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“Nosotros empezamos como un restaurante de carretera hace 27 años y encantados de la vida, intentamos conservar esa esencia”, cuenta Raúl Barroso mientras saca un Oloroso de Martínez de la Riva de la primera bodeguita, que ya se les ha quedado pequeña. Ahora la usan para vinos de rotación pero una fila de botellas antiguas de Jerez atrapa las miradas hacia una de las baldas.
Frente a estas joyas, algunas con restos de polvo y la etiqueta prácticamente ilegible, un par de cámaras guardan impresionantes piezas de carne extremeña de entre 40 y 60 días de maduración, chuletón de Finlandia, chuletillas de cordero de Segovia, gulas, carabineros, gamba roja. Su padre, José Antonio, fundó junto a Carlos Víctor Zumajo este rincón sin pretensiones pero con producto, y Barroso lo tiene claro: "Estamos aquí para divertirnos".
'Las Esparteras' desde el coche es un sitio de carretera canónico, con su amplio parking y los toldos de siempre tras los que asoman las sillas del mesón, de madera calada. La sensación no cambia mucho al entrar: camareros poniendo desayunos a clientes habituales en su descanso del trabajo, familias que parecen venir de hacer gestiones y algún que otro viajero solitario que recorre la A-5 de manera puntual. "¿Cómo va la cosa esta mañana?", "Lotería hoy no quiero", "Un montado de lomo, por favor", se escucha junto al ruido de la cafetera. A primera vista no hay nada que diferencie esta barra de cualquier otra barra a pie de autovía, pero cambia la cosa cuando nos paramos a observar.
Conviviendo naturalmente con la escena cotidiana, en las paredes abundan productos de primera calidad y muy bien elegidos. Entre los jamones que cuelgan sobre la barra se observan los Cinco Jotas; en la pared, junto a la máquina registradora, las patatas fritas destacan en la tradicional lata de Bonilla a la Vista; y un gran escaparate muestra una selección de conservas de La Catedral. También hay pimentón de La Chinata, un armario con utensilios para fumadores, y dos grandes hornos de piedra asoman al final de la estancia. Con un par de vistazos nos damos cuenta de que no estamos en un comedor de una estación de servicio al uso, pero lo que termina de convencer es su bodega.
"Aquí había cuatro mesas y una ventana hasta hace cinco o seis años", cuenta Barroso abriendo la repleta bodega vista, esa urna junto a una de las puertas de acceso al local a rebosar de buenos vinos, muchos de ellos difíciles de encontrar. Champanes de pequeños productores, vinos nacionales con décadas de historia, amplia representación de los principales viñedos europeos, y una firme apuesta por la uva de la zona. Todo tiene un orden en este habitáculo en el que parece imposible colocar una botella más.
Barroso va mencionando, con el delantal puesto y cariño en la voz, sus vinos preferidos y las curiosidades más difíciles de conseguir. "Este champán tiene una acidez muy rica, no tiene prácticamente nada de azúcar", desliza mostrando un Egly Ouriet de entre sus 150 referencias de champán. Poco después muestra "los grandes de Francia" señalando una buena cantidad de borgoñas y burdeos -Petrus, Chateau Ausone, Chateau Margaux....-. De entre todos elige un Chambertin de 2011: "Nosotros intentamos tener cosas complicadas de conseguir, porque eso nos atrae clientes", confiesa, mientras reconoce que al ser un lugar de paso tampoco puede permitirse renunciar a lo más conocido.
También gustan y mucho en 'Las Esparteras' los vinos antiguos nacionales, tal y como atestigua, por ejemplo, un Vega Sicilia del 66; "indescriptible, un trago de historia", dibuja rotundo nuestro guía por esta suerte de pequeño mapa del vino. También con más de medio siglo de vida pero con origen italiano es otra de sus joyas más valoradas, un Gaja de 1964.
Y del Piamonte italiano, volvemos a lo patrio a partir de una esquina dedicada exclusivamente a vinos generosos andaluces. Saca de una caja individual de madera un amontillado superiorísimo de Martínez de la Riva como se sacan las cosas de mucho valor, mientras cuenta que es "un legado" porque solo se han hecho 70 botellas y que se lo va a beber "con amigos o con alguien que venga a disfrutar". Automáticamente dan ganas de ser los afortunados.
Tampoco faltan etiquetas de la zona, sobre todo Denominación de Origen Méntrida -única DOP de vino cultivada enteramente en la misma provincia- y Gredos. Uno de los favoritos de Barroso es Arrayán y aprovecha para destacar el trabajo de enólogos como Maite Sánchez, que se esfuerzan por darle prestigio a un vino que hasta hace poco se servía granel. La fruta manda en su añada de 2011 embotellada a menos de 30 kilómetros de donde nos encontramos, en Santa Cruz del Retamar.
Antes de salir hacia el comedor muestra un Jumilla de Bodegas Cerrón. Cuenta que lo lleva gente joven, que el viñedo se encuentra en un parque eólico y que, al encontrarse en la parte alta de la zona, da lugar a un vino muy fresco que aguanta muy bien. Dan ganas de pasar la mañana entre botellas, pero la cocina y el comedor también merecen una visita. Con la misma naturalidad y cuidado con el que hace un momento se hablaba de bodegas míticas, las cocineras del equipo -que alcanza los 40 empleados- vigilan las elaboraciones para el menú del día, que hoy lleva, entre otros platos, arroz con pollo y judías verdes.
Si dejamos perder la vista por el ventanal del salón, la vasta llanura termina en la Sierra Oeste de Madrid, botellas de vino sorprenden en cada rincón, y unos techos altísimos con vigas de madera prometen una de esas comidas acogedoras de las que cuesta salir. En cada detalle se percibe la filosofía de este lugar "de carretera con un salto de calidad". Una copa de Arrayán de 2011 acompaña al memorable torrezno para abrir boca. El huevo frito es de Cobardes y Gallinas; la trufa, de Trufas Alonso, y el pan, aún caliente del horno, de Panes con Alma (Viena La Baguette). Hoy tienen de masa madre madurada, de trigo sarraceno, de higos y de tomate.
Carlos Víctor Zumajo asa con mimo cochinillo y cordero lechal en los hornos de piedra y son el principal motivo de peregrinaje de la mayoría de sus clientes. Una apuesta segura. También se percibe buen hacer en las sabrosas alcachofas en aceite de oliva con jamón ibérico y en las verdinas con perdiz, melosas y con la carne en su punto. El sabor de la tarta de queso casera y el helado de frambuesa de Esneu se queda en el recuerdo en el resto de la tarde.
Hay algo que encandila especialmente cuanto uno se siente a comer en 'Las Esparteras' y es su variadísimo ambiente: una pareja de trabajadores con sus uniformes fluorescentes comen de menú al lado de un grupo de alemanes que van a cazar a una finca cercana y piden ibéricos sin freno. Este contraste enorgullece a Barroso casi tanto como su colección de vino: "hay gente que no lo entiende y ese cliente a mí no me interesa". Amén.
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