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Si fuera posible trasladar la playa de S’Agaró cientos de kilómetros más arriba y hacerla encajar en la Côte d’Azur, es posible que los franceses no se dieran cuenta del cambiazo. Tampoco les extrañaría encontrar un restaurante como 'La Taverna del Mar' (Recomendado Guía Repsol), que dista mucho de ser una taberna marinera al uso.
La brisa y el salitre llegan a la sala a través de grandes ventanales junto con destellos de sol reflejados sobre las olas, pero el cuidado interiorismo en blanco y azul sugiere que aquí no se viene en bañador y chanclas rebozados de arena, sino con tafetanes y mocasines. La taberna es en realidad el restaurante de la playa del hostal 'La Gavina', que aloja el restaurante 'Candlelight' (2 Soles Guía Repsol), solo abierto para cenas.
Lluís Planas, cocinero al frente de la cocina de 'La Taverna', se muestra muy satisfecho con la dirección del hotel: "Marcan una línea pero nos permiten hacer lo que queremos; trabajamos con el mejor producto posible y ofrecemos una atención muy personalizada a los clientes, que en muchos casos son de la zona y repiten". Jaume Solé, en la sala, dirige el exquisito servicio, atento y ágil, que mima a sus clientes habituales hasta extremos insospechados. "Queremos que se sientan en su casa", afirma Jaume.
El almuerzo empieza con una copa de una cuvée especial de espumoso de Perelada. Fresco y aperitivo, da pie a un falso steak tartar, falso porque la carne se sustituye por tomate, un tomate maduro y muy sabroso que en este entorno y estación resulta mucho más conveniente que la proteína animal. El menú, elegido por Jaume y Lluís, continúa con un timbal de aguacate, langostinos y jengibre tan veraniego como delicioso. El crustáceo parece recién pescado y el punto picante del jengibre le va que ni pintado a la untuosidad del aguacate.
La comida sigue en la misma tónica de amabilidad, pocos sobresaltos y adaptación a la canícula. El siguiente plato son unas navajas gallegas con tomate confitado, aceite de algas y lima que aportan notas yodadas. Un bocado sabroso que da lugar a una fabulosa corvina salvaje cocinada con un pilpil ahumado de sus espinas. La cocción del pescado y su frescura son imbatibles.
Sigue un mar i muntanya de alto copete: terrina de pies de cerdo marcada a la plancha (para que sea crujiente) con navajas, y culminan la parte salada unas gambitas a la andaluza, un plato sencillo pero gran oda al Mediterráneo. Los dos postres se sirven para compartir: el primero es un cheescake con mango, maracuyá y crumble. Es un postre omnipresente pero la versión de Lluís, deconstruida y servida en vaso, resulta notable.
El último plato es también la deconstrucción de una tarta, en este caso de una tatin. La manzana, confitada al Calvados, viene acompañada de un delicioso helado de vainilla y, de nuevo, crumble –socorrido sustituto de las masas crujientes en un entorno tan húmedo como este–.
Lo que comemos es solo una parte de la cocina de 'La Taverna del Mar'. El establecimiento, según explica Lluís, está especializado en guisos marineros –se ve desfilar un arroz caldoso de bogavante que quita el hipo– y en invierno salen a relucir las cazuelas.
El hilo conductor durante las cuatro estaciones es el producto, fresco, lo más próximo posible y de una calidad sobresaliente, suficiente, en todo caso, para satisfacer al exigente cliente local –que vuelve y vuelve– y a los huéspedes de 'La Gavina'.
Otra característica son los platos por encargo. Jaume y Lluís ofrecen, con un encargo anticipado de un par de días, cualquier manjar que les pidan. Algunos de los más destacados son, claro, los pescados al horno que compran en las lonjas cercanas –estamos cerca de los magníficos caladeros de Blanes y Palamós–.
La carta de vinos se aleja de cualquier riesgo y extremismo, pero es sólida y ofrece botellas muy solventes de toda la geografía española y bastantes referencias ampurdanesas. Es imposible no salir feliz de esta casa –o por lo menos más feliz de lo que se entró-. Aquí todo es amabilidad y sonrisa: la cocina, la sala y esta playa que se cuela por la ventana, que invita a una siesta –pero sobre una tumbona y bajo un parasol–.
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