparejada en nuestro imaginario buenas leches, sobaos, mantequillas y quesucos, y por último un guiño castizo, barquillos madrileños.
Bebieron una reserva de Marqués de Murrieta 1940 que ya tenía sus 26 añitos y que debió estar muy rico. Y lo digo porque ahora hemos podido comprobar que, aquellos vinos con tanta madera y otra manera de hacer, han envejecido mejor que otros actuales fetiches, que en su categoría, lo han hecho peor en menos tiempo o cuando menos aquellos nos siguen contando cosas cuando los descorchas con mucho cuidado, eso sí; un C.V.N.E Imperial sin especificar añada, una reserva V. Perdón desconocida para mí y un champagne Codorniu n.p.u.
Aquí conviene recordar que es en enero de 1966, o sea, el año del menú que estamos comentando, cuando se aplicará el nombre genérico de "Cava" sobre los vinos espumosos españoles, consecuencia de los problemas que en el Reino Unido habían generado (a los franceses) sus abultadas ventas, el llamado champagneespañol, y que fue Codorniu quien lanzó su primer anuncio en 1959 en la recién nacida TVE.
Como licores: Anís del Mono, dulce y seco que con la cabeza de Darwin, dibujada por Casas, en su etiqueta, se sigue fabricando felizmente en Badalona (Barcelona) esta "aigüa de Badalona", si bien en nuestros días el ofrecer este anís haya quedado reducido al ámbito rural; el Brandy de Jerez Lepanto, madurado en toneles de fino y oloroso con esa botella tan característica que aromatizaba los consomés en la Navidad de entonces y ahora en peligro de extinción y otro clásico el malagueño Larios 1866 que con la Gran reserva Bobadilla seguro que cerraron una sobremesa larga y bulliciosa. Eran otros tiempos –solo para hombres– rezaba la publicidad de otras marcas.
En apenas 50 años cuántas cosas han cambiado en nuestra vida cotidiana, en nuestro lenguaje, en la manera de vivir. Este menú nos confirma que todo está relacionado entre sí y que la ciencia que desarrolla nuevas técnicas, las leyes que las regulan, la publicidad que nos las vende, la información con la que nos convencen y el dinero o no que tenemos en el bolsillo afecta tambien a los fresones, las patatas y las tortugas.
Que ustedes lo disfruten.
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