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Don Pedro Pérez servía sus blancos y tintos directamente de las barricas que almacenaba en una de las habitaciones bajas de su casa solariega, esas de muros gruesos que conservan la humedad y frescor. Doña Rosalía -la esposa a la que todos llamaban Rosa- atendía mientras tanto el reclamo de los hombres, que le rogaban un plato de las papitas que habían sobrado del almuerzo para acompañar el trago. "Mi abuelo era un hombre muy conversador y querido aquí, en La Guancha. Casi que por obligación llegó a ser alcalde durante la Guerra Civil, porque se llevaba bien con todos los vecinos. Como la casa familiar tiene dos patios, durante la contienda en uno tomaban vinos los republicanos y en el otro, los llamados nacionales", recuerda Carlos Pérez, dueño de la bodega Viña Zanata.
Hasta no hace mucho tiempo, en una de las paredes de este patio se conservaba el recuerdo de una pintada que pretendía exaltar la República, pero que la irrupción de una pareja de la Guardia Civil acabó transformando en un "¡Viva la... Papas bonitas!". En la bodega se crió Carlos, que se resiste a jubilarse, aunque sus hijos José Carlos y Natalia ya han cogido las riendas. "Jamás podré dejar esto. Soy feliz entre mis viñas, cuidando de los vinos en la bodega y disfrutando de una buena copa con las visitas, los amigos y la familia", reconoce. "Además, como económicamente no soy rico, pues tengo que seguir trabajando en mi pasión".
El legado que recibió de sus abuelos y padres encerraba parte de las esencias vinícolas de Tenerife. La bodega se abrió en 1893, una de las más antiguas que se conservan en la isla, y forma parte de la comarca Denominación de Origen Ycoden-Daute-Isora, cuyos vinos son herederos de los antiguos Canary que conquistaron a los ingleses, a los padres fundadores de los Estados Unidos y a numerosas cortes europeas entre los siglos XVI y XVIII. "Pienso que siempre hemos hecho buenos vinos. Cuando de joven acudía a las reuniones con los compañeros de universidad, en La Laguna, yo llevaba mi botella mientras que el resto iba con vino de garrafa; no había color", se jacta Carlos.
Aunque los comienzos de la comercialización del vino enbotellado, en los inicios de la décado de los ochenta, no fue sencilla. "Salía de casa todas las mañanas con una caja a recorrer los restaurantes y tabernas de la zona norte. La respuesta negativa era la habitual. Pero un día llegué a un guachinche -un pequeño establecimiento de comida en el que se ofrecen productos de la casa- en Santa Úrsula donde el mesero no estaba muy por la labor de atenderme. Sin embargo, había unos alemanes que se apenaron y decidieron comprarme una botella. Antes de perderme por la calle siguiendo mi labor, la pareja me llamó, compró toda la caja y me encargó más para el día siguiente".
Hoy en Viña Zanata se producen unos 100.000 litros al año, que salen de las viñas que la familia tiene repartidas por la ladera norte del Teide, desde los 300 hasta los 1.100 metros sobre el nivel del mar. El cultivo se realiza en pequeñas parcelas, generalmente en terreno escarpado, lo que hace difícil el trabajo con tractores y obliga a una vendimia manual. "Aunque estamos en una isla de temperatura suave, en esta zona no hay que fiarse de los días soleados, porque como te coja un frío, te deja guapo", advierte el bodeguero.
Las apuestas principales, con la que se ha labrado su fama Viña Zanata, son los blancos Tradicional, 100 % listán blanco, de cepa centenaria y muy aromáticos. Aunque "las buenas alegrías" se las están dando últimamente los trabajos de recuperación de la malvasía aromática y el albillo criollo, en su coupage Vendimia Seleccionada. Y aunque su hijo ya está al frente de la bodega, Carlos admite que él sigue controlando la malvasía, "porque es difícil y prefiero que aprenda de cerca cómo la trato y cuido yo en el campo". Otra de las variedades con la que están experimentando es el Marmajuelo, variedad autóctona canaria, "con un punto de acidez extraordinario".
Ahora la apuesta es descubrir cómo funcionan los vinos jóvenes de listán blanco en crianza submarina. "Hemos sumergido 150 cajas a 20 metros de profundidad en un barco hundido al sur de Tenerife. Ahí estarán ocho meses, pero ya sabemos que la humedad y temperatura constante ofrecen una evolución muy interesante en los vinos. En los blancos, por ejemplo, potencian más los aromas sin perder su valor natural".
Seguramente alguna de esas botellas no tarde en descorcharse en el patio de la casa familiar. En una reunión de amigos o en la visita de un grupo de turistas, sobre todo alemanes e ingleses, que hacen un alto en su caminata por el monte para degustar una copa de vino acompañado de unos quesos canarios, una tortilla y unos embutidos que el bodeguero y su esposa comparten con los invitados. Entoces Carlos aprovechará para contarles la historia del abuelo Pedro, de lo feliz que es él en el campo y las virtudes de sus uvas, porque como él dice, "un hombre bien bebido, es un hombre sabio".
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