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Va cayendo la tarde y los arreboles provocan destellos en los racimos maduros de verdejo, que esperan su inmediata recolección en los últimos días de septiembre. Al compás del descenso del sol, se reducen los grados en el termómetro: 26, 24, 22, 18, 16… La chaqueta que colgaba del brazo a mediodía es buena aliada a última hora del día en el sur de la meseta vallisoletana. En el final del verano no es que anochezca antes, sino que pesa más la desilusión de que lo hace más rápido. Atrás quedaron esos atardeceres eternos del verano ocioso tumbados en la playa o bajo la higuera de la casa del pueblo. Ahora, en un descuido, los viñedos que se extienden por la DO Rueda se cubren de un manto de negritud ante la ausencia de luna, que no se ha dejado ver esta noche. 15, 13, 11, 9, 7… El frío de la noche no da tregua.
Estamos en una de las fincas que rodean el pueblo de Serrada, uno de los 74 municipios del sur de la provincia de Valladolid, norte de Ávila y oeste de Segovia que conforman la Denominación de Origen Rueda, la segunda de producción de España y la primera de vinos blancos. El cielo estrellado, limpio de nubes, hace de guardián y única compañía a los dos maquinistas que manejan las vendimiadoras y al conductor del tractor que remolca la cosecha hacia la bodega. “En esta región, la vendimia se caracteriza por realizarse de noche y mecanizada. Sin la presencia de la luz solar evitamos la oxidación de los mostos, y además hacemos que el fruto entre en las bodegas a temperaturas bajas (entre los 10 y 15 grados) frente a las temperaturas diurnas de septiembre, que pueden alcanzar los 28º”, explica Santiago Mora, director general del Consejo Regulador. Esa oscilación térmica es una de las claves para que los vinos de Rueda mantengan un equilibrio perfecto entre el azúcar que la uva gana con el sol y la acidez que no pierde durante la fresca nocturnidad.
“Estos días son de poco dormir y mucho sufrir”, reconoce César Gutiérrez, enólogo de Mayor de Castilla, que alarga sus jornadas de trabajo en el campo y la bodega, una de las más grande de la DO, con capacidad para 27,5 millones de litros. La montó en 2012 el viticultor y bodeguero Miguel Mélida, que empezó con una empresa de servicios y sistemas de plantación de viñedos –“se podría decir que la mayoría de viñas de los últimos 20 años han salido de mi empresa”-. Otro de sus grandes negocios en el sector son el medio centenar de cosechadoras francesas, de la marca New Holland, con las que se realiza el 95 % (19.000 hectáreas) de la vendimia en Rueda.
Desde principios de septiembre –“aunque este año se ha adelantado unos días la verdejo, y tenemos registros de entrada de uva desde el 22 de agosto”, confirman desde la DO- hasta el veranillo de San Miguel, el sonido del campo es el suave sacudido mecánico de las cepas, el crujir de ramas al pasar por la despalilladora y el zumbido de las hojas. “La máquina es cabalgante y pasa sobre el lineo de la viña plantada en espaldera, haciendo un vareado con los bastones situados en la parte inferior. Los racimos maduros se desprenden y caen en unos depósitos junto al mosto, mientras que los verdes y pasificados se quedan en la planta”, explica Miguel Mélida. Después, un sistema de norias, que giran en sentido contrario a la dirección de marcha del vehículo, permite que las uvas asciendan a la zona de la despalilladora, que elimina hojas, raspón y palo, y de ahí a la tolva antes de descargar en el remolque del tractor. “La uva sufre poco y llega entera a bodega”, añade el enólogo, que vigila el trabajo a pie de campo.
“Vamos a una velocidad de crucero de 4 km/h, para no dañar la viña e impedir que el racimo caiga al suelo”, dice con humor Jesús Hernández, maquinista con 18 campañas de recogida a sus espaldas, “aunque eso de deslomarse recogiendo uvas es de otros tiempos”. Todo se controla por pantalla en cabina, desde las revoluciones por minuto de las norias a la intensidad del sacudidor. La jornada arranca a las 8 de la tarde y se extiende hasta primera hora de la mañana, llegándose a recolectar en una noche hasta 80.000 kilogramos. Cuando acabe la temporada de la uva, Jesús y las máquinas de Miguel viajarán a la zona de Extremadura, para la recolección de la aceituna, pues a la misma cosechadora se le cambia el cabezal y sirve para olivos y almendros plantados en intensivo.
El vino verdejo, fresco y afrutado, se ha convertido en uno de los indispensables de las barras de bares y en las cartas de los restaurantes. Rueda no solo es la segunda DO de España en producción -por detrás de Rioja- y la primera entre los blancos -42 % de cuota de mercado-, sino que ha ganado en los últimos años bastantes enteros en el sector de la hostelería y los consumidores particulares. “Desde el covid, cuando aumentó la compra de vino para consumir en las casas, hemos pasado de la quinta a la segunda posición entre los más vendidos en los lineales de supermercados”, admiten con orgullo desde el Consejo Regulador.
Se cree que esta variedad llegó de la mano de los mozárabes, durante la repoblación cristiana de la cuenca del Duero en el siglo XI. Pero fue durante el reinado de la castellana Isabel la católica, que nació (Madrigal de las Altas Torres) y murió (Medina del Campo) en estas tierras, cuando alcanzó la categoría de vino de la Corte. “Aunque no era el joven sin crianza que hoy es más conocido, sino los dorados, esos vinos fortificados y generosos”.
Dicen los expertos que hay tres condiciones que marcan el carácter particular de los Rueda: la singularidad de la variedad cultivada (el 98 % de la viña es de uva blanca y de ésta, el 88 % verdejo); los terrenos cascajosos de la meseta alta que se extiende por las provincias de Valladolid, Ávila y Segovia; y el clima continental, con inviernos largos y fríos, primaveras cortas con heladas tardías y veranos calurosos y secos, “lo que obliga a las cepas a buscar sus recursos hídricos en lo más hondo del subsuelo”. Santiago Mora añade un cuarto factor: “la mano de obra de los 1.576 viticultores, muchos de ellos familias con varias generaciones a las espaldas que marcan una forma de tratar el campo”.
Pero además del vino joven del año, los bodegueros están apostando cada día más por dar libertad en los métodos de elaboraciones, con trabajo en viñas ecológicas, crianzas en barricas de madera, ánforas de microcemento, depósitos de hormigón, acero inoxidable y huevos de cerámica. Envejecimiento sobre lías o recuperando aquellos vinos de Corte, los afamados dorados y pálidos, con fermentaciones en damajuanas expuestas un año al sol y el frío, y crianzas en soleras durante décadas. Y tratándose de abrir hueco ante la reina, los vinos de la variedad sauvignon blanc, de maduración más temprana (mediados de agosto) y que introdujo en estas tierras en la década de los 70 del siglo pasado el enólogo francés Émile Peynaud y la bodega Marqués de Riscal, “siendo la región pionera en la adopción de esta uva francesa fuera del Valle del Loira y Burdeos”.
Incluso, aunque minoritario (no llegan al 5 %), hay quien sigue con la vendimia manual, que debe ser diurna con pequeñas cuadrillas de empleados locales. Muchos lo hacen por las condiciones del terreno, al estar sus viñas en laderas por las que no pueden circular la maquinaria; o bien por estar plantadas en vaso y no en espaldera -en las últimas dos décadas no llegan a las 80 hectáreas las nuevas por este sistema-; o porque conservan cepas viejas, más difíciles de recolectar con las cosechadoras. O como en el caso de las jóvenes hermanas Helena y Reyes Muelas, que junto a su padre Quintín dirigen la bodega más pequeña de la DO (Muelas, en Tordesilla), “porque dos ojos detectan mejor el punto de maduración de la uva y dos manos hacen un trabajo más detallista con los racimos”.
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