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Viñedos viejos tras una etiqueta rosa chicle, un coupage de Tempranillo con cabernet y merlot destinado al aperitivo, un blanco ideal para comidas reposadas, un tinto con alma de blanco y un blanco en un valle de quejigos tinto. Esta es una inmersión al terruño más sureño de la Comunidad de Madrid, a través de viñedos que pasan por zonas vinícolas con mayúsculas: San Martín de Valdeiglesias, Arganda y Navalcarnero.
En esta última región, Valquejigoso es una de las bodegas que aúna lo legendario con lo singular de la Comunidad de Madrid. Pero detrás de su solera que habla de toreros y del Madrid de los Austrias, hay un vino que pone el acento más fresco y el punto exacto de mineralidad a sus hermanos tintos. "Nuestro Mirlo Blanco 2015 es único en su concepto. Su frescura, elegancia y estructura lo hacen muy especial, siendo muy polivalente a la hora de maridarlo. Es el único blanco que elaboramos y resulta ser un vino muy atractivo para el público joven que desea disfrutar de la complejidad de un gran vino". Aurelio García, enólogo de esta bodega que en su día producía vino para nobles, cuenta a Guía Repsol que una singularidad propia de este vino es que es un blanco con gran capacidad de envejecimiento. "Mirlo Blanco lo elaboramos de cara a que mantenga la tipicidad de nuestro terroir con su evolución, es un vino que mantiene su carácter joven con el paso del tiempo, ganando en finura y elegancia".
Pero la singularidad del Mirlo Blanco también reside en el coupage. "El Albillo Real, variedad autóctona de nuestra tierra, es la protagonista de este vino, representa un 55 % de su composición. El ensamblaje se completa con el 30 % de Sauvignon Blanc, variedad propia de la zona de Burdeos y un 15 % de Viognier cuyo origen está en el valle del Ródano".
Quizá sea por esa fusión natural, o por estar en una zona, la de Navalcarnero, cuyo clima cálido y sus suelos profundos y frescos ensalzan las características del Sauvignon Blanc y de la Viognier, lo que hacen que el Mirlo Blanco 2015 sea sutil y complejo al mismo tiempo. "Al oler el vino nos lleva a aromas primarios, tiene un paso por boca fresco, pero a la vez untuoso y estructurante y esto lo hace muy polivalente a la hora de maridarlo. A la vez tiene suficiente finura como para tomarlo solo en esos momentos de reflexión", cierra el director técnico de esta bodega que pertenece a la familia del conocido restaurador Félix Colomo.
Traje tinto, pero alma de blanco es lo que tiene uno de los denominados Vinos de Pueblo de la D.O. Madrid. En San Martín de Valdeiglesias está Bernabeleva, bodega que ya se encuentra en plena cosecha de garnacha, una de las variedades propias de la zona. Y aquí, si hay un vino que representa especialmente la finca es el Camino de Navaherreros, un tinto joven, "bastante fresco para lo que es la zona", según Marc Isart, enólogo de esta bodega que es todo un homenaje a la diosa de la caza.
Su logo lo prueba. La fémina subida a un oso cuida de las 35 hectáreas de cepas viejas que el doctor Vicente Álvarez-Villamil adquirió en 1923. Hoy ese cerro es todo un rito de exaltación a unos vinos de parcela, vendimiados a mano y vinificados en tinos de madera. "Queríamos ver qué nos podía dar cada parcela –explica Marc Isart–. Teníamos tres de tinto que sobresalían de las demás, así que decidimos embotellarlas por separado. Todos los años lo hacemos así, los crus franceses lo hacen mucho.
En Bernabeleva, esa diosa de la caza vela porque los ciclos lunares, la hoy tan en boga agricultura biodinámica, marquen los ritmos del viñedo. El Camino de Navaherreros es uno de estos resultados. "Elegimos la añada 2018 porque fue un año bastante fresco para lo que suele ser la zona de San Martín. El verano fue suave, lo que nos dio un ciclo de maduración bastante bueno. Este vino es más singular porque sus taninos son más verdes, no han pasado por una maduración completa".
Como cuenta Marc, Camino de Navaherreros responde a esos vinos amables, versátiles, ligeros. "Su punto de acidez funciona con la grasa, pero también con los pescados. Es un vino al que se le puede dar temperatura, desde luego no es un tinto al uso".
Toca el blanco. Toca Cadalso de los Vidrios. En plena zona de Gredos, cuatro amigos se propusieron un día rescatar una viña. Y hasta hoy. "David Moreno, oriundo de Cadalso, nos contó un día que su tío quería arrancar una viña de Albillo, y básicamente lo hicimos por mantenerla. Poco a poco hemos ido creciendo hasta las 40.000 botellas al año".
Habla Javier García, uno de los Cuatro Monos de esta bodega que pinta sus sueños en acuarela. Sus etiquetas las diseña desde 2013 una amiga suya ceramista. "La convencimos", ríe Javier. En la etiqueta del Cuatro Monos Albillo, sus protagonistas miran suspendidos hacia un horizonte que les sonríe año a año. "Los tres viñedos de los que sale este vino tienen más de 95 años, por lo que su mineralidad está mucho más marcada. Estamos ante un vino bastante glicérico, poderoso, por lo que sería más adecuado para acompañar una comida que para un aperitivo, como estamos acostumbrados a tomar los blancos".
Fuera tópicos. El Albillo 2017 seleccionado por Cuatro Monos para estas líneas es, en palabras de Javier García, amplio, untuoso, "aunque con un toque salino al final que alegra mucho el paso en boca, es activo, rápido, divertido". Pero la singularidad también reside en la propia variedad, ya que el Albillo Real solo se produce en esta zona de la D.O. Madrid, en las cercanías de la sierra de Gredos. "Es una variedad difícil de encontrar", concluye Javier.
Del carácter glicérico y mantecoso de este blanco a un tinto digno para el aperitivo. Quién iba a decirle a los antiguos romanos, habitantes de estos lares en Morata de Tajuña, que este vino no era tanto para comer tumbado, sino para brindar de pie. Víctor Algora es hijo del fundador de 'Licinia Wines', gurú que apostó por viñedos en el sureste de Madrid junto con otro nombre propio en el mundo del vino, José Ramón Lisarrague. "Cuando nos pusimos a hacer Muss era para hacer un vino fácil de beber, de fácil rotación. Queríamos hacer un semicrianza, llegando al equilibrio perfecto entre madera y fruta y creo que lo conseguimos. En mi opinión es lo principal de este vino".
Aun así, Muss es hoy uno de los vinos de referencia de la D.O. Madrid, presente en las cartas de no pocos restaurantes soleados. Zona de Tempranillo y Malvar, la de Arganda es tierra de envejecimiento en barrica de roble. El Muss 2017 de Licinia Wines se guarda así, en barricas de 500 litros, durante seis meses. Las cepas de estas dos variedades rondan los 60 -70 años, según cuenta Víctor Algora. "Luego decidimos mezclar con variedades de fuera, por lo que al 65 % de Tempranillo le sumamos un 20 % de Cabernet, un 13 de Syrah y un 2 % de Merlot".
Dicen los expertos que en este vino hay mucha fruta fresca y eso, según Víctor, se lo da la Syrah. "Le da la gracia, lo ensambla todo. La Syrah tiene más entrada en boca y nos da ese punto frutal, mientras que el Cabernet nos da profundidad y el Tempranillo la estructura". Un vino destinado a todos. "Lo que pretendíamos era que no fuese un vino gastronómico 100 %. Que no obligue a tomarlo en una comida. Por eso creemos que Muss es lo contrario, es un vino destinado al chateo, para tomarlo tranquilamente en una terraza".
Y en uno de esos terraceos se podría encontrar perfectamente un vino que es ante todo un homenaje a la amistad. Una entre dos protagonistas, la de Fernando Cornejo, propietario de Bodega Marañones y un amigo de León que lo presenta como Tapafugas. Así se llama este vino singular, añada 2019, dentro de una bodega que cuenta de forma directa el paisaje. "Estamos ante un Clarete mezcla de Albillo Real y Garnacha tinta. Yo diría que su filosofía es atípica, como el carácter de mi amigo", ríe Fernando.
El viñedo de Marañones está en la sierra de Gredos, en tierras altas a unos 750 metros, de donde saldrán luego sus vinos de paraje, pasando por sus vinos de parcela, llenos de complejidad y finura hasta sus vinos de pueblo, expresión directa de la comarca de San Martín de Valdeiglesias. "Nuestro mercado habitual reconoce las etiquetas de Marañones, y en este Tapafugas pasamos del blanco al rosa chicle".
¿Por qué elegir este vino? "Porque hasta la propia etiqueta se sale de nuestro estándar". Y su denominador común no es precisamente común. 30.000 Maravedíes, Pies Descalzos, Picarana… Sus diferentes etiquetas llaman a conocer ese campo que Fernando ama, y a los que este gurú llegó con la intención de rescatar y recuperar viñas. Cepas de altura en una zona que vendimia pronto por culpa de la Albillo. "Es una estropea vacaciones", dice más de un protagonista de este reportaje.
Ahora Fernando tiene un sueño que ya ha dado los primeros pasos: hacer una bodega integrada con el paisaje. 30 hectáreas de viñedo mezcladas con parcelas, arbolado y plantas silvestres. "Eso ya ocurre en nuestra viña, tenemos las cepas imbricadas con mucho cerezo, vegetación y flores. A eso le añadimos una vinificación sin levaduras externas, aprovechando solo las que nos da cada viña, por lo que conseguimos una fermentación espontánea, conservando el paisaje".
Todo vinculado directamente a la tierra y siguiendo el calendario lunar. El homenaje más justo al suelo, al alma de Madrid, por el que brindar a través de citas como las que diría Tapafugas: "Después de no hacer nada, lo mejor es descansar". Un brindis por el compromiso con la tierra y las personas de todos estos bodegueros, que después de la vendimia bien merecerán ese descanso.