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Barcelona experimenta de cuando en cuando un regreso (gastronómico) a sus raíces. Parece el clásico efecto boomerang que se produce como reacción a un movimiento que ha llegado demasiado lejos. En la Ciudad Condal eso es –concretamente– la alta cocina: el exceso de experimentos en forma de restaurantes que ofrecen a sus clientes supuestas dosis de imaginación, si uno está dispuesto a pagar el precio correspondiente.
Ante el tsunami de esferificaciones, platos al hidrógeno y recetas que requieren de más parafernalia que el proyecto Manhattan, algunos de los popes de la capital catalana (llámense Fermí Puig, Nando Jubany o Carles Gaig) han vuelto a la maravillosa 'simpleza' de la antigua cocina local, rescatando platos y materias primas que parecían hallarse en una suerte de limbo donde nadie les prestaba ninguna atención.
Otros, en cambio, jamás se han movido de la riqueza que ofrece la cocina catalana y han seguido pegados a ella aun cuando el sentido común les empujaba a tratar de girar las tornas para ofrecer a sus clientes algo más original, más raro, 'mejor'. 'Els Pescadors', en Poble Nou, es uno de esos lugares en los que la gastronomía de nuestros abuelos nunca ha pasado de moda y ha sido reivindicada día tras día desde 1980, cuando José María Maulini se empeñó en transformar lo que había sido una antigua (y preciosa) taberna de pescadores en un restaurante en el que servir platos cuya gracia residía en la pureza y sencillez de sus ingredientes. Ingredientes que habían alimentado a varias generaciones de hombres de mar durante siglos.
En 'Els Pescadors', los buñuelos saben a buñuelo, las anchoas se deshacen en la boca y las gambas (vuelta y vuelta) le recuerdan a uno lo cerca que está el mar de este restaurante.
Empezar por la espectacular Ensalada de tomate con ventresca (el atún macerado se lo añaden a la combinación en la misma mesa) es sumergirse en un recordatorio que debería ser habitual pero no lo es: las verduras de este país no tienen parangón. Las verduras de verdad, las que reivindican el verde, el terruño, las únicas que llenan las despensas de 'Els Pescadors'.
La Tempura de calamar en su tinta con cebolla es otro de esos platos que se empeñan en acariciar el paladar del comensal mucho después de haberse engullido. Una receta deliciosa, con un calamar tierno y un rebozado sabroso y crujiente al que la cebolla otorga un contraste magnífico. Marc, hijo de José María, que trabaja 351 días al año, habla más idiomas que los promotores de la torre de Babel y es el alma mater del restaurante, confiesa que ha sido duro adaptarse al barrio ("es como si no perteneciera a Barcelona y tuviera sus propias reglas", dice de Poble Nou, un lugar que ahora les venera) pero que jamás pensaron en moverse ni un centímetro.
Y es que la Plaza de Prim y sus árboles centenarios son un escenario poco transitado, casi un pueblo fantasma, lleno de casas bajas y vecinos silenciosos, en los que comer –especialmente en las noches de primavera y verano– es algo comparable a la meditación, pero con manjares de primera en la mesa.
Los segundos, con una serie de arroces que el jefe de cocina, Rafa Medrán (26 años en la casa), prepara con una mano y sin darse importancia, definen a la perfección la esencia del restaurante. Su arroz verde con espardenyes (también conocidas como pepinos de mar) es opaco a los adjetivos, solo puede catarse y sonreír, o catarse y quedarse callado. La cocción perfecta, la cremosidad del grano, la textura de la espardenya: una receta para que los enemigos irreconciliables acaben abrazados.
Y como grand finale, un pescado al horno. La gracia de la receta es que la guarnición por si sola podría inspirar un soliloquio. Patata rica, perfecta, con un tomate que uno debería romper con el tenedor (es solo una sugerencia, por supuesto) y mezclar con una cebolla que parece haber llegado del espacio exterior. Si eso es el acompañamiento, no hace falta insistir en la perfección del pescado: ya sea lubina, dentón o dorada, el horno de 'Els Pescadors' tiene algo de brujería. Que quede claro: no mojar pan en este plato sería casi una herejía.
Los postres, con "lo mejor que otros hacen para nosotros y lo mejor que somos capaces de hacer nosotros mismos" son el desenlace perfecto: un brazo de gitano de crema fantástico, un sorprendenten 'airbag' de chocolate, helados de la vieja escuela y cuatro postres caseros-caseros. Para rematar la jugada, y con una carta de vinos que contiene más de 300 referencias, nada mejor que disfrutar de la calma de un diminuto rincón de un barrio de pescadores que parece haberse detenido en el tiempo y en el que 'Els Pescadors' ejerce –como no– de faro.