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Como buenos asturianos aquí enganchan por muchas cosas pero, sobre todo, por los productos de su tierra y su generosidad. De la barra, siempre nutrida de parroquianos, salen los aperitivos con la consumición de turno: patatas revolconas, el guiso del día, bollitos preñaos, un platillo de paella… Y en la mesa, la misma política. Un bocado de acompañamiento con la bebida y, después, lo que se tercie, pero siempre abundante.
El restaurante 'El Molinón' es de esos sitios a los que conviene venir con hambre. Ubicado en el Paseo de la Florida, a orillas del río Manzanares, forma parte de una vía que es como un reducto de Asturias en la capital.
Por aquí andan 'Casa Mingo', 'El Urogallo', 'El Piornal'… compañeros de profesión con un mismo ADN. Antes, incluso, había más, nos cuentan, quizá animados por los paisanos que llegaban en tren a la antigua Estación del Norte para buscarse la vida.
Eso es lo que hicieron en su tiempo los hermanos Manuel y Ernesto Feito hace la tira de años. Abandonaron su Cangas de Narcea natal para probar suerte. "A buscarse la vida desde cero, de camareros. No sabían nada de hostelería. Me cuenta mi padre que le sorprendió ver cómo salía la cerveza de un barril. Llegó a Madrid con 16 años. Han echado muchas horas para sacar adelante esto", relata su hijo Manuel, jefe de sala de 'El Molinón'.
Aprendieron el oficio y en 1979 abrieron el restaurante 'Ferreiro'. Luego llegaría otra sucursal en la calle Comandante Zorita y en el 2005, 'El Molinón', en Príncipe Pío, al lado de la casa madre. Un formato más informal que sus hermanos, pero que comparte muchas de las especialidades astures de la carta. Su fórmula no tiene secretos. Cocina tradicional norteña con buen producto, servicio de vieja escuela y raciones para saciar a los más tragones.
"Nuestra filosofía, por delante de todo, es usar buena materia prima, y también dar un buen servicio", añade Manuel. "Con las cañas ponemos buenos aperitivos: tortilla paisana, canapés de morcilla con pimientos y, en invierno, guisos como la oreja guisada. Los domingos ponemos de balde un jamón asado y al mediodía no se puede ni pasar". Eso es en la barra.
Dentro tienen una zona con mesitas y al fondo un comedor muy luminoso con vistas al río y la Casa de Campo. Es un espacio más formal, con las mesas vestidas con mantel de hilo. Aquí su fabada asturiana es obligatoria, pero su carta da para mucho.
Verdinas del Valle de Ardisana (en temporada) con rape y langostinos, pescados como la merluza de pincho a la brasa o fritos de pixín con pimientos rojos asados y carnes a la parrilla que vienen del Principado y de Galicia. Además, asados como la paletilla de cordero y cochinillo, y el inevitable cachopo que aquí rellenan de jamón ibérico y queso Vidiago.
Julio Jañe es el jefe de cocina, un leonés que de vez en cuando se deja ver con su chapela y lleva desde 2004 animando los fogones, junto a su hermano Ferreiro, de 'El Molinón'. Como los postres, 'clasicazos' marca de la casa: arroz con leche; tarta de queso; filloas rellenas de crema pastelera y compota de manzana, y una cremosa torrija caramelizada al horno.
Además de la carta tienen un potente menú del día de lunes a viernes por 18 €. El precio es algo superior a la media de la zona, pero está más que justificado. "A ver, es más caro, pero es que das calidad. Te comes un plato de judías pintas estofadas con matanza y te aseguro que están buenísimas. Además, usamos el mismo género para la carta que para el menú del día", asegura Manuel. Y en la mesa se suman más detalles.
Cada comensal tiene derecho a dos consumiciones con su menú y se puede comer tanto en el área de tapeo como en el salón principal, en mesas con su mantel y servilletas de hilo. Comer aquí es otra cosa. Con cada pase se cambian los cubiertos y el servicio es de los de antes: rapidez y discreción. En el pack entran un par de bocados (empanada casera, chistorra…) para calentar y, luego, se elige entre tres primeros y cuatro segundos, más pan, bebida, postre o café.
Las propuestas cambian todos los días. Son recetas de toda la vida, sin complicaciones, con gran predilección por la cuchara, especialmente, en invierno: lentejas guisadas, patatas con costillas, oreja, judías blancas, purrusalda, crema de verduras, potaje de vigilia en temporada y también pescados, ensaladas y carnes, con platos ancestrales como los cuellos de cordero al horno, una receta segoviana.
Nos sentamos en un esquinazo estratégico, cerca del ventanal desde donde se ven los pinos y el Puente del Rey. Aterrizan dos aperitivos: un bollo preñao y una croqueta de cocido. Luego, nos decantamos por un arroz meloso con verduras y pulpo. Muy sabroso y bien surtido. "¿Qué tal el arroz, señor?", nos preguntan. "Delicioso, gracias". Seguimos con un ragout de ternera con patatas fritas. Un guiso estupendo con la carne muy tierna que ya dudamos si seremos capaces de terminar.
El salón se va llenando. Muchos de los clientes parecen habituales. "Tenemos clientela de toda la vida. Gente del barrio y también de otras partes de Madrid y de España. Incluso unos mexicanos de descendencia asturiana que vienen dos veces al año", desvela Manuel. Mientras tanto, un camarero nos canta los postres. Hay que probar esa torrija caramelizada al horno quer nos han recomendado.
Merece la pena. Pura cremosidad. Una versión muy personal del típico dulce que aquí sirven durante todo el año (aunque en el menú del día solo aparece una vez al mes). La fiesta no termina. Nos ofrecen el chupito de rigor y nos dejan un platillo con un bombón y un bizcocho de coco. El comedor ya es una alegría. Manuel atiende las mesas. Parece que fuera sábado. "Hay que comer bien siempre, de carta o de menú del día", finaliza Feito. Palabra de asturiano.
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