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¿Nos sigue dando vergüenza pedir en los restaurantes las sobras de nuestra propia comida, la que hemos pagado y que va a ir a la basura, o la botella de vino que todavía está por la mitad? Pues parece que sí. Ni siquiera apelando a la sostenibilidad se impone la costumbre de pedir que nos pongan, en un recipiente para llevar, lo que no hemos podido consumir. Por lo que sea.
Esto de pedir las sobras, hace unos años, no era tan fácil. No tenían recipientes adecuados en los establecimientos y cuando comía sola y me sobraba, por ejemplo, la mitad de una deliciosa paella para dos, me la envolvían en papel de aluminio después de mirarme raro o, al contrario, sonriéndome encantados por la ocurrencia. En otra ocasión tuve que pedir una chuleta -también para dos- y, de nuevo, me sobró la mitad y me la dieron en la bandeja con la condición de que después se la devolviera.
Pero hace no mucho, disfrutando con los amigos de un menú estrecho y muy largo en un restaurante de alta cocina, al llegar al postre y pedirlo para llevar porque no podíamos más, nos los envasaron al vacío con plato incluido para que no perdiese mucho la forma; cosa casi imposible, pero agradecimos el detalle. Con el vino es diferente, es más fácil llevarse una botella, además, en los grandes restaurantes, veíamos a los comensales extranjeros llevándosela -ya fuera un sencillo vino de la casa o uno de esos que para nosotros suponía gastarse medio sueldo en el maridaje- y terminamos imitándoles.
Porque en otras culturas, como la americana, tienen la costumbre de llevarse las sobras en las doggy bags para consumirlas o para dárselas al perro, aunque ya sabemos que casi nunca es para ellos. Es una tradición que estamos copiando en otros países de diversas formas: repartiendo cajas, como hacían algunos restaurantes en Madrid y Barcelona dentro de la iniciativa No lo tiro; o en París con la Gourmet bag; o en Buenos Aires con La cajita, que te la dan sin pedirla si ven que has dejado comida en el plato, para ayudar a los tímidos.
Siempre son cajas reciclables y, a veces, personalizadas o con información sobre estas campañas que al principio no tenían muchos seguidores, pero que en la actualidad, después de la eclosión de los delivery y take away en la pandemia, parece que nos resulta más natural ver la comida en cajas y menos vergonzoso pedirla. Aunque hay quien todavía piensa que es poco elegante o no quiere seguir la fiesta con las sobras de la cena en el bolso o llevándolas al hotel.
Pero despilfarrar ya no es una opción, se calcula que, de media en nuestro país en 2020, cada ciudadano desechó unos 30 kilos de comida y por ello se ha impulsado la creación de una Ley de Prevención de las Pérdidas y el Desperdicio Alimentario. Una legislación que, entre otras acciones, promoverá que los restaurantes ofrezcan más facilidades para que los comensales se lleven sus sobras.
Pero, si a pesar de todo los restos de comida se quedan en el plato, ¿qué hacen los establecimientos? Hace años, en los restaurantes de Euskadi, se echaban junto a los restos orgánicos, al cubo de la txerrijana o comida para los cerdos, que recogía diariamente quien traía la leche y las verduras del caserío.
Recuerdo un restaurante, el ‘Kazkazuri’ de Oiartzun, que cuando llegó el día de la matanza, en San Martín, invitó a los clientes-amigos a una fiesta en la que nos comimos enteras dos cerdas, Martina y Juanita, que habíamos estado alimentando con nuestras sobras, sin saberlo, durante todo el año. Esta costumbre de recuperar los desperdicios -en vez de llevarlos al contenedor marrón- en algunos establecimientos nunca se ha abandonado; y en otros la han recuperado los jóvenes cocineros que se toman en serio lo de Km 0-Desperdicio 0, practicando una gastronomía más sostenible.
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