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Hay carreteras con alma de vino, como la que descansa a las faldas de Sierra Cantabria y serpentea divertida entre La Rioja y Álava. Rodeada de viñedos, sube y baja atravesando paisajes perfectamente ordenados que mutan de color y forma. Hoy son los verdes y ocres propios del otoño los que acompañan un camino por el que es habitual cruzarse camiones cargados de uvas. No hay duda, es tiempo de vendimias.
En Samaniego el día es soleado y algo fresco, con una luz que vibra y se cuela entre las callejuelas. En plena plaza, las puertas abiertas de una bodega permiten ver la actividad de una jornada cualquiera. “Nos gusta abrir la bodega a la gente y recibir visitas en vendimia. Aunque haya mucho trabajo, estas son las únicas semanas en las que uno puede ver realmente cómo se elaboran nuestros vinos”, comenta Jose Urtasun, una de las caras de Remírez de Ganuza, quien nos acompaña en la experiencia.
Esta reconocida bodega de La Rioja Alavesa fue fundada en 1989 por Fernando Remírez de Ganuza, que revolotea ágilmente entre viñedos, barricas y depósitos, disfrutando como nadie del frenético ritmo de la vendimia. “Estos días a mi padre lo puedes ver en todas partes. A las 8 de la noche aún puede estar cogiendo muestras”, cuenta su hija Cristina, también involucrada en el proyecto, mientras abre camino hacia la viña La Coqueta, a los pies de Samaniego, una de las tantas fincas que la bodega tiene en la zona.
Las cuadrillas recorren sin prisa ni pausa los caminos que transitan entre viñas, acompañados de un cesto y una caja, y seleccionando a mano racimo a racimo. “En la caja colocan las uvas para nuestros vinos y en el cesto las que vendemos a granel”, explica Cristina. “Para el volumen de vino que nosotros producimos, si hiciéramos otro tipo de vendimia en una semana o menos tendríamos la uva dentro de la bodega”. Sin embargo, la excelencia marca los tiempos: “Elegimos las mejores viñas, las mejores uvas de esa viña y las recogemos su punto perfecto de madurez”.
Camiones cargados regresan a la bodega. La uva se conserva en frío “para que quede un poco inerte, no sufra procesos de fermentación espontánea y trabaje mejor en la despalilladora”, explica Jose. Después pasa por una mesa de selección, donde una decena de mujeres comprueban con detalle el estado sanitario y de madurez de cada racimo. Todo este proceso, cuenta Cristina, hace que “las vendimias se alarguen, depende de los años, una media de 20-25 días”. Y esto sin contar la llamada prevendimia, “porque antes de empezar a meter uva en Remírez de Ganuza ya pasamos por las viñas para retirar parte que se vende a granel”.
En la mesa de selección, además, se corta el racimo en dos, separando los hombros (la parte superior) de las puntas. Los primeros pasan a la despalilladora, que separa las uvas del raspón, se lavan en su propio mosto y se dirigen por un conducto hacia los depósitos de acero en la planta inferior. Son los primeros pulsos de lo que serán reservas y grandes reservas. Las puntas, por su parte, se destinan a elaborar tintos jóvenes de maceración carbónica y pasan directamente con sus raspones.
Ya en la zona de depósitos Jesús, enólogo de la bodega, viene y va sin descanso acompasando el ritmo del equipo de producción. En un depósito hay un blanco que está a punto de salir a barrica; en la prensa, uva que acabará siendo un tinto joven. Todo va encajando perfectamente. El movimiento no se detiene, sigue ágil, mientras al aire libre se puede comprobar cómo la cadena vuelve a empezar: las cajas vaciadas en la mesa de selección descienden veloces por unas guías hasta llegar a unas máquinas donde se limpian antes de regresar al viñedo.
Es la hora de comer y se relaja la cadencia. Quien trabajaba en la mesa de selección limpia en el patio ahora el uniforme. Las cuadrillas dan descanso a sus botas y los vinos siguen su transformación, bien en depósitos de acero o ya en barricas, siempre nuevas, como unas de blanco que reposan en un silencio solo roto por el sonido de su propia fermentación.
Durante la tarde, las tareas se retoman en viña y bodega, con ese mecanismo tan bien engrasado y una pulcra limpieza, mientras Fernando recorre diferentes fincas para tomar muestras. “El campo y la viña es lo que le gusta y es lo que le atrapó para hacer vino porque en principio no iba a ser bodeguero”, confiesa Cristina. Esto es algo que uno puede comprobar si recorre la viña en su compañía. “¿Ves? Esas uvas de ahí son mejores que estas porque allí no hay verde en el camino”. Aprender y respirar.
Cubo en mano recorre los caminos deteniéndose cada ciertos pasos a recoger algún racimo o arrancar un par de granos que mastica concienzudamente. “Vamos haciendo analíticas para ver la progresión, pero ha llegado un momento que solo con catar las uvas ya sabe si está para vendimiar” -contaba Cristina en el paseo de la mañana- “son muchos años, dice que las viñas ya le hablan”. Y menos mal que le hablaron, porque tras este mimado proceso de selección y producción, de años de pruebas, ilusión, trabajo e incansable ánimo perfeccionista hay unos vinos que enamoran.
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