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Un camarero deja un cuenco con dos guantes de látex negros en su interior. "¿Esto para qué es?", preguntamos. "Pues para que cada uno arme su saam de costilla". Sobre la mesa esperan cuatro cogollos de lechuga con un poco de hierbabuena dentro. Se trata de separar la carne del hueso con la mano enguantada, como un vikingo finolis, ponerla sobre la hoja y comer en plan taco mexicano. Toda la clientela de esta mesa comunal observa y comenta entre risas la operación. Bienvenidos a 'Killer Sobo'.
Esta taberna japocastiza es un espíritu libre y festivo, una gamberrada gastronómica nacida en una de las calles más apacibles de La Latina. Abrió un poco antes de que llegara el tsunami de la pandemia, tuvo que cerrar sus puertas y ahora lleva unos meses tratando de surfear la ola y de enganchar al personal con su desparpajo. Engatusan a los paladares con un recetario cañí remozado con aliños y envoltorios nipones, y una oferta de vinos con pedigrí asesorada por el viticultor Javier Revert.
Explorar su carta es sencillo, no tanto elegir. En total, sirven unos 17 platos a precios populares (ninguno llega a los 11 euros) con opciones individuales y para compartir: oreja brava a baja temperatura terminada al wok con curri rojo; baos caseros (de pato, de rabo de toro, de champis a la coreana…); korokke (o croquetas tuneadas) de patatas revolconas, de marisco o de lo que se le ocurra al chef; ramen de cocido o de alga kombu con verduras, miso y salsa picante, y así todo.
Su oferta se puede degustar en un local dividido en tres escenarios distintos creados por eat&love: la barra de la entrada con sus mesitas altas y una estética de garito rockero; el salón abovedado de ladrillo visto del sótano (para 20 plazas y que se puede reservar), y la mesa larga de la sala interior, la más onírica y noctámbula, con carpas colgantes y cortinillas doradas, pegada al ajetreo de la cocina y donde es casi inevitable entablar conversación con otros clientes, incluso en tiempos de distancia de seguridad.
"Es un concepto donde prima la calidad y el precio, con platos sabrosos, especiales, en una carta que irá cambiando. Se trata de comer rico y de forma divertida a un precio razonable", alegan desde un equipo que forma un grupo de amigos glotones y viajeros enamorados de la cocina callejera asiática. "Los torreznos, por ejemplo, son melosos y van con una salsa de chili dulce casero, cebolleta china y cilantro. Este bocado tan castizo te lo puedes tomar en mil sitios, pero como aquí seguro que no".
Otra de las estrellas de la casa es el ramen. "Aquí se elabora todo y cocinamos mucho a baja temperatura", comentan. En esta especialidad tampoco inventan la pólvora, pero se sacan de la manga combinaciones ganadoras como la de rabo de toro. "El secreto de un buen ramen es conseguir una base con un buen caldo y el tare, o potenciador del sabor, que en este caso preparamos con el propio jugo del rabo de toro".
El donut con crema de violeta es otro guiño a los madriles muy querido entre un público joven, fiel y repetidor. "Antes de la crisis llenábamos la barra y teníamos que rechazar peticiones. Esperemos que en un futuro volvamos a ello", revelan. Ofrecen servicio de take away y en breve un delivery, "pero no de cualquier modo. Solo platos que creemos que se disfrutarán en casa casi como en el restaurante, aunque lo que queremos es que la gente se acerque y experimente lo que es Killer Sobo".
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