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Este es un recorrido por algunas de esas bodegas con historia que cada año visitan decenas de miles de amantes del vino o de simples curiosos.
La historia del vino en Haro no se entiende sin la llegada del tren. Las vías y las viejas locomotoras hicieron de imán para un modelo de explotación vinícola que necesitaba del ferrocarril para poder comerciar. Y 'Bodegas Bilbaínas' fue una de las tres bodegas que contaron con un muelle propio al que accedían los trenes. Hoy todavía se conserva una parte de aquella estructura de carga de los vagones en una de las fachadas más fotografiadas de La Estación.
La zona más antigua de este complejo bodeguero es la que hoy sirve como centro de recepción de los visitantes. El edificio se construyó en 1859, allí se estableció una casa de vinos francesa que, años después, fue comprada por dos hermanos de Bilbao, los Ugarte. "Estas bodegas se fundaron imitando el modelo del chateau francés, en un momento en el que no era nada habitual aquí. Bilbaínas querían tener sus propios viñedos para elaborar su vino. Y esos viñedos fueron los que dieron nombre a las diferentes marcas; Viña Pomal, por ejemplo, que sacó al mercado la primera añada en 1904". Mabel Oyono forma parte del equipo de 'Bodegas Bilbaínas', ella se encarga de dirigir el departamento de enoturismo y ella será nuestra guía por un complejo señorial por el que es habitual ver a grupos de visitantes copa en mano. "La visita a la bodega es un recorrido por nuestra historia, pero también por algunos de nuestros vinos. En 'Bilbaínas' hacemos que quien viene a conocernos los pruebe en los lugares más significativos del complejo".
Y de entre todos esos lugares, uno especialmente impresionante: la red de galerías construida bajo el edificio principal. Un lugar de silencio y humedad, en el que hoy apenas hay barricas, pero que ha terminado por ser casi una pieza de arqueología vinícola. 'Bodegas Bilbaínas' cuenta con una de las mayores superficies de este tipo de calados de toda La Rioja.
La historia del vino en esta tierra debe mucho al influjo francés, pero también al gusto refinado que trajeron hasta Haro algunos empresarios bilbaínos. Esa ciudad, Bilbao, era puerto, vía de salida para los vinos españoles y lugar por el que se filtraban los gustos europeos. "Era una ciudad con una cultura del vino superior a la de otras zonas del país. Contribuía su apertura al mar, su cercanía a Francia y su influjo inglés. Por eso, Santiago de Ugarte proyectó su bodega con un claro espíritu aperturista; él sabía que había mercados en los que se apreciaba el vino embotellado y envejecido en barrica. Por aquel entonces, casi nadie embotellaba en la propiedad".
Y la historia de 'Bodegas Bilbaínas' habla también del cambio de la sociedad y de su relación con el vino. En las últimas décadas, sostiene Oyono, "los vinos de La Rioja han evolucionado, se han incorporado nuevos consumidores, el paladar se ha ido adaptando y se ha abierto a nuevas influencias. Son nuevos Rioja, con crianzas menos largas, uva de viñedos propios, nuevas formas de tratar la tierra y el viñedo y con la influencia, innegable, del cambio climático".
En la nave que recibe a los visitantes de 'CVNE', al fondo a la izquierda, conviene fijarse en un elemento que puede pasar desapercibido. Un palo largo cae del techo, lleva unida una bombilla y en el extremo, en la parte más alta, una especie de puente de madera que, en contacto con los dos cables que recorren en paralelo la nave, permite pasar la corriente para que se haga la luz. Esta nave, donde hasta hace no tanto tiempo se podían ver barricas, es parte de la historia de la electricidad y del vino. Haro fue una de las primeras localidades a las que llegó la corriente eléctrica y ese utensilio se usaba para iluminar el trasiego de vino.
María Larrea es la jefa del equipo de enólogos de esta bodega centenaria. Ella habla con una pasión desbordante de sus "creaciones", de la historia de 'CVNE' (Compañía Vinícola del Norte de España), del futuro o del reto del cambio climático. Y ella nos acompaña en un recorrido que parte desde el patio original de este complejo, "la parte noble de la bodega a la que llamamos la aldea del vino". 'CVNE' son las naves de piedra, las grandes puertas, los techos altos, ese olor inolvidable que deja el vino que está naciendo. Visitamos la nave Real de Asúa, el lugar donde se crían los grandes caldos ('Imperial', 'Reserva' y 'Gran Reserva') en unas tinas de tamaño variable. "Para elaborarlos empleamos las uvas de las parcelas más pequeñas, cada una tiene su propia tina y se mantienen separadas, casi hasta el final del proceso". El 'Imperial' es uno de los vinos más emblemáticos, por el cuidado que se le dedica, por su personalidad y por su propia historia. "Toda la uva que dedicamos a éste y a los reservas y grandes reservas es propia, y eso nos permite mantener un nivel de calidad alto y controlado en todo momento. Buscamos parcelas con mucha personalidad y conseguimos un vino que, al abrirlo, nos habla de su lugar de origen, de los suelos, del clima continental".
Y estos vinos van madurando en la nave Eiffel, diseñada por la escuela del célebre arquitecto francés, que es uno de los atractivos de la visita. Un espacio diáfano, imponente por las cerchas metálicas del techo que permitieron construir esta nave sin usar columnas, por el silencio que siempre acompaña el envejecimiento del vino en barricas de diferentes tonelerías. Muy cerca de aquí, en la antesala de uno de los lugares más mágicos del complejo, nos topamos con un carruaje pequeño, perfectamente conservado, propiedad de los fundadores, que lo utilizaban para viajar desde Haro a su Bilbao originario.
Hoy esta bodega sigue siendo propiedad de la misma familia. Así que lo que encontramos unos metros más allá habla de una historia familiar de cinco generaciones pero también de la Historia del vino de Rioja. El cementerio de 'CVNE' tiene el aura de un lugar sagrado y misterioso. La luz es tenue, el ambiente húmedo, las galerías se convierten en los lugares donde los vinos descansan en paz y silencio. Cuesta incluso andar por uno de los pasillos sin correr el riesgo de rozar la pared o tocar el moho que oculta completamente las botellas históricas.
Los vinos de 'CVNE', nos cuenta María Larrea, son hijos de la historia de la bodega y de la evolución de los gustos: "Claro que hemos evolucionado, antes los vinos tenían crianzas más largas en barrica y se usaban barricas más viejas. Ahora se prima más la fruta". Sostiene esta enóloga que "cada vez más, la gente está volviendo a apreciar los reservas y los grandes reservas. Hace no tanto tiempo se instaló la idea de que este tipo de vino era propio de gente muy mayor y eso resultaba muy injusto con el trabajo que hay detrás de cada una de esas botellas. Por suerte, se vuelven a apreciar estos, sus elaboraciones pausadas, los años de crianza, las producciones pequeñas y los viñedos seleccionados".
La calle oculta uno de los encantos de esta bodega. Como si se tratara de la plaza de un pueblo pintoresco, el patio central es una mezcla de fachadas de piedra y de zonas ajardinadas. Un lugar apacible en las horas tranquilas del día. Aquí la piedra también es robusta y, como en el resto del barrio, contrasta con la delicadeza del vino y con la armonía que transmite el espacio que recibe a los visitantes. Hay una innegable belleza en la acumulación de botellas y etiquetas en una geometría casi perfecta.
La historia de 'La Rioja Alta' es más que centenaria. El origen se remonta a 1890, cuando cinco familias riojanas y vascas deciden crear una sociedad vinícola que fue presidida por una mujer en sus primeros pasos. Aquel año dio nombre, además, al primer vino elaborado por 'Rioja Alta': el Reserva 1890. Hoy, más de cien años después, esta bodega conserva la filosofía con la que nació. "Nuestra forma de entender el vino, la manera en la que lo producimos, de aquella filosofía inaugural queda todavía hoy el 90 por ciento".
Lo cuenta Julio Sáenz, es enólogo y director técnico de 'La Rioja Alta'. "El despalillado, el trasiego por el método tradicional, el uso del roble americano, el envejecimiento de los vinos por largo tiempo... Somos una bodega tradicional, muy clásica, mantenemos la esencia de aquella enseñanza que nos trajeron hasta aquí los maestros bodegueros franceses". Porque francés fue el primer enólogo que tuvo la compañía, monsieur Vigier. Y todas estas décadas después, Julio Sáenz asegura que "La Rioja Alta ha sabido mantener un perfil de vinos que lo ha ido transmitiendo generación tras generación: fáciles de beber, elegantes, complejos, vinos que no te cansan, de los que te beberías una botella pero no de un trago, sino poco a poco porque son caldos de trago largo y consumo pausado".
Esta bodega es uno de esos casos en los que una de las denominaciones comerciales ha terminado por ser más reconocida que el nombre de la propia bodega. "Viña Ardanza es el nombre por el que nos conoce la inmensa mayoría de la gente. Y a ese vino yo le llamo el vino de la necesidad", cuenta este enólogo. "De la necesidad de mejorar las elaboraciones que hacíamos con tempranillo, una uva que producía un vino ligero, abierto de color, con poco grado y mucha acidez. Así que hubo que subir grado y color y apostamos por un coupage con garnacha". Viña Alberdi, Viña Arana o los reservas 890 y 904 completan la gama de vinos de esta bodega que, como casi todas en este barrio, lucha contra el uso peyorativo de la etiqueta de vinos clásicos.
"Nos han englobado en el concepto de bodega clásica, pero lo utilizan como descripción de algo anquilosado. Para mí un vino clásico es ese que cuando te tomas una copa te genera placer. Un buen vino clásico es ese que perdura y de esos hay muy pocos". Hoy, 'La Rioja Alta' presume de haber adaptado sus vinos al paso del tiempo porque, como sostiene su enólogo, "el vino tiene que ir de la mano de la sociedad, de cómo comemos en cada momento, de cómo vestimos, de cómo nos comportamos...".
Si probáramos uno de los vinos de esta bodega nos encontraríamos, en palabras de su enólogo, con vinos con un "perfil aromático cremoso, balsámico y dulzón, espaciado y con frutas escondidas que recuerdan mucho a las mermeladas. Cuando lo pones en boca no es un vino pesado ni tánico, no resulta agresivo y no deja sensación de sequedad en boca".
Una pareja de visitantes cruza la verja de entrada a esta bodega y se fija en el mural de la pared que hay a la izquierda. Es una reproducción de un anuncio publicado en prensa en el año 1922. "Aceptamos representantes bien acreditados donde no tengamos" decía ese anuncio que daba ya buena cuenta de la vocación exportadora de 'Gómez Cruzado'. Un poco más adelante, un par de mesas con sillas que invitan a hacer una pausa y probar uno de sus vinos. Y dentro de las naves históricas, un espacio diáfano, con la rotundidad de la piedra y la calidez que transmite la madera de las barricas. Y un mapa que se convierte en una lección de geografía: los colores delimitan las diferentes zonas de producción de esta comunidad que, aunque pequeña, es capaz de elaborar vinos con personalidades diferentes. En 'Gómez Cruzado' presumen de forjar su identidad desde cada viñedo de sus 100 parcelas diferentes repartidas en tres zonas: Sierra Cantabria, Alto y Bajo Najerilla.
De todas las bodegas que visitamos, esta es la más pequeña en espacio y producción (unas 200.000 botellas cada cosecha). Un lugar coqueto, una bodega boutique, como les gusta definirla a sus responsables. Tan antigua como las demás pero con cifras menos abrumadoras. "Una bodega de muchos pocos, sin grandes mercados pero muy repartidos, de vino de calidad, en la que nos gusta hablar con el contenido de cada botella para ir ganando poco a poco a nuestra clientela".
Cuando se fundó esta bodega solo elaboraba vinos blancos. Era una rareza en el Barrio de La Estación de Haro. "La 'Gómez Cruzado' original fue una bodega especialista en vinos blancos que se criaban con paciencia. Se sacaban al mercado con crianzas de dos o tres años. Hoy, nuestro blanco también sale al mercado en el segundo año. De esa forma lo diferenciamos del grueso de jóvenes; creemos que la uva viura necesita tiempo y así conseguimos un equilibrio entre complejidad e intensidad". Hoy, de aquellos primeros pasos, queda una marca centenaria: Honorable. Una denominación que solo se elaboraba en las añadas buenas. Y eso, claro, no sucedía todos los años. "Este vino necesita suficiente calor en verano, aunque no demasiado para no caer en la pesadez. Vive siempre en el limite del bien y del mal, pero los años excepcionales se consigue el equilibrio perfecto entre concentración y frescor".
Y si queremos saber cómo fue la última cosecha para esta bodega deberíamos probar su vino Vendimia Seleccionada. "Ahora mismo, quien prueba este vino descubre cómo fue, para 'Gómez Cruzado', la cosecha del 2018. Un vino vibrante, con la fruta de perfil más rojo que negro en primer plano, pero sin que se imponga en la crianza y con un grado de acidez que te invita a seguir bebiendo". Al enólogo Juan Antonio Leza se le ilumina el rostro casi con cada sorbo de sus vinos en una cata en la que transmite verdadera pasión por sus creaciones. Desde las más clásicas a los vinos de selección terroir que son, en sus propias palabras, creaciones de espíritu libre. "En esos vinos no nos agarramos a ninguna categoría establecida, hacemos una selección de lugares donde los factores naturales le dan un carácter especial: el suelo, el clima, la variedad y el factor humano, que hacen que el vino sea como es". Pancrudo, Cerro las Cuevas o Montes Obarenses hablan de un territorio y de una forma de ser arriesgados en una denominación con vinos de corte clásico.
A Juan Antonio Leza le gusta lo que tiene de reto producir en una zona fresca como esta, que se encuentra en los límites de las zonas de cultivo, donde "el efecto añada se deja notar más. Los grandes vinos del mundo vienen de zonas donde la variedad que se cultiva está en el límite de sus posibilidades". Como sostiene el enólogo, la finura y la nobleza de un vino se consiguen con el paso del tiempo. La edad le sienta bien a aquellos que presentan un nivel óptimo de acidez.
Aunque esta historia se remonta mucho más allá del siglo, desde que en 1878 los Bilbao produjeran ya sus primeros vinos, la fundación de esta bodega se fija en 1924. Ese año se registraron las primeras marcas que están a 5 cumpleaños más de convertirse en centenarias. Rodolfo Bastida es el director general de 'Bodegas Ramón Bilbao' y lo primero que nos dice es que aquí, a esta bodega, "no se viene a pasar media hora. Queremos y necesitamos que los visitantes pasen tiempo con nosotros, porque hay muchas cosas que ver, mirar, oler, curiosear...". Y eso es lo que hacen cada año los más de 15.000 viajeros que pasan por esta bodega, mezcla de arquitectura de vanguardia, proyectos innovadores y viejos pabellones con historia.
"Nos gusta que la gente se pasee por lo que nosotros llamamos la zona del fundador. Hemos reproducido la forma en la que se elaboraba antes el vino, en lagos a los que llegaba la uva a través de una ventana, los grandes tinos de madera que hemos venido utilizando hasta hace unos años, las prensas, etc". Y mientras presume de historia, Bastida muestra dos de sus proyectos más queridos: un violín construido por el lutier Fernando Solar a partir de la madera de una barrica y con el que Ara Malikian llegó a interpretar algunas piezas y una bicicleta fabricada también a partir de las maderas de barrica y que ha sido ensamblada en Dos Hermanas y montada por el actor Antonio de la Torre.
De todos los vinos que producen aquí, quizá Mirto es el más especial. Apenas se elaboran cada año unas 40.000 botellas. Es, dice Rodolfo Bastida, "el vino más potente, el más intenso. Lo elaboramos en los grandes tinos, seleccionamos uvas de 8 municipios del entorno de Haro y a cada uno le dedicamos dos de esos tinos. De los 8, elegiremos 4 y al final del proceso, de esos 4 solo quedará uno, el que contiene el mejor vino salido de la mejor uva del mejor municipio. Ese será Mirto, hijo de un envejecimiento en barricas nuevas de roble francés sin trasiegos y removiendo las lías". El resto de la producción descartada se dedicará al Ramón Bilbao Edición Limitada del que, dice Bastida, es el que mejor representa la identidad de la bodega.
El hijo pequeño de una larga historia se llama Ramón Bilbao Viñedos de Altura y encierra una lección sobre el proceso inexorable al que estamos sometiendo al planeta. El calentamiento global tiene un impacto directo en la viticultura. "Antes, los viñedos plantados a 600 metros o más de altitud no se utilizaban; la maduración costaba y las uvas se usaban para producir clarete porque tenían menos grado". Pero las cosas ya no son como antes. Las vendimias se adelantan, las certezas clásicas se han ido trasformando. "El cambio climático nos ha llevado a conocer y explorar zonas de producción hasta ahora muy poco explotadas. Lugares con menos insolación, más frescor y viento, viñas en las que las hojas protegen las uvas de la radiación y con maduraciones más lentas". El calendario es el síntoma más evidente. El enólogo Rodolfo Bastida recuerda que allá por la década de los 80 del siglo pasado, en el pueblo en el que nació, cerca de Logroño, se vendimiaba a mitad del mes de octubre. En esa misma zona, la uva se recoge ahora ya a mediados de septiembre.
'Ramón Bilbao' produce cada año unos 4 millones de botellas, fermenta unos 6 millones de kilos de uva, cría unas 15.000 barricas y recoge fruto de viñas repartidas por toda la geografía riojana. Pero los números no ocultan una identidad que Bastida cree perfectamente definida. "Nuestros fundamentos históricos son innegables, pero nos hemos preocupado por que nuestros vinos hablen de la evolución de esta región. Nuestro estilo tiene que ver con la fruta, con las sensaciones frescas más que con la madera. Nuestros vinos pretenden tener un corte más moderno, ser más afrutados, desde los crianzas a los grandes reservas".
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