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De aquellas tardes de bocata de Nocilla y Bola de Cristal… estos madrugones en la viña. Hay proyectos que nacen así. Reivindicando y luchando, marcando tendencia. Este es uno de ellos. "En 2007 ya salíamos por los pueblos de la zona de Gredos a encontrar viñas abandonadas y si nos gustaban, comprábamos algo de uva para probarla. Si esa uva nos gustaba, nos quedábamos esa parcela". Habla uno de los superhéroes de 'Comando G', Fernando García. Detrás de la G: Gredos, la garnacha, el granito.
Su socio en esto del mapeo de viñas es Daniel Gómez Jiménez-Landi, otro viticultor apasionado del terruño con el que lleva más de una década vendimiando ganas, pasión y reivindicación. "Somos una especie de cocineros, solo que cocinamos una vez al año y eso se replica unas 40 a lo largo de nuestra vida. Pero esta materia prima no la controlamos, estamos a merced de la naturaleza. Eso sí, tenemos claro que el vino es el diálogo entre la roca y la carne, entre el terroir y la persona", cuenta Daniel.
Hoy estos nómadas han acabado trabajando en cinco pueblos de la zona de Gredos, descubriendo tesoros, hablando con las cepas. Siempre en orgánico, 100 % ecológicos. Las viñas de 'Comando G' están a una hora de la bodega, situada en Cadalso de los Vidrios. Aquí la filosofía es de pueblo de siempre, de recibimientos sin filtros, donde los buenos días los dan las mujeres que seleccionan manualmente la garnacha mientras suena la radio.
Es una bodega sin papel de celofán, donde el "menos es más" impera en cada rincón. Sus viticultores van en vaqueros y el trajín de su comando es de un día de campiña: alegre, locuaz, lleno de flow. Pero bajo esa apariencia de sencillez hay una causa llena de heroicidad: "Nosotros de origen empezamos a luchar porque esta zona se llamara toda ella D.O. Gredos, que es lo que nos une, la montaña". Pero por ahora, estos viticultores han hecho de la diversidad geográfica virtud y reparten su tiempo entre los valles de Toledo, Ávila y Madrid, con sus D.O. respectivas: Méntrida, Cebreros y Madrid.
'Comando G' es identidad Gredos. Es montaña, vegetación mediterránea y vega, donde la agricultura biodinámica juega un papel crucial a la hora de vendimiar. Su universo de cepas llega hasta los suelos graníticos de Ávila, que dan vinos minerales, reflejo de una viticultura a mano, entre canchales de granito. "Esto sería Marte: piedra gris, austeridad, dureza", explican los socios. El clima continental de montaña daría paso a un valle central correspondiente a la zona del Alberche, cuya vendimia recoge en septiembre las notas mediterráneas de olivos, pinos y almendros. Y finalmente estaría su zona sur, el valle del Tiétar. "Es un formato más California, verde y lluvioso, pero con mucho calor y lleno de humedad".
En esta última zona, 'Comando G' vendimia en Rozas de Puerto Real, una tierra a 900 metros, mezcla de granito, arena y limo, donde la lluvia y la niebla se atascan entre castaños, robles y fresnos. De aquí salen La Bruja de Rozas, un vino de pueblo lleno de identidad, y otro que es Rozas 1 Cru, algo más complejo (un vino de paraje en homenaje a Francia y a sus suelos). De aquí también sale Las Umbrías, un vino de parcela resultado de un suelo más sombrío y húmedo. "Es nuestro vino tocado por la varita mágica, más fino, más mineral, con mayor capacidad de guarda", explican orgullosos.
Luego están los satélites de este planeta terrícola. Alguno de ellos con sus 100 puntos Parker, como el Rumbo al Norte 2016. Este y su Tumba del Rey Moro proceden de Villanueva de Ávila. Luego tienen El Tamboril, reflejo de una mezcla entre garnacha blanca y gris (una mutación) que nace en Navatalgordo, al otro lado del río Alberche. "Somos de los que piensan que si no hay diferencia entre vinos es absurdo. Y esta diversidad nos la da la garnacha y Gredos, una zona de gamas muy variadas gracias al amplio contraste entre las temperaturas del día y la noche".
Es época de garnacha y este septiembre está siendo especialmente lluvioso. "Han caído casi 100 litros en el momento en que la uva estaba preparada para recoger. Eso nos hizo volver a deshojar, cuidar mucho la viña y ya esperar al momento perfecto para la vendimia. Si a eso sumamos el tema del virus, con los grupos burbuja que tenemos que organizar, todo se ralentiza más". Pero la misión continúa en 'Comando G' y en su universo de tinos de madera y hormigón. "Cada viña tiene su depósito de fermentación. Cada tino tiene un tamaño y es porque está pensado para guardar la capacidad de vino de cada parcela. Es un formato muy borgoñón, respetando la identidad de cada parcela". Francia, Borgoña y el Loira les inspira, les divierte.
Todo está pensado en el cuartel general de 'Comando G'. "Vinificamos con raspón, es decir, con el racimo entero, sin quitar el escobajo. Son estilos". Y aquí lo tienen. "Para nosotros es importante mantener la garnacha con raspón, porque no queremos extraer demasiado y queremos conservar esa floralidad. Lo que hacemos es macerar dos o tres meses la uva, es mucho tiempo, ya que lo normal es 20-30 días. Pero la mineralidad es fruto del tiempo y nosotros lo necesitamos para nuestros vinos".
Largas fermentaciones para sacar el paisaje. Crianza con lías en barricas usadas de gran tamaño. "Para nosotros las barricas solo son continentes para guardar el vino, de ahí que no sean nuevas, queremos tocar el paisaje y la uva lo menos posible". Roble francés y de Eslavonia (croata, mucho más fino). Pisar con los pies, apelando a ese origen, uniendo hombre y campo. Labranza con caballos. Garnacha como transmisora del paisaje. Eso es 'Comando G'.
También es un poco de rock and roll, como lo marca el Marshall que guardan casi en modo añejo arriba, en la buhardilla, donde brindan con el equipo tras la vendimia. Enchufan Blood from a Stone, de Daddy Long Less. "El alma de una piedra, de este artista neoyorkino que vino a una de nuestras fiestas de la floración que hicimos. Es un tema muy garajero, de raíces sureñas, que refleja la filosofía de Comando G", dice Dani. Pero esta patrulla vinícola tiene una sintonía para cada parcela, así que para la vendimia en Rozas también le dan al play. "Estas cepas nos suenan a Share The Ride, de The Black Crowes. Nos gusta compartir el viaje".
En este terruño cada vino suena diferente. Hay identidad y alma en cada una de sus viente hectáreas. "Hemos intentado dejar una huella incluso un poco mejor de la que hemos recibido de nuestros padres". Y ya han echado raíces, ya son parte de sus propios viñedos. "Al final lo que queríamos era hacer un vino de amigos, como quien hace un grupo de música. Nos liamos y aquí estamos". Romanticismo puro. Paisaje y persona en una sola copa. Aunque al final, después de hacer los deberes, lo que suena es esa banda sonora de la infancia de estos viticultores hípsters. El oeste de Madrid ha despertado. Copas en alto para brindar por ese viaje en el tiempo. Por regresar al futuro.