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A pesar de que se come bastante bien en muchos de los bellos pueblos de la plana ceretana (ej. La Torre del Remei en Bollvir, Ca l’Eudald en Alp, o DAS 1219 en Das), o en su capital Puigcerdà (ej. La Cava o Tap de Suro), las cotas gastronómicas más altas de La Cerdanya se alcanzan en Llívia. Se trata de un reducto español en landas francesas, fruto del tratado de los Pirineos de 1659 (como el Valle de Arán), que demuestra que, como mínimo en lo gastronómico, ese fue un buen trato pues, bien perdida estuvo Flandes si por los siguientes tres restaurantes fue.
La trumfa es el tubérculo ganador (la patata) en ceretano, el triunfo es la mano ganadora en la brisca y también es la apuesta más segura en la restauración de La Cerdanya. En este restaurante, dos viejos conocidos (Pau Gascons y Àlex Molas ya habían coincidido en la escuela Joviat o en los fogones del restaurante Aliguer de Manresa) ofrecen una propuesta gastronómica rebosante de esa triple B de la restauración que todos anhelamos pero que suele ser más esquiva que el Santo Grial. Todo lo bueno, bonito y barato de Trumfes se mastica en su menú del día, a la carta o sucumbiendo a sus recurrentes menús temáticos (ej. caza, trucha, setas, atún o trufa).
Una cocina viva, honesta y sabrosa de la que, en compañía de una excelente carta de vinos (si confiáis en Àlex, un cocinero aquí vestido de maître, triunfaréis), podréis disfrutar a través de sus raviolis de butifarra del Perol, sus canelones de faisán con salsa de trufa, su escudella (cuatro días de “chup chup” son su secreto) o su espaldita de cochinillo con patata al caliu y mayonesa de mostaza. Otra excelente elección son sus platos de mar y montaña (uno de los mejores, el de vieira, setas, tirabeques y fondo de carne), arroces (de los más celebrados, el de sepionetes) o platos de caza (si apuntáis al pichón o al ciervo, daréis en la diana). De postre, la torrija, el babá al ron, el coulant de avellanas o sus originales helados caseros os dejarán un buen sabor de boca.
Precio medio: 35€-45€
Un francés de adopción (Albert Boronat, curtido durante una década al lado del genial Ducasse) y una bretona (Mélina Allair) que se conocieron y enamoraron cuando trabajaban en el parisino Hotel Crillon, decidieron, hace algo más de un par de años, seguir comiendo perdices en tierra de él, pero con pie y medio en la de ambos y, por eso, Llívia les iba como anillo al dedo para iniciar su proyecto común: l’Ambassade de Llívia.
En este restaurante se respira calidez y montaña, y se degusta una refinada cocina de bistró à la carte o con su menú degustación, en la que destacan su pâté en croûte de pato e higos, o su terrina de pollo de corral y foie, su versión afrancesada de la sopa de cebolla, su cocotte de arroz y liebre a la Royale del Senador Couteaux, o su filete de ciervo a la pimienta con frutas asadas. Cualquiera de sus postres es recomendable: quesos, babá, suflée de chocolate… Todos, de 10.
Precio medio: 40€-50€
Hace casi 20 años que, en una antigua quesería, Marta y Juanjo ofrecen una interesante propuesta gastronómica basada en la leche, grandes carnes y platos de montaña puestos al día por su chef Jordi. Y para platos que son la leche sus raclettes o fondues (de setas, de carne de oveja de Meranges, de queso camembert o la tradicional suiza), su trinxat de La Cerdaña con papada de cerdo o sus canelones, sus carnes a la piedra, su pato de bellota con peras al vino tinto, o su pintada rellena de setas. También merecen la pena postres como su tarta tatin, o su yogurt y mató de elaboración propia que, de querer un bis -y lo querréis- pueden adquirirse en su tienda.
Precio medio: 35€-45€