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Hace 15 años, aproximadamente, tuve la chiripa de caer en 'L’Aliança 1919' (1 Sol Guía Repsol 2021), un restaurante del que no sabía apenas nada. Recuerdo la experiencia con deslumbramiento: la atmósfera del local, anclada en el pasado; el exquisito servicio, próximo y afable; la cocina afrancesada, confortable y clásica. No sabía entonces que estaba siendo testigo de la segunda o tercera vida de este restaurante –ni que tres lustros después atestiguaría su enésima reencarnación–.
A principios de los años 50 del pasado siglo, Adela Martí y Lluís Feliu decidieron abrir un bar de pueblo en la planta baja de 'L’Aliança', un edificio que funcionaba a modo de sede del sindicato agrícola local: en las plantas superiores había despachos donde los payeses y los pescadores del río Ter se reunían para discutir sus intereses comerciales.
Entre billares, calamares a la romana, futbolines, vermús a la salida de la iglesia y máquinas del millón, los hijos de la casa fueron interiorizando la hostelería y unos cuarenta años más tarde, en los 90, los hermanos Josep Maria y Lluís junior ampliaron el negocio de sus padres abriendo una pequeña sala que atendían a modo de restaurante. Entonces, daban un servicio basado en conservas y charcutería de calidad y algún que otro plato sencillo pero sin pretensión gastronómica.
Los hermanos cerraron el bar de sus padres con el cambio de milenio y a partir de ahí se entregaron a la alta gastronomía –Josep Maria en la sala y Lluís en la cocina– en todo el espacio de 'L’Aliança'. Esta es la etapa que por casualidad pude disfrutar. En aquella época, este restaurante se convirtió en un destino gourmet del interior de Girona, donde se iba a disfrutar de una cocina con evidente influencia de los últimos coletazos de la Nouvelle Cuisine y del enorme Santi Santamaría.
La historia se truncó en 2013 cuando Lluís murió y los fogones se apagaron durante un año, tiempo que Cristina y Marina, las hijas de Lluís y sobrinas de Josep Maria, emplearon para tomar aire, acumular fuerzas y reinventar el local. Ellas optaron por recuperar el espíritu popular que sembraron sus abuelos, apostando por el espíritu informal y festivo de las tapas y los aperitivos en condiciones. Pero este establecimiento es como una cebolla, tiene capas.
En 2018, Alex Carrera, ex 'Celler de Can Roca' y pareja de Cristina Feliu, llega al restaurante con la intención de retomar el brillo extinguido con la muerte de Lluís. En esta nueva vida, Alex en la cocina y Cristina en la sala, forman un tándem que me recordó a lo sucedido en mi primera visita. La cocina es contemporánea y elegante, el servicio es próximo e informado y se ofrece una bien pertrechada carta de vinos.
La casa ofrece dos menús degustación y carta y, el día de la visita que genera esta crónica, opto por el Menú Tradició (60 euros), que contiene los platos más emblemáticos del restaurante. Los dos primeros pases homenajean al vermú con olivas líquidas, airbag de mejillones escabechados, bomba del perol y una curiosa, rica en umami y muy acertada, trilogía dedicada al champiñón. Son seis bocaditos que anticipan un menú en el que se sucederán cuatro platos centrales.
El primero es un delicioso filete de jurel marinado acompañado de una sopa fría de piñones tostados y encurtidos marinos. Le sigue una sopa de cebolla con crema de coliflor, huevo ecológico a baja temperatura y parmesano líquido. Ambos platos suben de nivel ingredientes humildes, práctica característica de una restauración inteligente.
El tercero de los platos centrales es un rape con crema de jamón ibérico, guisantes del Maresme y huevas de trucha. Se trata de un plato armonioso y sin sobresaltos, que sirve de transición a la muy acertada revisión del fricandó, guiso de la cocina tradicional catalana a base de carne y setas, que el cocinero elabora con costilla de black Angus deshuesada y cocinada a baja temperatura, glaseada con la salsa tradicional y refrescada con una declinación de nabo en tres formas. La degustación termina con dos pases dulces: un refrescante sorbete de bergamota con aguacate, yogur y manzana verde, y un milhojas de té lapsang con un largo y envolvente aroma ahumado.
En la ejecución de los platos y de la sala percibo la intención de continuar con el legado de los hermanos Feliu, padre y tío de Cristina, y de contextualizar las recetas en la actualidad, técnicamente, pero sin perder el sentido de lugar ni de sabor: la vida actual de 'L’Aliança 1919' es la prudente y cariñosa evolución de todas las anteriores, pero se atisba un futuro ambicioso y prometedor.
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