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Tarraco, la ciudad imperial que en tiempos de los romanos fue una de las bases de Hispania, es en el siglo XXI un imperio de naturaleza completamente distinto. Gracias a un clima privilegiado, una ubicación geográfica extraordinaria y un agua de mar con temperaturas suaves, la urbe, que un día fue capital de Citerior, es hoy una potencia turística de primer orden que cada primavera empieza a afilar las garras con un sector en excelente estado de forma.
Para celebrar los Juegos del Mediterráneo, que se celebrarán del 22 de junio al 1 de julio en 16 municipios y que reunirá a representantes de más de 30 disciplinas deportivas, 4.000 deportistas de 26 nacionalidades distintas, 1.000 jueces, 1.000 periodistas, 3.500 voluntarios y donde se esperan más de 150.000 espectadores, proponemos una ruta gastronómica de esas en las que hay que congeniar la necesidad con el deseo: en Tarragona se come bien, con una espectacular materia prima, y uno puede acabar por ingerir su peso en viandas. Para evitarlo, nada mejor que decidir qué le apetece y rodearse de personas sensatas, que sepan cuándo es hora de volver por donde han venido. La otra alternativa es también atractiva, pero no nos hacemos responsables del resultado final: está todo demasiado bueno.
Empecemos por la que es –seguramente– una de las plazas más populares de la ciudad, una de las más transitadas y la más tentadora para los amantes de la tapa: la Plaça de la Font. Aquí hay una tonelada de opciones para el hambriento: desde el clásico pollo asado al arroz de mil clases, pasando por los cocktails con guarnición (a saber, una variación moderna del vermú con algo más de elaboración) o la inevitable caña con unas patatitas.
Nuestros favoritos en esta plaza, advirtiendo al respetable de la necesidad de acercarse prontito a jamar o arriesgarse a una espera prolongada, especialmente ahora que se acerca el buen tiempo, son dos sitios en los que la tapa y el platillo son los dominadores de la escena.
El primero se llama 'Quattros' y es todo un clásico hispalense, que además ofrece un plus visual a la presentación (algo que se agradece). Allí se toman un pollo exquisito con un rebozado de la casa y una vinagreta de mostaza, de esas de acabar lamiéndose las huellas dactilares, un bacalao al horno con patatas, que quitaría trascendencia a cualquier disgusto, y unos huevos rotos con foie que provocan espasmos en los lagrimales de cualquiera con un mínimo de sensibilidad gastronómica.
Marina y Juan, que llevan el timón del establecimiento, rematan la jugada con una bravas que pasan por ser una receta secreta de la casa ("podríamos explicártelo pero en la cocina nos matarían") que parece girar en torno a una salsa de alioli de deliciosa consistencia y que seduce al olfato con la elegancia de un perfume distinguido. La terraza de 'Quattros' es una auténtica maravilla, grande y bien pertrechada pero –repetimos– no vaya tarde o acuda con el dosímetro de paciencia al límite.
No lejos de allí, en el mismo lado de una plaza con una densidad humana a veces abrumadora, se encuentra la otra gran apuesta foodie de este rincón de Tarragona: el 'Txantxangorri', al que todos llaman el 'Txantxan'. Es un lugar en el que se sirven porciones abundantes de clásicos inmortales, como una fresquísima ensalada de cebolla y tomate con ventresca (en la que uno recuerda con satisfacción que a veces el tomate sabe a tomate y la cebolla a cebolla).
El mánager del local, Magin, saca de la cocina manjares a velocidad de vértigo: de un estupendo queso de cabra, a unas espléndidas albóndigas de ternera que obligan a pedir ración extra de pan, pasando por el rabo de toro o los maravillosos (por tiernos y gustosos) tacos de solomillo de vaca con salsa a la pimienta o sus huevos rotos con jamón. Lo dicho, clásicos. Con una terraza potente y un comedor interior para aquellos que prefieren el sosiego que proporcionan las paredes y el cristal, el 'Txantxan' es un antídoto extremadamente efectivo contra el estómago vacío.
Ahora bien, si uno lo que quiere es lo que en estas tierras llaman entaular-se (sentarse a la mesa, de un modo más tradicional, con primeros, segundos o lo que se tercie) le aconsejamos dirigirse al Serrallo. El Serrallo es el barrio de pescadores de Tarragona, fundado a mediados del siglo XIX y cuna de esos restaurantes en los que el arroz es una religión y el marisco un arte. Al Serrallo se puede llegar desde el centro urbano con un bonito paseo de media horita o acortar los plazos y recurrir al transporte público o al taxi. Muchos tarraconenses se dedican a vermutear en la zona de Las Ramblas o la mencionada Plaça de la Font, para después comer, según marcan los cánones, en la zona marinera de la ciudad.
El Serrallo acoge una buena cantidad de restaurantes en los que se sirve una excelente materia prima y destaca especialmente por eso: del Mediterráneo a la mesa, con elaboraciones que dejan al descubierto la bonanza del producto. Si eso es lo que apetece (el arroz, el pescado, el marisco) el 'Xaloc' es una apuesta que no falla. En la casa de Xavier Veciana Vidal, un pescador que gestiona su restaurante como si fuera una barca "en los buenos y en los malos tiempos, con rumbo fijo" y que atiende las mesas con la veteranía del que lo ha visto ya todo, pero sigue al pie del cañón.
La extraordinaria cocina del 'Xaloc' arranca con un nigiri de boquerón que es simplemente insuperable, sigue con una ensalada de atún, mango, cebolla, pepino y tómate en la que los ingredientes se ponen de acuerdo de un modo sorprendente y finiquita esta primera tanda con dos recetas sensacionales: la gambeta panxuda –una notable gamba local que se sirve salteada–; y los chipirones con habitas de Tarragona, un plato en el que recrearse.
Veciana nos recuerda luego que en su local se sirve el mejor romesco del barrio, de la ciudad y de la comarca. Para demostrarlo, presume de una vianda descomunal: el rape con patatas y esta salsa (que normalmente se elabora con tomates, ajos, pimientos, almendras, avellanas, romero, aceite de vinagre, sal y pimienta, pero que varía de pueblo en pueblo y de casa en casa): la intensidad del sabor es indescriptible y el hecho de que el rape sea más fresco que una nevera en verano potencia incluso más este guiso. Si va a pedir un solo plato, que sea este.
Finalmente, el arroz caldoso Perelada (en el que todo viene ya pelado y que incluye excepcionales gambas) está ejecutado a la perfección, al punto justo de sal, con un arroz de textura espléndida y un jugo que obliga a mojar pan y más pan, hasta que el huésped no pueda engullir ninguna otra miga. De postre, las trufas de licor o la crema catalana son recomendaciones que no lamentarán.
Pero si lo que busca el visitante es algo inesperado en un barrio tradicionalmente ligado a la cultura del arroz, el Serrallo tiene una sorpresa: 'El Taller'. Este local tomó el lugar de un viejo conocido de los fieles del barrio, 'Cal Brut'. Pero donde aquel era un establecimiento tradicional, 'El Taller' ha apostado por algo tan rupturista como la cocina nikkei (fusión de cocina japonesa y peruana).
Reabierto en abril de 2017, después de una primera etapa dubitativa, y reforzado por la victoria en un popular concurso gastronómico de la televisión catalana, este restaurante que comanda con innegable carisma Óscar García rompe con los cánones de lo que debe ser un local de pescadores, para tratar de buscar su propio lugar en el imaginario de la ciudad y –la verdad sea dicha– la jugada le sale muy bien.
Allí catamos un póquer de manjares insuperables, gracias al magnífico (des)empeño del chef Jorge Miguel: empieza con unos espectaculares espárragos blancos a la brasa, acompañados de láminas de atún marinado y mayonesa de jamón, seguido de un plato que por si solo justifica la visita al local: la corvina en ceviche marinada en lima, ají amarillo, cebolla lila, maíz crujiente, boniato y cilantro.
El tercer as no le va a la zaga: una espectacular okonomayaki, que no es otra cosa que una tortilla nikkei de pollo a la brasa, con salsa huancaina y escamas de bonito. Para acabar (y hay que dejarse un hueco para ello): la piña natural, chantillí de coco y tofe. Que nadie olvide consultar a Óscar si quiere disfrutar de un buen vino; con una carta de más de 60 referencias y la sapiencia de este jefe de sala, no hay fallo posible.
Una última cosa: los precios de Tarragona son sorprendentemente buenos, sobre todo para el que esté acostumbrado a las tarifas de Barcelona o Madrid. Aquí uno puede darse el gustazo de comer a lo grande sin necesidad de alterar el presupuesto. No dejen de comprobarlo.
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