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Aquí, mirar títulos en el canto de los libros mientras disfrutas de una fabada de lujo, levantarte dejando el pan untado con el compango para comprobar que el ejemplar que tienes enfrente es el que le decías a tu compañera de mesa, es un placer. El dueño de estos tres pisos de madera, restaurados con mimo, con las paredes cubiertas de libros ahora felices -estaban destinados a contenedores o chimeneas- se llama Esteban Raposo. Él llegó aquí hace tiempo, atraído también por la cercana maravilla rupestre y la naturaleza.
Su ensoñación de hace tiempo es una realidad y lleva rodando más de un año, es un rincón de referencia en toda la comarca y a lo largo de la costa, porque en los pueblos pequeños, despoblados en invierno, hay ansias de cultura, de charla y de cariño. Se descubre mucho sabio escondido al que le da pereza ir a los cientos de actos que hay en las grandes ciudades del país cada tarde. En este pequeño local se juntan gentes que aman los libros perdidos y aquí hallados, la poesía, y la música con una copa de vino o un buen café en compañía de la gente que comparte.
Esteban es el que tuvo la idea, Estelle Roulliere la que se acercó hasta aquí al saber que se abría un lugar así, como Nacho de Carlos, el cocinero que pone el broche final a las horas felices bajo la mesa redonda de la segunda planta, donde la charla, las risas y las confidencias se deslizan con café para unos o una buena tapa de callos y garbanzos para otros.
“Me vine solo, antes de la pandemia, para desarrollar una idea utópica. Salvo mi hermana, que es editora, todos los demás me decían que estaba loco”. Abajo nos acabamos de encontrar a su padre, quien ha confesado que pensó: “Pero este chico, ¿adónde va?, como tantos de su familia y sus amigos. “Menos mi hija, Carmen Raposo editora de Síntesis”, menciona también, sin esconder el orgullo y la sorpresa por lo que aquí ha sucedido.
“Sí, pero al final todos me han ayudado. Además de mi hermana, mi actual compañera, Belén Logedo, la madre de mi hija, que es arqueóloga y me trajo al Pindal…Yo trabajaba en la industria farmacéutica y antes, en otros laboratorios, todo en procesos industriales. Era una persona laboralmente estéril. O así me sentía yo en lo personal. Soy un disfrutón… Como decía Gramsci, hay que afrontar el pesimismo de la inteligencia con el optimismo de la voluntad. Abrí en junio del 2022, recién salidos de la pandemia y esto explotó, empezó a venir la gente: Ramón Alzola -escultor y sonetista-, Estelle, Nacho…”. Todos viven en los alrededores, según añaden los dos últimos.
“He sido cocinero toda mi vida y también amante de los libros, así que ahora tengo la oportunidad de aunar las dos cosas, unas buenas viandas -verdinas, fabada, bacalao rico…, cocina de aquí y sencilla pero maravillosa- con unos excelentes libros y una sobremesa gratificante”, reconoce, mientras que Estelle remata la ilusión que le hizo enterarse de que se abría “un lugar así”. “Me vine hasta aquí y me ofrecí a trabajar con los libros”, porque para esta francesa, abrir las cajas o canastas que llegan de todos los alrededores, descubrir pequeños tesoros, es una aventura que le hace feliz.
“Aunque ya no sé dónde los vamos a poner, pero aún podemos”, reflexiona, mientras extiende la mano hacía las cajas que esperan al pie de la escalera, dispuestas a encontrar un hueco en las estanterías. Unas estanterías hechas por Esteban y un par de ayudantes o que han venido de lugares asombrosos, “como esas vitrinas de la Fundación Menéndez Pidal que iban a tirar”, interviene el artífice. Él, con otros dos hombres de los alrededores, levantaron el lugar, con sus propias manos, esfuerzo y aprendiendo cada día. “Me enseñaron mucho”.
No tienen redes sociales: ni Facebook, ni Twitter, ni Tik-Tok. “Y no vamos a cambiar eso. Funcionamos con los mensajes y el mail. No necesitamos más”, añade, dispuesto a defender su casa -él vive en la tercera planta- y el café de los libros perdidos como refugio. Un refugio donde es bien acogido todo el mundo, en un lugar ya no tan perdido de la costa asturiana, el Pindal, donde un día los primeros artistas de la península ya pintaron para sentirse acompañados. Hasta aquí han llegado.
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