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Los dos perros que cuidan la bodega Castell d’Encus y los viñedos que se extienden frente a ella se llaman Gauss y Curie. Un pequeño tributo de su dueño al físico y matemático alemán, célebre por su campana, y a la física y química polaca que recibió el Nobel en sendas categorías. Raül Bobet es un apasionado de la ciencia y la observación de la naturaleza. “Durante los ocho primeros años de proyecto, hasta la primera vendimia, nos dedicamos a recopilar datos, hacer analítica de variedades de uva, suelos, altitudes, comportamientos de la vid… La ciencia nos ayuda a no perdernos entre intuición e intuición”, explica el bodeguero.
Para llegar a Castell d’Encus hay que ascender por el serpenteante camí de Santa Engracia, en la cara sur del municipio de Tremp, capital de la comarca leridana del Pallars Jussá. En estas suaves laderas, antesala del Pirineo catalán, es donde Bobet encontró la respuesta a su algoritmo gaussiano: “Esta zona es un paraíso geológico por la diversidad de terrenos, que me sugería que aquí se podrían crear heterogeneidades, sumado a la cercanía de las altas montañas, lo que nos ofrece un mosaico interesante de composición”. El proyecto comienza a barruntarse en los años 90 del siglo pasado, cuando Raül asiste a unas conferencias en Oregón (EEUU) donde se plantean los efectos en los cultivos de un fenómeno que por aquel entonces no tenía tanto foco mediático y político: el cambio climático.
“En el caso del viñedo, eso se estaba traduciendo en una sobremaduración de la fruta y yo quería conseguir lo contrario, unos vinos con acidez alta y grado alcohólico bajo, donde se mantenga la frescura como columna vertebral. La solución que encuentro, que entonces no era tan común, es plantar en altura”. Busca terrenos entre los 800 y 1.000 metros de altitud de las fincas de Talarn y Tremp y los 1.230 en el Vall Fosca, “con suelos de pizarra y una viña que podemos definir como heroica”, apunta Marta Palacín, responsable de logística y una de las encargadas de las visitas.
Con ese juego de altitudes, siguiendo patrones de la viticultura ecológica como la cubierta vegetal del viñedo, y con una selección masal, comienzan a cultivar riesling, albariño, sauvignon blanc, semillon, syrah, cabernet sauvignon, cabernet franc, petit verdot, merlot y pinot noir. “Pero Raül es un cul inquiet y siempre está incorporando nuevas variedades, plantadas pero todavía no disponibles en el mercado, como chardonnay, chenin blanc o garnacha tinta”, adelanta Palacín. En total, once referencias actualmente y una producción anual de unas 90.000 botellas.
Hablamos de vinos donde “se busca la elegancia, sin renunciar a la complejidad y redondez”. Donde la uva juega, con escasa intervención en el terreno, un papel primordial. “Hay que entender químicamente los procesos para actuar solo cuando es indispensable”, apunta Bobet. Así sucede en los riesling de Ekam y Ekam Essència, “la influencia del Rin”. El primero, con un toque de albariño “que le da una personalidad diferencia, fue nuestra puerta de entrada y generó curiosidad por el proyecto. Es, sin duda, el que más sensación de acidez nos da en boca”, señala Palacín mientras lo cata. De hecho, es el vino que más producen: unas 34.000 botellas por año. El segundo es un riesling kabinett spätlese, para el que se requiere una uva un poco sobremadurada (30 gramos de azúcar residual) y un poco de botrytis (podredumbre noble), “por lo que no todas las añadas se elabora”.
Siguiendo en el universo de los blancos, en Castell d’Encus cuentan con un sauvignon blanc al que han llamado Taleia (“obsesión” en pallarés) que es “muy delicado y de acidez refrescante. Los aromas de piedra húmeda acentúan su sensación mineral y notas salinas en boca”. Además, con esta uva seleccionada de una parcela concreta confeccionan Saktih Sauvingnon Blanc, “un blanco de guarda con nervio, pero complejo a la vez”, según su presentación. Y de un coupage de esta variedad con semillon, donde de nuevo se produce la magia de la botrytis, aparece Majjan, un vino de postre, dulce (200 gramos de azúcar residual) que sigue manteniendo esa acidez que define la personalidad de las creaciones de Bobet, que para estos dos últimos mencionados recurrió al sánscrito para bautizarles.
En los tintos, el más comercial, “y eso que tuvimos que explicarlo bastante”, es el Acusp, un finísimo pinot noir “de gran elegancia, con aromas de fruta fresca y un toque floral sobre un fondo especiado” que nos traslada a la cúspide de la sierra donde se encuentran sus viñedos en un día de primavera. También brillan las especias y flores, acompañadas de matices lácticos y sotobosque, en Thalarn, una syrah de clima fresco. Bobet quiso atreverse con un monovarietal difícil de elaborar por estas tierras, la petit verdot, y de ahí surgió Saktih Petit Verdot, con vendimia y selección de uva manual, cuyos aromas recuerdan a chocolate y sensaciones balsámicas. Al igual que el Quest -ensamblaje de bordelesa, cabernet franc, cabernet sauvignon, merlot y petit verdot-, la fermentación de ambos vinos se realiza en unos históricos lagares de piedra que conectan Castell d’Encus con una orden de monjes hospitalarios del siglo XII.
A lo lejos se escuchan los tiros de la Academia Militar de Suboficiales de Talarn. Nos guía el mastín Gauss por la finca, moteada con la floración de la argelada. Excavados en la roca arenisca se han localizado nueve lagares, de los cuáles seis todavía están en uso para la fermentación alcohólica de estos vinos. Las uvas permanecen aquí, al aire libre, durante unos 15 días y con levaduras salvajes de la propia piedra. “Los monjes que los construyeron y usaron durante siglos manejaban una tecnología avanzada para su época, porque comprendieron que si el típico trull que se excavaba en el suelo para fermentar se hacía más elevado, con paredes más delgadas, el calor excesivo se iba y los vinos no terminaban hirviendo, por lo que la fermentación era más perfecta”, explica con detalle la guía Marta.
En estos terrenos se conservan, además de los lagares, restos de una antigua torre de vigilancia, una pequeña aldea y una ermita que fueron ocupados, desde el siglo XII, por monjes Hospitalarios de San Juan de Jerusalén. Esta orden fue propietaria, durante siete siglos, del Castillo de Encús, un enclave estratégico en las sucesivas disputas de los dos condados del Pallars, el Jussá y el Sobirá. Finalmente, tras la abolición de los regímenes señoriales y las desamortizaciones del siglo XIX, los dominios pasaron a titularidad municipal y abandonados hasta ahora.
Hoy, la finca de 100 hectáreas se ha convertido en una microreserva natural, “donde la sostenibilidad es su eje vertebrador”. Palacín nos cuenta que, desde la puesta en marcha de la bodega en 2001, el propietario apostó por la instalación de un sistema de geotermia activa bajo los viñedos. Además, se trabaja conjuntamente con otras entidades en el conocimiento biológico de la sierra que les rodea, el manejo cinegético, la gestión forestal, la protección y restauración del patrimonio, como un antiguo lavadero reconvertido en abrevadero para animales, o la instalación de nidos para aves. La cuestión no solo es elaborar excelentes vinos de autor, sino también dejar un legado en el territorio pallarés.
BODEGA CASTELL D’ENCÚS - Ctra. Tremp a Santa Engracia, km. 5. Talarn (Lleida). Tel: 973 252 974.
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