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Piel de lecha deshidratada y frita como un torrezno de mar; tartar de ijada de lecha con huevo semicurado en soja, curry verde, apio, cítricos, perlas de tomate, crumble de almendra y aceite de carbón; crema de ajo blanco con quisquilla de Cartagena osmotizada, remolacha y melón; callos de morena, elaborada en kamado, piñones y patatas fritas. Estos son algunos de los platos que Sergio de la Orden ofrece en 'El Mosquito' y que propone junto a unos salazones de curaciones medias de pescados del mar Menor –como el mújol, la lecha o el galupe– que elabora artesanalmente con su padre Isidoro y resultan adictivos.
Este año se ha lanzado a la piscina, reconvirtiendo la trasera del restaurante familiar en un bar informal con decoración marinera en el que dar rienda suelta a la creatividad. El abuelo de Sergio de la Orden fue uno de los personajes más sobresalientes de Cabo de Palos. El primero en convertir en negocio los típicos guisos de la zona –caldero y michirones, entre otros– que se elaboraban en esta localidad donde entonces no vivían más de 30 familias.
"Con las maderas y restos que recogía de la playa montó una caseta de pescadores para dar de comer a los que recalaban por allí. Se llamaba 'La Golia', pero como había tantos mosquitos terminaron por conocerlo como 'el mosqui', hasta que lo oficializaron en el año 1956", cuenta el nieto que está en pleno proceso de dar la vuelta al restaurante más famoso de la localidad, cuyo caldero excede los límites de Murcia y hasta se comercializa envasado por partes –el caldo, el arroz y el sofrito– para hacerlo en casa con garantía de éxito.
Este caldero, a diferencia de la mayoría, no es meloso sino seco. Se elabora con dos tipos de aceite, uno de sepia y otro de ñora, que se incorporan al caldo y revisten el grano logrando que quede entero.
Pero Sergio, tercera generación al frente junto con su hermano Isidoro, intenta sacar nuevos platos, algo que le ha hecho recuperar la ilusión por la cocina. "Llevaba aquí desde los 13 y estaba harto pero a los 24, José Cremades –de 'La Palera'– que estaba en I+D de 'Cabaña Buenavista' (3 Soles Guía Repsol) me llevó allí para hacer unas prácticas y me enganchó. Ahora tratamos mejor el producto y hemos recortado la carta para cuidar más los platos.
Ahora también se pueden desayunar tostadas con lomo de lecha curada a modo de jamón ibérico, que causan sensación. "Curo el lomo en sal. Lo envaso al vacío con sal, un 10 % de azúcar, ralladura de naranja y de limón y lo dejo tres horas". Todo un descubrimiento a seguir de cerca.
Roberto Chiale llegó desde Torino, su pueblo natal en el Piamonte, hace nueve años. Aunque proviene de familia de cocineros, no fue hasta que se encontró con su compatriota Giovanni en 2014, cuando decidió probar suerte por su cuenta en Cabo de Palos. Aquí se asentó por el amor a su mujer, pero ha sido la querencia de sus clientes por las pastas y pizzas artesanas que elaboran, lo que le ha acabado atando a este tranquilo enclave.
En este pequeño restaurante, tan auténtico que podrías pensar que estás en Italia, la mano de Giovanni en la cocina y la amabilidad de Roberto en la sala, forman un tándem ideal. "Hacemos siete tipos distintos de raviolis, lasaña, pizzas y hasta el pan. Tiene tanto éxito que lo vendemos para que la gente lo coma en casa", explica Roberto.
Los raviolis rellenos de ricotta y espinacas, o de secreto ibérico y foie, o los de almejas son excelentes. También las pizzas esponjosas y crujientes a la vez, bautizadas con los nombres de los pecados capitales. Los tagliatelle al nero di sepia o los gnocchi. El pan relleno de chorizo y provolone picante tiene lógico tirón.
Giovanni, que lleva desde los 13 años trabajando cuando su padre emigró a Alemania, se levanta de madrugada a sus 61 años y se pone a preparar las masas para que en unas horas se sirvan tan frescas como a él le gustan. "Mira que brazos tengo de tanto amasar. Trabajarlas bien requiere fuerza física. Tanto la harina, como el tomate y la mozzarella son italianas", cuenta a media noche con los clientes ya acabando, mientras observa el éxito en cómo dejan de relucientes los platos.
Y para quienes sean más de vegetales, la ensalada de burrata con berenjena, canónigos y piñones con salsa de tomate seco, anchoa y aceite resulta sorprendente, como la de pulpo al horno sobre una base de rúcula y vinagreta de limón.
Se puede decir que José Cremades va camino de convertirse en el boss de Cartagena a toda velocidad. Empezó hace tres años abriendo un chiringuito, 'La Cangreja', en La Manga, con un concepto joven y desenfadado de excelente factura. Mientras lo compaginaba con su puesto en I+D en 'Cabaña Buenavista', puso en marcha 'La Palera' en Cabo de Palos, capitaneando un movimiento de renovación que se echaba de menos en la zona. La pasada temporada estrenó 'Blue Fish' también en Cabo de Palos y este mismo año ha abierto en Cartagena 'La Cangreja' en versión urbanita.
El menú es un pasaporte, para que estés avisado de que la cena será un viaje gastro por lugares lejanos con ingredientes murcianos. El concepto es ofrecer una propuesta muy apetecible y para compartir, elaborada con técnicas de alta cocina y mezclas sorprendentes. "Cook slow, eat fast", como reza su eslogan. La carta huye de primeros y segundos platos y se clasifica en torno a fríos, calientes y los easy run.
"Este año he intentado dar un giro a la carta, introduciendo más músculo al producto. 'La Palera' siempre se ha caracterizado por elaboraciones internacionales bien trabajadas pero quizá nos faltaba presencia de producto, tratado desde el clasicismo francés y una mixtura importante de Asia e Iberoamérica", explica Cremades.
El udón de bogavante a la brasa, mantequilla de sus corales y thermidor, el pichón pop corn, crema de maíz ahumado, mezcal, elotes y trufa o el tuétano, steak tartar y holandesa son un ejemplo. Las carrilleras de merluza con kafir, feta y pepinillos, los dumpling de magra con tomate y perejil, espetón en tempura o el conseguidísimo mochi de carrillera, apio encurtido y mostaza verde muestran también la voluntad de romper con la tradición sin perderla de vista.
Los barquitos pesqueros con sus cascos amarillos o verdes pasan sí o sí por la bocana del puerto, al salir y al llegar. Esa es la vista, en primera línea, de quienes se sientan a comer, cenar, picotear o tomar una copa a pie del espolón. Es el tercer verano para Rubén Dávalos al frente de este restaurante informal, que funciona como un tiro desde que lo abrieron en plena Navidad, desafiando la temporada baja.
"Aquí ya había buenos restaurantes, como 'La Tana', 'Miramar' y 'El pez rojo', por lo que hacerles la competencia no tenía sentido. Actualizamos el concepto de arroces, frituras, pescados y nos centramos más en cena, con tatakis, wok, pastas, dando un punto de modernidad pero salvaguardando la esencia del pueblo. Los emplatados son sencillos, en barros y madera que van con el entorno, que es muy natural".
Madera, microcemento y hierro le dan un aire actual que atrae como un imán a un público joven que va a bucear o a hacer senderismo, al que se une la colonia inglesa, que vive durante todo el año en el cercano Club de Golf, cartageneros y turistas nacionales en verano. Después del golpe de vista inicial, una carta diferente a las clásicas de toda la vida apetece por su vocación de gustar a todo el mundo.
Los arroces triunfan, sobre todo el de pluma y boletus, lo mismo que los chanquetes de la huerta –verdura fina en tempura– y el pulpo frito, que es una de las estrellas del establecimiento. Los pescados del entorno a la sal son comanda habitual entre los extranjeros.
Y a la hora del postre, la mayoría vota el Asiático, una versión del mítico café de la zona, con una capa de café, otra de leche merengada y la última de Licor 43, que por algo nació en Cartagena.
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