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"Hablo a mis viñas; no me contestan, pero sé que me entienden". Carmen Gloria Ferrera recuerda a la perfección cómo a los nueve años ya mojaba la punta de su dedo en el vino, que conservaban en humildes barricas de castaño en la bodega de sus abuelos en Arafo (sureste de Tenerife). A pesar de su pequeño tamaño, este establecimiento se hizo un hueco en la isla desde el inicio, pues fue un auténtico matriarcado, que se rebeló ante el machismo, la superstición y una ley que prohibía a las mujeres entrar en las bodegas "porque decían que avinagrábamos el vino". La abuela Magdalena y la madre Maruca llevaron las riendas de la venta, mientras el abuelo y el padre trabajaron las viñas.
"Yo era feliz en los dos sitios. Nunca he visto el trabajo en el campo como un castigo; me encantaba ayudar a mi abuelo a preparar la tierra, podar las viñas, observar los brotes en las cepas, recoger la uva con mimo...", admite Carmen Gloria mientras pasea entre los viñedos Las Vigas, en el Valle de Güímar, acompañada de 'Dana' y 'Golfa', una golden retriever y una pastor garafiana que cuidan de la finca. Estamos en la última comarca vinícola en ser reconocida con Denominación de Origen en la isla (septiembre del 96).
Esta pasión por el campo ha logrado contagiársela a sus hijos. Juan Rubén Ferrera-se cambió el orden de los apellidos para conservar la rama materna- se presenta como "abogado de profesión y bodeguero de corazón". Actualmente es el director de 'Bodegas Ferrera', que desde 2007 elabora vinos embotellados tras décadas de suministrar vino a granel y dedicarse fundamentalmente a la venta de uva a terceros. "En la actualidad producimos unos 60.000 litros al año en 16 vinos diferentes. Son producciones muy pequeñas, pero no buscamos crecer, ni expandirnos. Estamos muy a gusto con lo que estamos haciendo", reconoce.
A 1.000 metros de altitud, donde el monteverde de pino canario se hace cumbre, los Ferrera cultivan tres fincas de malvasía, albillo criollo, listán blanco, moscatel de Alejandría (para los blancos secos y afrutados), el listán negro (para rosados), syrah y tempranillo (para tintos). "Fundamentalmente trabajamos los blancos afrutados, el blanco dulce y el seco. Para ello seleccionamos las uvas de las cepas más antiguas y situadas a mayor altura en Las Vigas". Para Juan Rubén, "el paisaje, la tierra y el entorno en el que crecen las viñas es lo que forja el carácter de nuestro vino. En la viticultura de altura, el contraste de temperaturas entre el día y la noche hace que la maduración sea más lenta, y eso repercute en la calidad y diferenciación".
Además, según la leyenda, estas tierras donde enraizan las cepas de los Ferrera están bendecidas. Cuentan que a principios del siglo XVIII aquí labraban huertos y vides los monjes agustinos y que, tras la erupción del volcán Las Arenas -el mismo que arrasó con la entonces capital de Garachico en la parte norte-, las lenguas de lava que se desplazaron por el valle de Güímar se bifurcaron justo en estas hectáreas para volverse a unir más al sur. Ahora en estos suelos arcillosos y con alta porosidad, por su origen volcánico, hay plantadas mostaza y trébol blanco, y pastan las ovejas pelibuey entre gallinas, conejos y pavos reales de la casa.
La vendimia suele comenzar en septiembre, "aunque hemos llegado a recoger uva bien entrado noviembre", explica Carmen Gloria. "Durante la vendimia hacemos una gran fiesta con amigos y familiares. Asamos un cochino negro y con buenos quesos y vinos disfrutamos de las jornadas de trabajo". La apuesta principal de la bodega son los blancos y rosados afrutados, cuyas botellas tienen una serigrafía especial en su etiqueta que cambia de color cuando el vino alcanza la temperatura óptima para ser consumido.
Pero del que más orgulloso se sienten madre e hijo es de Momentos, 80 % malvasía aromática y 20 % albillo criollo, con 13,5 % de graduación y fermentación en barrica nueva de roble americano durante tres meses, que ha sido galardonado en 2016 con distintos premios nacionales e internacionales. "Tiene muchos matices complejos, con un plus de elegancia y dos variedades nobles que hasta entonces no se habían mezclado exclusivamente". En su aroma se pueden detectar toques de vainilla y frutas exóticas, y en boca es de sabores intensos.
En los últimos tiempos se han inmerso en la bodega submarina; unas 1.000 botellas coupage de syrah y tempranillo con cuatro meses de barrica y sumergidas otro seis meses a 18 metros de profundidad en el sur de la isla. "El Atlanticum está siendo una experiencia buenísima. Estamos haciendo catas en las que comparamos el mismo vino terrestre y su versión marina y el resultado está siendo muy satisfactorio", comenta Juan Rubén. "A mí me pareció una idea estupenda y muy interesante -añade Carmen Gloria-. En eso he salido a mi padre, que fue un viticultor muy avanzado para su época y que en sus últimos años de vida se lamentó de no poder tener más tiempo para disfrutar de todos los avances que se estaban dando en el mundo del campo".
Esta bodeguera, que todavía se emociona al ver brotar sus viñas en primavera, sabe que la tierra le ha dado muchas alegrías, pero también muchas preocupaciones. "No hay mañana o noche que no me asome a la ventana a ver si llueve o no". Y aunque con su hijo se rompe el matriarcado, ya está acostumbrando a los nietos a mojar el dedo en el vino de la abuela para que la tradición no se pierda.
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