Establecimientos gastrónomicos más buscados
Lugares de interés más visitados
Lo sentimos, no hay resultados para tu búsqueda. ¡Prueba otra vez!
Añadir evento al calendario
Patrick, un chef francés de Niza, y su mujer Angélica dirigen 'Historias para no dormir', un restaurante situado entre montañas, en Taborno, en pleno parque rural de Anaga. Abren de jueves a domingo, solo al mediodía, aunque ya desde el martes está organizando las cosas. La idea era hacer un lugar con cocina tradicional francesa, con la comida muy fresca. "Todo está comprado del día", aseguran.
Sirven menús a un precio de 17.80 €, con un primer plato, que es siempre una ensalada que cambia cada día, un segundo y un postre. Sobre todo apuestan por platos muy centrados en las carnes, algunas tan típicas de la gastronomía francesa como el pato. También hay carne de caza, como el ciervo, y algunas menos habituales, como el canguro, además de otras siempre fáciles de encontrar, como el cerdo o el buey. El pescado lo compran fresco los fines de semana. Y en cuanto al vino, solo se sirve francés (Burdeos, Merlot, Cabernet, Côte du Rhone) a precios que están entre los 12 y los 16 € la botella.
Probamos el Buey Wellington con foie, que Patrick ha reinventado al sacar la carne del interior del pastel de hojaldre y ponerla en medio, como si se tratara de un emparedado. Por encima de la carne, una fina capa de foie. Está acompañado de champiñones, un poco de puré de papas y de una salsa muy curiosa a base de cebolla, harina y un toque de caldo de pollo.
Uno se pregunta por qué el hojaldre es tan rico, y Patrick resuelve las dudas: lo primero, una mantequilla con, al menos, el 85 % de materia grasa. Y lo segundo, la paciencia, porque el proceso de elaboración del hojaldre puede llevar hasta una semana. Se mezclan los ingredientes, se amasan, se extienden y se dejan reposar. Pero al día siguiente es conveniente darle la vuelta, doblarlo y volverlo a extender. Una operación que se realiza hasta cinco veces antes de poder utilizarlo o guardarlo en el congelador.
Probamos también el Goulash de ciervo, un guiso hecho a base de buenos pedazos de lomo de ciervo, cebolla, ajo, vino blanco, tomillo y laurel. Todo a cocer hasta que está a punto. Y finalmente, para satisfacer la curiosidad, pedimos la Carne de canguro a la mostaza antigua. Se prepara a la plancha y luego se le añade una salsa hecha con mostaza en grano, un poco de caramelo, pimienta y sal. La carne se parece a la de un entrecot de ternera, pero con un sabor todavía más intenso.
La repostería es casera y la gente se la ventila en un pispás. "Prácticamente se consumen todas las tartas que hacemos por la mañana", nos cuenta Patrick. Todo el mundo que visita el restaurante habla maravillas de la repostería del "francés de Taborno".
Probamos dos tartas diferentes, que además no llevan harina. La de avellanas se hace en tres partes. Primero, un bizcochón con avellana, con huevo y chocolate que se termina de cocinar en el horno. Luego, una crema inglesa a la que se le añade chocolate y un poco de gelatina y que se pone encima del bizcochón cuando se enfría. Y por último, una capa muy fina de chocolate, nata y mantequilla.
La otra tarta es más sencilla. Se mezcla, por un lado, la almendra molida con las yemas de huevo. Por el otro, el chocolate y la mantequilla. Y aparte, las claras, que baten a punto de nieve. Luego se remueve todo y se hornea.
No hay espacio para más comida, pero no podemos evitar fijarnos en la Tarta de mango y maracuyá que reluce en la nevera de cristal que hay en la barra. Está hecha con una base de galleta genoise, huevo, harina y azúcar. Luego una crema de maracuyá, nata y un poco de azúcar. Y en la parte superior, el mango tal cual queda después de cortarlo.
En vez de comer más, decidimos tomar el Calvados, un licor digestivo al que nos invita Patrick justo antes de coger la guagua que nos lleva de Taborno a la La Laguna, parando en la Cruz del Carmen. Hay que mirar bien los horarios de la línea 275 porque cambia ligeramente los fines de semana.
El nombre del restaurante es el mismo que tenía cuando Patrick lo encontró en una agencia de alquiler que lo arrendaba. Angélica decidió que no debían cambiarle el nombre. Lo abrieron en 2008, pero llevaban ya varios años en la isla con un restaurante muy conocido en Santa Cruz. No paraban de trabajar, nada que ver con el bienestar que sintieron al principio en la isla cuando fueron de vacaciones en 2001. Así que decidieron buscar una opción más sencilla, más tranquila. "Aquí tenemos tiempo de vivir", cuentra Patrick.
No le dio miedo que estuviera lejos para los estándares de la isla (40 minutos en coche desde La Laguna o Santa Cruz), como si él mismo fuera un ejemplo de ese proceso por el que los pueblos de Anaga han ido saliendo de su aislamiento. "Supongo que tener algo diferente, como es la gastronomía francesa, nos ha ayudado", reflexiona sentado, con todo ya listo, esperando a los primeros clientes. "Además, nos llevamos muy bien con la gente de la zona, les compramos algunas cosas, como los limones o las papas, y yo creo que hemos ayudado a que se conozca Taborno".
Junto a él están Dalila y Natalia, dos hermanas de Las Carboneras que llevan varios años trabajando en el restaurante. Encantadas de la vida, porque son conscientes de que están aprendiendo cocina francesa a un par de kilómetros de su casa, sin tener que ir a trabajar o a vivir a algún otro lugar de la isla, alejadas de su gente . "Nos gusta mucho la vida aquí", cuentan las dos.