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Casa Leopoldo abrió sus puertas en 1936, en el Raval de Barcelona. Un Raval que no podía ser más distinto del actual. De aquel barrio de caras conocidas, y eso que llaman 'solera', se pasó a uno algo más movidito (en todos los sentidos) y finalmente al actual, una zona de bares y restaurantes, con manadas de turistas y una oferta que apuesta –mayormente– por lo asequible. La situación, agravada desde 2008 por la crisis, obligó a Rosa Gil al cierre en 2015, dando así por finalizada una larguísima trayectoria de uno de los tótems gastronómicos más importantes de la Ciudad Condal.
En 2016, Óscar Manresa uno de los chefs más (híper)activos de Barcelona y su socio, Romain Fornell (entre ambos poseen más de una docena de establecimientos en la ciudad), decidieron que el patrimonio del restaurante era demasiado importante como para dejarlo caducar y adquirieron el local con la idea de seguir anclados en la tradición.
Para lograrlo se han valido de algunos de sus sellos de identidad como el rabo de toro, las mandonguilles amb sípia (albóndigas con sepia), los pescados (con la dorada al horno o el lenguado a la meunière al frente de una carta ortodoxa y de sabores conocidos) y una decoración que no ha cambiado un ápice, con sus guiños taurinos, sus mosaicos de cerámica y un personal versado en idiomas y buena cocina. "Queremos volver a ser el restaurante de referencia del mundo literario en Barcelona, pero sobre todo queremos que la gente vuelva a recordar cuando le traían sus abuelos o sus padres y que sean ellos ahora los que traigan a sus hijos", explica Manresa.
La mención a la literatura no es gratuita. En Barcelona, la 'Casa Leopoldo' amasó fama y fortuna gracias a Manuel Vázquez Montalbán, que fue siempre su embajador in pectore y que acostumbraba a comer allí día sí, día también. Montalbán popularizó muchos de los platos de la carta y la huella del local llegó a plasmarse en las páginas de las novelas de Pepe Carvalho, aquel detective con obsesión por la buena comida cuyos casos transcurrían en aquella Barcelona que aún no había sido engullida por la globalización.
"¿Por qué asumir el riesgo? Porque no puedes dejar que una parte del patrimonio de la ciudad se pierda de esta manera. Es algo que ha pasado demasiadas veces en los últimos años y cada vez que vuelve a suceder, perdemos una parte de nuestra identidad, ya no solo gastronómica sino también cultural", comenta Fornell.
Comer en 'Casa Leopoldo' es volver a la cocina tradicional, el plato de toda la vida con gran materia prima y elaboración sencilla pero contundente. Por supuesto, el rabo de toro sigue siendo el rey de la fiesta (se prepara con mimo y es crujiente y tierno a partes iguales), pero es magnífica la ensalada de tomate y cebolla, las anchoas, el jamón y todo lo que lleva concha, especialmente las almejas a la marinera.
Los arroces son también una gran apuesta (son abundantes, piénselo dos veces si su plan es cenar), destacando el que se elabora con un exquisito 'bogavante del país'. Hay una amplísima carta de vinos, de precio ajustado respecto a las tarifas de tienda (nada de sustos, algo que –desgraciadamente– pasa cada vez con más frecuencia) y quizás los postres son algo cortos, pero la crema catalana es notable.
La Guía Repsol visitó 'Leopoldo' en su primera semana de rodaje después de casi un año de mejora de las instalaciones (algo que se percibe, por ejemplo, en la iluminación) y cuando el local seguía usando las viejas cartas. Así pues, queda apercibido el visitante de que si se decide a acudir al restaurante, encuentrará nuevos platos y ligeras diferencias entre lo aquí comentado y las propuestas de futuro. Eso sí, mucha tranquilidad: el rabo de toro no lo toca nadie. "¿Cómo vamos a tocar eso? ¿Quieres que nos linchen? (risas)".
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