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Qué gusto encontrar oasis en los que te hagan sentir un comensal cuya única pretensión es tomar apetecibles platos elaborados con un buen producto. En los que te atiendan con una sonrisa y el camarero te mire al pasar a tu lado para interesarse por si necesitas cualquier cosa.
Algo tan básico, sin embargo, se convierte en misión imposible en destinos tan turísticos como La Manga, en los que se considera que el cliente tiene que conformarse con lo que sea. Pero como el que busca, encuentra, hemos seleccionado para ti estos cuatro restaurantes que lograrán que te reconcilies con esta lengua de arena, de 24 km de largo y entre 100 m y 1 km de ancho, bañada por el mar Menor a un lado y el Mediterráneo al otro.
Alegría, dinamismo y un cartel gastronómico que confirma que David López, del murciano 'Local de Ensayo' (1 Sol Guía Repsol), no renuncia a un alto nivel de exigencia y calidad en cada uno de sus proyectos. Abierto desde Semana Santa de 2021 en el complejo Tasty Trips, donde se ubica también la mítica discoteca al aire libre 'Trips' de La Manga del Mar Menor, sentarse en una de sus mesas es un auténtico placer. David está pendiente para que nada se le escape. Él mismo acaba a la vista del comensal una espectacular ijada de atún de La Azohía (Murcia), la última almadraba del Mediterráneo, tocada con brasas al momento y con salsa ponzu casera.
"Quería una línea diferente a 'Local de Ensayo', más informal. Mezclamos la cultura manchega con el Mediterráneo de Murcia. Hay lumbre, casquería y productos frescos de temporada muy seleccionados" explica David, entre las caras de satisfacción de los clientes que llenan cada día el restaurante para probar ese juego que propone el chef. Así el clásico atascaburras se presenta sedoso, como relleno de un crujiente buñelo.
El gazpacho manchego o galianos, originalmente a base de torta de cenceña y carne de caza menor -perdiz, liebre o conejo habitualmente-, se convierte en un guiso marinero sin perder su identidad. "Los gazpachos marineros ligeramente anisados tienen un punto afrancesado, igual que los mejillones de mantequilla y hierbas o pintada de las Landas a la brasa con un puré Robuchon y una salsita de foie con frambuesas e hinojo", cuenta López sobre sus platos.
En la propuesta de 'Ajo y Agua' no podía faltar un caldero con galupa de Calblanque, gamba roja, mucha ñora de Murcia y arroz de Calasparra "que nos asegura un grano más al dente y más cremoso, que absorbre cinco de caldo por una de arroz. El caldero se hace a fuego muy fuerte, chupa más caldo y resulta más concentrado el sabor. Es muy importante que el centro del grano esté durito y que se quede meloso para que cuando lo sirvas se abra en el plato. Lo acabamos con un taquito de mújol cuajado al momento y un alioli verde de perejil".
El brioche de vaca madurada, las ostras de Sebastien a la brasa con salsa Chamoy, las untuosas huevas de bonito y de mújol, maduradas en casa, o la oreja de cerdo glaseada hay que probarlas en una o varias visistas, porque seguro que vas a volver. Como jefe de cocina y apoyo de David está Lautaro Bravo, con 20 años de experiencia en cocinas como la de Pedro Larumbe, Chicote o 'Annua'. Y en sala, Isa Bueno y Tiziana Latorre, atentas a que nada falle y menos en una carta de vinos escueta pero repleta de sorpresas.
Cuando José Cremades pisó este chiringuito elevado sobre la cala del Turco tuvo claro que era el lugar que andaba buscando. Los atardeceres en el Mar Menor saben mejor sentado en una de sus mesas de madera, picando algunos de los platos que con tanta personalidad elabora su equipo. "Es una mezcla entre la creatividad de 'La Palera' y el enganche con el Mediterráneo de 'Blue Fish' -sus dos proyectos anteriores-. Producto del entorno con el mestizaje de otras culturas y la diversión de 'La Cangreja'", cuenta Cremades con el entusiasmo que le caracteriza a los diez días de abrir mientras el sol se oculta y van saliendo las apetecibles elaboraciones.
Si vas al mediodía los arroces con los granos de Edu Torres de 'Molino Roca' no fallan. Arroz con matanza de almadraba; de pichón, bogavante y foie; o el caldero de pato y anguila, son top. El ceviche de lecha o pez limón y el tartar de atún rojo cortado en hermosos tacos, ambos de la almadraba de La Azohía, aderezados en su justa medida, resultan perfectos para abrir la sesión de noche. El bogavante a la andaluza, suquet thai de sus cabezas, pan roti y alioli de kafir será un final ideal, después de probar la caballa marinada con gazpacho de remolacha y gel de chia, las gyozas de conejo con hoising de frambuesas, las infladitas de chatito 'kill bill' y ajiguate y las espardeñas a la brasa con papada Joselito y salsa perigox.
También hay brasas para que lubinas, albacoras, lechas, rodaballos o doradas adquieran un ahumado natural, y potenciar el sabor de la chuleta dry aged o la presa ibérica. Y para rematar se puede subir a la atalaya en la que Cremades ha montado un cocktail bar para disfrutar de la compañía y las estrellas. A pie de playa hay una pequeña sucursal de su exitosa 'Cangreja' para pedirse una ensalada o una hamburguesa con los pies enterrados en la arena.
Al final de La Manga, donde el mar Mediterráneo y el Menor se abrazan después de 24 kilómetros de separación, surge este chalet que bien podría ser portada del Wallpaper o escenario de un película de James Bond. Construido en los años sesenta por el arquitecto Fernando Garrido y encargado por el que fuera predecesor de Vicente Calderón al frente del Atlético de Madrid y ministro de Comercio en la última etapa de Franco, Agustín Cotorruelo, de esa solitaria casa en una Manga todavía virgen, entraban y salían Suárez y otros políticos de la época con los que se preparaba la Transición.
Allí, en el espacio protegido de las Salinas y Arenales de San Pedro, una familia de La Puebla de Don Fabrique (Granada), uno de esos pueblos que de tan próximos a la comunidad vecina adoptan hasta el acento, se instaló hace 10 años.
"Nuestros clientes agradecen estar tranquilos y comer bien. Tenemos una doble cocina, una más informal y otra más elaborada. Nos gusta cuidar el producto local. Las lubinas son de aquí al lado, de los Encañizares, que debe su nombre al método de pesca que utilizaban los romanos basado en crear un laberinto con cañas donde entra el pescado salvaje y no sabe salir. Se pesca entonces vivo con un salobre y se sacrifica sin sufrimiento", relata José Antonio Trujillo.
El abuelo de José Antonio montó en 1985 unas cabañas en Collados de la Sagra, el segundo pico más alto de Andalucía, que terminó convertido en un confortable hotel de invierno al que la gente de Murcia y Levante acudía a ver los primeros copos de nieve, debido a la cercanía. "De pequeño veraneaba por aquí con mi familia, así que fue algo natural ampliar el negocio con la gestión primero de Roda Golf en Los Alcázares y hace diez años con este Beach Club en La Manga".
Hay que pedir las marineras –ensaladilla rusa murciana y anchoa sobre una rosquilla– y los salazones para sentirse un local, y los gazpachos de cereza, mango y fresón para evidenciar que uno conoce la seña de identidad, pues son tan demandados que hasta han comenzado a envasarlos.
"Los arroces, el atún en temporada, el tiradito de corvina con hinojo y eneldo, la lubina frita entera en adobo, el steak tartar con sus encurtidos y trio de mostazas, son algunos de los platos que más gustan", concluye José Antonio entre el trajín de un domingo al mediodía. Al caer la noche, el ambiente muta y las mesas dejan paso a las copas, acompañadas de una brisa cómplice que alarga la fiesta hasta la madrugada.
Dormía por las noches sobre las mesas del chiringuito por si se las robaban. De eso hace 42 años. Los que han pasado desde que Pieter Van Driel llegara de Holanda a La Manga con 25 años.
"Era muy regatista y llegó aquí para participar en alguna prueba y se quedó. No había nada. Ni luz ni agua caliente. Aquí conoció a mi madre, que es de Barcelona", recuerda su hijo Alex, que lleva el negocio familiar a orillas del mar más caliente, entre palmeras. Ahora Pieter, a los 67 años, ha decidido disfrutar aún más de la vida y ya no se le ve casi por uno de los restaurantes más acogedores y cuidados de la zona.
Comenzó siendo una escuela de vela ligera con un chiringuito en el que se asaban sardinas y se preparaban hamburguesas, en el que la singular personalidad del dueño resultaba un imán para tantos clientes en busca de un reducto joven y hippy chic, sin ni siquiera pretenderlo, en el que las noches se estiraban hasta el amanecer.
El enclave sigue siendo el mismo, pero ahora se come caldero, entre otros arroces murcianos, ensaladas refrescantes, pescados del Mar Menor que solo se encuentran en esa zona y los sábados y domingos la institucionalizada barbacoa en exclusiva, para la que cuesta reservar mesa.
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