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Son las 11:30 de la mañana y el inconfundible aroma marinero del pulpo burbujeando a fuego lento inunda el comedor del 'Chinto', un clásico de Porto do Son en la ría de Muros y Noia. Solo una hora antes ha comenzado el ritual de cada mañana.
Chefa, irónica, dispuesta y guapetona, limpia con un cepillo los pulpos de entre dos y tres kilos y medio mientras trata de convencernos de que la cámara no la quiere y por eso no piensa posar en las fotos. Jamás se vio tanto esmero en dejar reluciente el pulpo.
Chefa no le da mayor importancia al placer que procura el pulpo que prepara. “No tiene secreto. Se congela hasta que está duro del todo y una vez descongelado y bien lavado, se mete tres o cuatro veces en una olla de agua hirviendo para asustarlo. En cuanto vuelva a hervir , se baja el fuego al mínimo y se deja 45 minutos para un peso de tres kilos. Se pincha para comprobar que ya está y listo”. Es entonces cuando se corta cada tentáculo y se coloca en el plato torneado de madera de pino.
Tierno pero con el punto adecuado de resistencia, con la chispa que le da una sensata mezcla de pimentón dulce y picante y el chorro de aceite suficiente para poder mojar pan. Así es el pulpo por el que no cuesta esperar mesa. De esos que te hacen cerrar los ojos y con el que comparas cualquier otro que tomes sabiendo que no hay forma de competir. Motivo de excursión desde Santiago en invierno. Y objetivo de quienes nada más subir al coche al coger las vacaciones suspiran por llegar y zamparse esa ración que han estado evocando todo el año. "Primero se echa sal gorda y luego pimentón, yo hago una mezcla de cuatro cucharadas de dulce y dos de picante que da para espolvorear sobre varias raciones. Y finalmente, se riega con aceite de oliva extra, concluye la cocinera.
No hay duda, está de muerte. Lo corroboran los fieles, “muchos gallegos, madrileños y andaluces principalmente” que en julio y agosto les obligan a compran 60 kilos cada dos días a pie de barco en el pequeño puerto y que dan para unas 50 raciones al día, que Julia y Mónica reparten diligentemente entre los numerosos fans que hacen cola mientras beben una cerveza o un albariño cosechero en la barra a la caza de un hueco para acomodarse.
Nadie se da por veraneado en esta localidad sin haber pasado por esta taberna del puerto a tomar su famoso pulpo. Aunque los calamares pasados por harina y fritos son otro de sus platos estrella, junto a la tortilla de patatas y los pimientos de padrón. Cocina sencilla y bien elaborada. Nada fácil.
Hace 21 años que Suso y su mujer se hicieron cargo del bar que les traspasó el anterior propietario. La casa de piedra fue antes el colegio del pueblo y "hay muchos ex alumnos que ahora vienen a tomar un vino", explica Julia mientras enseña la foto de la escuela. La acera de hoy era entonces arena y llegaba el agua del mar hasta la misma puerta.
Suso, jubilado del mar, fue "contramaestre en la empresa nacional Elcano. Pero cuando se fue a pique y me quedé en el paro decidí con mi mujer, que era cocinera y trabajaba en otros restaurantes, montar uno propio". La experiencia en otras cocinas de 'la jefa' se hizo patente en las raciones que comenzarón a salir de sus dominios, que poco a poco fueron conquistando a la parroquía autóctona y foránea.
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