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La uva ha fermentado en Amurrio durante siglos, en un soliloquio lento y profundo. El propio Benito Pérez Galdós dejó impreso un reguero de vinos de la tierra en Vergara, una novela fechada en 1889 de la serie Episodios Nacionales: "Don Fernando no vaciló en ponerle en autos del asunto que motivaba su detención en Amurrio: La primera diligencia fue tomar lenguas del paradero de Uhagón, (...) y sin grandes molestias dieron con él en la casa de Zárate, donde estaba en gran parola, (...) entreteniendo los ocios con historias picantes y libaciones de chacolí".
Este elogio literario no evitó que la tradición se fuera perdiendo hasta quedar prácticamente extinta. Eugenio Álava trabajó con ahínco por recuperarla y la vida se le fue entre las vides. Pero lo consiguió. "Puso todo su empeño en que seis hectáreas de buena tierra en Amurrio se convirtieran en la cepa de la Arabako Txakolina-Txakoli de Álava", cuenta su gerente, José Antonio Merino. Actualmente, una de las marcas más laureadas se vende bajo el nombre de "Eukeni" como homenaje a su precursor.
Hace ya 14 años que el Valle de Ayala guarda la Denominación de Origen más pequeña de España, que se comercializa en mercados internacionales. "Por aquel entonces, el txakoli era un vino desprestigiado, de alta acidez y bajo nivel alcohólico que llamaban vinagrilla", explica este experto en el vino alavés. "Era una producción prácticamente casera, en la que apenas se controlaba el proceso de elaboración. El vinicultor sólo buscaba Etxeko ain, es decir, lo justo para casa", según relata el investigador tolosarra José Uría Irastorza para explicar la evolución etimológica que dio lugar a lo que hoy conocemos como txakoli.
Maialen Guerrero lleva más de una década desvelando los misterios de este vino heroico a los visitantes que acuden al caserón que acoge la Artomaña Txakolina. "La familia de mi marido lleva tres generaciones ligada al vino. Esta bodega, con capacidad para producir 400.000 litros, es el proyecto de toda la saga", comenta. "Decidimos abrir las puertas y mostrar los viñedos para que el legado se perpetúe. No podemos olvidar que este valle llegó a tener 500 hectáreas de viñedos que terminaron desapareciendo. Nosotros queremos contribuir a preservar las tradiciones gastronómicas de Amurrio con un proyecto sostenible".
Esta conciencia por llevar a la mesa las raíces de Euskadi se traslada de la bodega a la cocina en el Abiaga. Este local de preciosismo rustico lleva el nombre del barrio donde sirve cocina de temporada. Marta Juliá, la chef, prepara unos escalopines con salsa de hongos en la cocina. "En otoño, se pueden encontrar alrededor de 640 especies de setas en la comarca ayalesa y el Alto Nervión. ¿Cómo vamos a desaprovechar esta riqueza?".
La pregunta retórica no queda en el aire mucho tiempo. Rápidamente queda enlazada con el relato de cómo su apellido catalán quedó ligado a Amurrio. "Todas las grandes aventuras se inician por amor", comienza diciendo. "En mi caso, fue un romance doble. La pasión por la cocina me llevó a iniciar unas prácticas en 'Mugaritz' y allí conocí a mi marido, Endika Urreta, que trabajaba de sumiller. Durante un tiempo volvimos a Cataluña porque tuvimos la oportunidad de estar bajo la batuta de los hermanos Roca, pero a él le tiraba Euskadi y le echamos ganas para ponernos al pie del cañón de esto que ves", relata.
Llevan cuatro años en zona de arándanos (que es cómo se traduce Abiaga). En ese tiempo, Juliá ha conseguido fusionar lo mejor de dos de las grandes regiones de la alta cocina penínsular. "Euskadi es una región con una fuerte personalidad. Es un pueblo que considera la comida como parte fundamental de su cultura y valoran que la carta otorgue protagonismo a lo autóctono. Nosotros lo hacemos y añadimos a eso un toque mediterráneo", especifica.
Los tomates no es que sean uno de los grandes exponentes de la gastronomía vasca, pero el monte de Amurrio esconde huertas fecundas tan golosas para la vista como para el estómago. "Kiko Veneno vino a tocar este verano y la banda se alojó aquí. A la mañana siguiente, cuando se levantaron a desayunar, vieron las matas del vecino y no se pudieron resistir a pedir. Pidieron pan con tomates de la casa", cuenta Iratxe Ruiz, copropietaria del alojamiento 'Saiaritz'.
En la recepción de este hotel rural, una niña balancea los pies –que no le llegan al suelo– en un gran sillón orejero de color morado. Ella pone nombre, a medias, al establecimiento. "La unión del nombre de mis dos hijos, Saioa [nombre de un monte navarro] y Aritz [roble, en euskera], nos sirvió para bautizar este lugar que nació, sobre todo, como una pequeño homenaje a los nuestros, que empezaron de la nada", relata Ruiz. "Mis abuelos Ruperto Sasiain y Conchi Polancos pusieron una casa de comidas para salir adelante. Junto a ella, teníamos una vivienda que se incendió una tarde de agosto de 2010. No pudimos salvar nada. Fue un disgusto para mi abuela, que vio quemarse el esfuerzo de toda una vida. 'No te preocupes, construiremos una más bonita aún', le dijimos, y ¡PUMM!! Ahí nació 'Saiaritz', como un champiñón", cuenta emocionada.
"Muchos de los visitantes que registramos vienen a para hacer rutas de senderismo por el Parque Natural de Gorbeia, conocer el yacimiento de Elexazar y ver la cascada del nacimiento del río Nervión, pero merece la pena que también conozcáis nuestro casco viejo", dice como extendiendo una invitación.
Allí, en pleno centro, nos espera Emilio Pérez, párroco de la Iglesia de Santa María de Amurrio. "Fijaos bien en la torre. Tiene 31 campanas de bronce, de las que 25 componen un carillón de 2.000 kilos. Es el mayor conjunto de Álava y el segundo de Euskadi, después del de la Basílica de Begoña en Bilbao", señala. La iglesia guarda también un Vía Crucis pintado por Juan de Aranoa, un bilbaíno formado en París y fuertemente influenciado por Picasso. "Al final volvió, como hacemos todos. Cualquiera que aproveche la visita comprenderá que esto es más que un lugar para vivir", determina.
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