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El olor a playa y a mar se percibe en las inmediaciones de 'Audrey’s' (1 Sol Guía Repsol), que está a la vuelta de una esquina muy próxima a la Playa de la Fossa de Calpe, donde se yergue el famoso Peñón de Ifach. La sensación de vacaciones en verano ya da buen rollo para meterse de lleno en la cocina valenciana que practica Rafa Soler, porque en su carta no se olvida de “esos platos ancestrales que han dado a conocer” a esta comunidad. Y para eso, se ha asegurado de poder llamar por el nombre de pila a buena parte de sus proveedores. Como a Félix, el de la huerta de Benitachell; a Tomás, el de Denia, que cría los corderos autóctonos de raza guirra; y al otro Félix, el de los pescados y mariscos. Los conoce porque es lo que exige la “cocina de territorio, de cercanía”, en la que él incluye la suya, aunque dando un paso más. “Aquí servimos alta cocina valenciana”.
El chef -que se curtió en las cocinas de Martín Berasategui, en España; o de Joël Robuchon, en Francia-, tuvo claro el retorno a sus orígenes culinarios cuando volvió a casa. “Preparamos una cocina muy mediterránea con mucho sabor y con ese alma que tiene la cocina de raíz valenciana”, explica Rafa, que para los comensales que “son de aquí, despiertan los recuerdos con estos platos, les emocionan. Pero también aquellos que han veraneado en la zona y conocen nuestra gastronomía”.
Sus pases arrancan con el aroma de la huerta a través de su aperitivo de H2O de ensalada valenciana, su coca de berenjena, sus pimientos o su coliflor con champiñones. Sin embargo, los tomates a la brasa traen a la sala otros trabajos que se realizan en cocina y que van más allá del producto. “Estamos haciendo nuestras propias conservas, encurtidos y aceites esenciales”, como muestran tarros ubicados en una estantería del salón de Audrey’s, con capacidad para alrededor de 26 personas.
“En este caso, servimos los tomates en conserva de doce meses. En el plato tenemos tomate verde en salmuera y tomate fermentado, que es el agua sobrante tras pasar esos tomates en conserva por la brasa, que después fermentamos durante tres días con un 30% de sal dentro del agua a una temperatura de 45 grados”, explica el cocinero mientras acaba el plato con un aceite esencial de tomate seco y albahaca.
En Audrey’s -cuyo nombre viene de Audrey Hepburn, sí, por ‘Desayuno con diamantes’ en un guiño al nombre del hotel en el que estamos (‘Diamante Beach’)-, ahora en temporada de verano se sirven dos menús: uno largo y otro corto. Los nombres de ambos recuerdan lo importante que es la familia para Rafa: “Tenemos el menú Aitana y el menú Joël, que son los nombres de mis hijos. Joël es el mayor y le puse el nombre por Joël Robuchon (que además era su padrino). Aitana es mi hija pequeña, por eso he puesto el menú más cortito con su nombre”. No solo vincula su cocina a su descendencia también a las generaciones anteriores. El pan –tanto el de aceite como el de hierbas- es una receta de la panadería de sus abuelos, que Rafa ha pasado a un amigo en Valencia que se los prepara, aunque se finalizan en los hornos del Audrey’s.
El chef valenciano navega por las aguas del Mediterráneo con berberechos, quisquillas, erizos, ostras de puerto o la gamba roja de Dénia, que no podía faltar. Y casi saca del mar al comensal –por su textura engañosa, no por su sabor- con su carrillera de atún escabechada y su rosa de lomo madurado. Este pescado “lo limpiamos y metemos en una cámara de sal durante 25 días, pero sin que esté en contacto con la sal. Maduramos el pescado gracias al aire que entra y que va evaporando la sal que está abajo, se va curando y le damos la vuelta cada tres días”, subraya Rafa distinguiendo este proceso que permite además que “se deshaga en la boca como lo hace”.
César Hernández, sumiller que lleva con Rafa desde el inicio de este proyecto, se encarga de las 250 referencias que tienen en carta. Siguiendo los pasos del cocinero, se ha pegado a la Comunidad Valenciana y colaboran con pequeños productores, algunos incluso producen en exclusiva para Audrey’s. “Aunque trabajamos de todo –afirma César para dejar claro que aquí no se olvidan de nadie- y tenemos mucho espumoso: mucho cava, mucho champagne…”.
Para el menú, César propone un vino blanco, Ocean Verdil, que proviene de “una zona interior que aquí llamamos como la Toscana Valenciana (Les Terres dels Alforins)”. Se trata de un vino con una producción muy limitada, unas 4.200 botellas, y que marida perfectamente con los sabores de Rafa.
No solo con el producto, los vinos o el aceite se recurre al territorio de la comunidad, continúa con los detalles más pequeños. La tartaleta de anguila y el buñuelo de bacalao se sirven en una escultura del artista Toni Marí de Jávea. También en obras con formas femeninas de Marí se trae a la mesa el azúcar, dentro de unas cestas de esparto realizadas por Balikypopoy, artesanos valencianos especialistas en este material. Los postres son otra oda a esta tierra. Acabada la experiencia, si uno no tenía esos recuerdos gastronómicos de la infancia asociados a Valencia, Rafa es capaz de proporcionar la emoción de generarlos nuevos.
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