6 recetas de 'El sabor de Venecia', de Donna Leon y Roberta Pianaro
El recetario veneciano del comisario Brunetti
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Fácil
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Venecia es una de las ciudades más bonitas y visitadas del mundo. No hay discusión sobre ninguna de las dos cosas. Su fragilidad, culpa de su condición de urbe robada al mar, la convierte en una de esas joyas de las que nadie puede asegurar que siga aquí en un siglo. La situación actual ha convertido en un sueño visitarla (al menos por un tiempo), pero ya lo decía aquella frase que tanto le gustaba a Sir Francis Bacon: "Si Mahoma no va a la montaña, la montaña irá a Mahoma".
La montaña tiene forma de libro y se llama El sabor de Venecia. No es un recetario al uso, no pretende rebuscar en las viejas tradiciones (aunque tampoco las rehúye) y leyéndolo, poniéndolo en uso, uno puede pasear por el mercado del pescado de Rialto, visitar las mesas de 'Il Milione' y hasta –si se empeña– acariciar las piedras de la vieja Venèsia, como la llaman los venecianos en el dialecto local.
Firman el libro a cuatro manos Donna Leon y Roberta Pianaro. Pero para explicarlas a ellas es necesario dibujar un pequeño relato: cuando Leon empezó a hacerse famosa en todo el mundo dejó por escrito una instrucción concreta. Sus libros nunca se publicarían en Italia. De este modo, su anonimato entre el público local jamás estaría en peligro. Así que cuando se trasladó a vivir a Venecia, sin hablar una palabra de italiano, conoció a una cocinera que era una celebridad entre los vecinos de la ciudad de los canales, y podía pasear con ella sin temor a los autógrafos, los saludos a destiempo o las peticiones de sus fans.
Con el tiempo, Leon se convirtió en una veneciana más y su amiga Roberta, a la que sus amigos conocen como Biba, la introdujo en los secretos de la gastronomía local. Juntas hacían la compra, cocinaban (con la escritora de pinche avezada) y llegadas a cierto punto, decidieron que aquella especie de ceremonia iniciática que representaba sumergir a alguien en el buen comer veneciano, debía adquirir forma de recetario, pero que –puestas a ello– había que hacerlo de un modo especial.
Así nació El sabor de Venecia (editado en España por Seix-Barral), que mezcla los mundos de Brunetti, el detective que hizo popular a Leon, con las recetas de su amiga Biba. La misma escritora explicaba que muchos lectores de sus libros empezaron a pedirle que recopilara todas las comidas que aparecían en los mismos, y que en principio se le antojaba raro, empezó a parecerle cada vez más razonable. Hasta que se dio por vencida.
En las 350 páginas de El sabor de Venecia aparecen docenas de platos, divididos en seis categorías: antipasti, primi piatti, verdure, pesci e frutti di mare, carni y dolci. Un catálogo de exquisiteces, la mayoría de cuyos ingredientes resultarán reconocibles a los que habitan a pies del Mediterráneo. Los platos van punteados por un relato de Brunetti, lo que convierte el libro en una deliciosa suerte de isla entre la realidad y la ficción, que uno puede culminar de la mejor manera posible: comiendo.
Unas deliciosas albóndigas de garbanzos, las legendarias sarde al saor, la maravillosa primavera de verduras, los clásicos spaghetti vongole y dos postres para no dejar ni el rabito de las cerezas. Buon appetito!
Lavamos los garbanzos en agua caliente y los escurrimos bien.
Pasamos por la batidora los garbanzos con el perejil.
Colocamos la masa en una terrina y añadimos los demás ingredientes: el huevo, la sal, la pimienta, el ajo, el pan rallado, la levadura y el aceite.
Lo mezclamos todo hasta obtener una pasta homogénea y compacta.
Con la punta de los dedos un poco humedecida, formamos bolas del tamaño de una nuez.
Quitamos la cabeza, las escamas y los intestinos de las sardinas.
Las lavamos bien y las colocamos entre hojas de papel de cocina para que se sequen.
Pelamos las cebollas, las lavamos y las cortamos en juliana. Las colocamos en una sartén grande con el aceite de oliva, el agua y la sal.
Las sofreímos a fuego vivo durante 5 minutos removiendo.
Luego añadimos el vinagre y lo dejamos otros 5 minutos.
Echamos las pasas de Corinto -previamente lavadas y ya secas- y los piñones.
Removemos y pasados dos minutos apartamos la sartén del fuego y dejamos enfriar.
En una sartén ponemos el aceite de girasol y lo calentamos a temperatura muy alta. A continuación, freímos las sardinas enharinadas.
Cuando estén doradas, las sacamos con unas pinzas y las colocamos sobre papel de cocina para que se enfríen.
Pelamos las peras, las cortamos por la mitad en sentido longitudinal, les quitamos el corazón y las vaciamos ligeramente en el centro.
Las colocamos una al lado de la otra en una cacerola y las espolvoreamos con azúcar y canela.
Agregamos los clavos, vertemos el vino, tapamos la cacerola y dejamos cocer a fuego vivo durante 10 minutos.
Destapamos, bajamos la llama y hacemos espesar durante unos 15 minutos, hasta que las peras se vuelvan transparentes y ligeramente acarameladas.
Ponemos las peras en una fuente y en el centro de cada una de ellas vertemos una cucharada de yogur frío.
Las servimos siempre templadas. Son óptimas para acompañar un helado.
Lavamos y secamos las cerezas.
En un cuenco batimos los huevos con la leche, la sal, el azúcar y la harina.
Añadimos la cucharada de aceite de oliva y la levadura. Lo mezclamos hasta obtener una pasta uniforme no demasiado líquida.
En esta pasta sumergimos las cerezas, una a una, sujetándolas por el rabito y las vamos echando enseguida en el aceite caliente.
El aceite no debe estar nunca demasiado caliente para que no se quemen.