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Nació en 1959 como un pequeño restaurante para hacer un paréntesis entre Madrid y el norte de España y hoy ha sabido crear una identidad propia. De su cocina salen los platos castellanos más tradicionales, como la morcilla de Burgos frita o el corderito lechal asado; y al mediodía ofrece una gran variedad de pasteles y repostería clásica que se elabora todas las mañanas.
Recomendamos el restaurante para un pit stop más largo –incluso, es posible dormir en el hotel y desayunar al día siguiente en la habitación, el porche o junto a la piscina– y para una toccata e fuga está su bar (abierto durante todo el día) con una carta de raciones, pinchos y bocatines.
Dan ganas de buscar un pretexto para salir de la carretera y disfrutar del oasis en el que se encuentra la finca donde los hermanos Pedro Mario y Óscar Pérez ponen en marcha, con imaginación e inspirados por sus viajes, una cocina con productos de la tierra.
Hay distintas opciones de menús y raciones en una carta que cambia con cada estación, respetando los platos que se han convertido en clásicos del lugar, como los canutillos de cecina o el lechazo asado. Por cierto, los niños son más que benvenidos (y alimentados) con un verdadero menú infantil. Otro plus: la calidad de su bodega, cargada de vinos de Castilla y León, España y el mundo, así como su sorprendente selección de vinos de Jerez.
En pleno corazón de la Ribera del Duero, en el interior de Bodegas Cepa 21, el cocinero Alberto Soto lleva a la mesa las recetas de su infancia que se transforman en sabores genuinos que se quedan en la memoria de los comensales. Su propuesta gastronómica, una combinación perfecta entre tradición y modernidad, le ha hecho merecedor de 1 Sol Repsol y del premio Mejor Cocinero de Castilla y León, concedido por la ACyL.
Desde sus comedores podemos disfrutar de unas magníficas vistas de la muralla (hay quien dice que son las mejores), mientras degustamos cualquiera de los platos, tan ricos y originales como la tortilla de patatas con almejas. Ineludibles sus alubias y las carnes de la zona y, además, tiene una de las mejores cartas de vino y licores del país.
Un hotel gastronómico con una excelente cocina que combina las recetas clásicas –como las alubias viudas de Saldaña o la paletilla de lechazo entreasado– con elaboraciones en las que son protagonistas los Alimentos de Palencia.
Atención, viajeros: en el restaurante se organizan jornadas gastronómicas de caza y setas, en otoño; del cerdo y su matanza, en invierno; con verduras, en primavera y atún rojo de Barbate, en verano.
Con Gloria y su esposo Elías en la cocina, El Empalme es el lugar perfecto para probar la más auténtica cocina micológica, donde las preparaciones solo acompañan a setas y hongos, respetando su sabor. ¿Qué pedimos? la crema de cantharellus con perdiz; corzo o ciervo con saúcoy trompeta;y el helado de rosaode boletus.
Si no nos topamos con el lugar nada más llegar a Mingorría (que será difícil), bastará con bajar las ventanillas y buscar el origen del delicioso perfume que desprende su chuletón a la parrilla, que está a la vista del comensal. No queremos olvidar que están especialmente orgullosos de sus asados, del cabrito de Candeleda o el lechazo; también de sus pucheros –como las judías del barco o el cocido–.
Cocina de proximidad y de la tierra e ingredientes de calidad servidos en formato menú del día en un restaurante de carretera. Esta es la receta de Venta Nueva, que siempre ha sido un referente en la N-122, una de las rutas transversales del norte de España. Con su actual chef, Luis Arroyo, se ha vuelto famoso por el torrezno de Soria, posiblemente el mejor del mundo en estos momentos, y por su croqueta de torrezno, premiada en las Jornadas de la Tapa de Soria 2016.
Con Alba de Tormes en el horizonte seguro que setas, caza y pescados de agua dulce saben mejor. Al menos es lo que nos ha pasado en este hotel-restaurante donde, en otoño, el guiso de codorniz o la estupenda becada ya merecen una parada. Los amantes del pescado disfrutarán con elaboraciones a partir de la trucha del Tormes y los de las verduras con sus alcachofas. Fuera de carta, consultad al camarero si ese día puede ofreceros una tapa de sangre encebollada. Si tenéis suerte, no la olvidaréis en la vida.
La carta, generalmente cantada por el personal de sala, varía en función de la temporada y de lo que ofrezca ese día mercado. Aunque no faltan toques de cocina creativa, son sus platos más clásicos (sobre todo los de cuchara) por los que es más conocido.
Un dato interesante: solo los domingos o en días de fiestas hay un surtido de tapas que sale a la barra a medida que se consumen y que tienen el mismo nivel de calidad de producto y de elaboración que el resto de la cocina de la casa.
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