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En los años 60 el Paralelo barcelonés era un hervidero de teatros donde uno podía ver toda clase de espectáculos, especialmente relacionados con el mundo de la revista, un género que murió con el mismo tempo que los propios teatros. Medio siglo después, cuando el barcelonés de a pie ya pensaba que la zona sería un recordatorio de lo fácil que es sumergirse en la decadencia, la gastronomía resucitó el barrio (Poble Sec) hasta convertirlo en la zona de moda de la Ciudad Condal.
Los primeros en llegar fueron los hermanos Adriá, que no necesitan presentación: creadores de 'El Bulli', genios de la nueva cocina y exitosos emprendedores. Albert y Ferran se plantaron en el Paralelo con toda la artilleria. Un restaurante, una vermutería, una coctelería y media docena de proyectos que incluyen hasta una escuela de cocina que esperan convertir en un referente mundial (y que debería abrirse -si las previsiones se cumplen- en algún momento del primer trimestre de 2017). 'Tickets', 1841, la 41 (ahora cerrada para ampliar el Tickets) y el gentío que arrastraron hasta la zona, incluyendo a un buen número de celebrities, convencieron a muchos otros de seguir su camino.
En 2016, la zona es un hervidero en el que los fines de semana se funden el cliente de garito de toda la vida, el hipster, y el amante de la gastronomía de alto nivel. Uno puede empezar con una copa en 'Hiroshima', un bar de cocktails consistentes que lleva la firma de los dueños del Apolo, una de las discotecas más famosas de Barcelona, centro de peregrinación de melómanos impenitentes. Con un ambiente tranquilo, muy alejado de algunos de los locales más turísticos del centro, Hiroshima es un punto de encuentro pre o post cena, que además ostenta precios razonables: otra de las ventajas de atreverse a alejarse del centro de Barcelona (en un barrio conectada además de forma extremadamente práctica con las tripas de la ciudad. Basta con localizar en el mapa la parada ‘Paral.lel’ y apearse allí).
En Poeta Cabanyes, a cuatro pasos de los citados cócteles y a ocho de Tickets, ha abierto sus puertas un bar de esos que los parroquianos de toda la vida llaman ‘con personalidad’. 'La Chana' es un local con alma gaditana y -probablemente- los mejores boquerones de la ciudad. Materia prima de muchos quilates, servicio simpático (un extra en Barcelona, ciudad en que en ocasiones resulta complicado ver sonrisas junto con la carta. Palabra de barcelonés) y un local pequeño, incómodo y maravilloso. Para tomarse una caña allí un fin de semana hay que armarse de paciencia y es mejor ir a primera hora. La otra opción, clásica, es irse al 'Quimet y Quimet', a un minuto, en la otra acera, un clásico de la ruta del vermut barcelonés con más vinos de los que se pueden procesar en una sola visita y magníficas tapas frías que incluyen unos berberechos extraordinarios y unas patatas para dejar de parpadear.
A pocos metros de 'La Chana' (la calle se empina como el Tourmalet, hay que tomárselo con calma) se encuentra otro de los restaurantes de moda de la zona, que repite con el acento gaditano: 'Palo cortao'. La cocina del Palo cortao se las apaña para manejar una gastronomía pegada al terruño sin dejar de añadirle gotas de lo que algunos llaman ‘modernidad’. El tataky de atún sobre crema de ajo blanco es tan suculento como cualquiera de sus arroces, por no hablar de un jamón cortado a la perfección y a cuchillo.
Magnifica carta de vinos y un local contemporáneo pero cálido, casi un milagro. Si a alguien le apetece darse un rodeo, muy cerca de allí, en la calle Margarit, han abierto una cantidad insana de bares y taperías dedicas al noble arte de empacharle. Es una zona llena de terrazas, con vocación peatonal y multitud de opciones: del pincho de toda la vida a las bravas en plato hondo.
Unas pocas calles más arriba, con la respiración agitada, los valientes sin miedo a caminar un poquito más pueden disfrutar de dos de las apuestas más solidas de un barrio dedicado enteramente a cuidar de los estómagos locales: 'Casa Xica' y 'Xemei'. El primero es una apuesta de culto, una mezcla imposible entre la tradición catalana y la cocina asiática con un uso descomunal de los ingredientes clásicos, de los niguiris al cous-cous, del arroz a los moluscos. Un restaurante de clientela abrumadoramente local, ideal para compartir (todo son platillos) y con unos postres de impresión.
Del otro, el 'Xemei', solo se pueden discutir los precios (no es para todos los bolsillos). Su pasta, heredera de siglos de tradición veneciana, podría pertenecer a otro planeta y la carta es pequeña pero matona. 'Xemei' es con seguridad uno de los mejores restaurantes italianos de Barcelona aunque últimamente la competencia sea dura. Recomendable el espagueti al nero di sepia y a la vongole (almejas). Dos clasicazos para un local pequeño, a veces impracticable (la decoración está algo de mode) pero que fue de los primeros en apostar por el barrio y sigue contando con una clientela fiel.
El Paral.lel es ahora el núcleo de una ciudad que ha empezado a abrirse por los extremos, preocupada por la saturación de sus arterias históricas. Ir allí y quedarse con hambre es cómo esperar que la Sagrada familia esté lista en unas semanas: imposible.