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A los postres en la mesa del duque y sus invitados, Clara, desde la cocina, ofreció unos cálices de natillas elaboradas con leche de cabra y leche de almendras. El que esto lea puede hacerlas de cualquiera de las dos formas, o de las dos, al gusto o porque haya en la mesa alguna persona intolerante a la lactosa. He pensado que, puestos a novelar, prefiero servir las natillas en jícaras, pues los recipientes eran, según el autor, de un servicio de loza milanesa.
Las suplicaciones, además, se pueden apoyar en las mancerinas de las jícaras, esos platos con forma de vieira, en general, tan preciosos, que se inventaron en México para servir el chocolate. Tanto los cálices como las jícaras permiten el servicio de una pequeña cantidad de líquido, no más de 125-150 ml, lo que es aconsejable para unas natillas tan concentradas. Las suplicaciones no son más que los barquillos de toda la vida en su denominación antigua. Van muy bien con las natillas, que a mí me gustan perfumadas con vainilla, pero lo más clásico es hacerlas con canela.
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