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El boom de los vinos naturales llegó de Francia hace un par de lustros, cuando algunos vinateros jóvenes (y otros que no tanto) decidieron recuperar viejos métodos de fabricación casera. El rescate de algunos tipos de uva que parecían perdidos, la sincronización con la naturaleza, la renuncia a los pesticidas y a cualquier otro tipo de aditivo químico fueron los primeros mandamientos de una biblia que culminaba con el pisado de la uva, tal como hacían nuestros abuelos. Naturalmente, el número de botellas que circulaban era reducido y así fue como el regreso al pasado se convirtió en un culto.
El vino natural no sabe igual, no luce igual, ni huele igual que los tradicionales y por eso la llegada de los epítetos "ecológico", "orgánico" o "biodinámico" chocó con el rechazo de la tradición vinícola española al principio… Algo que cambió cuando muchos empezaron a consumir este vino con entusiasmo, especialmente aquellos más concienciados con el medio ambiente y que ya habían seguido tendencias como el kilómetro cero.
No hay nada mejor que empezar en el 'Bar Brutal', en el Born (Barra de Ferro, 1), también conocido como 'Can Cisa', seguramente el mejor garito (con perdón por la palabreja) dedicado a esta nueva religión.
Con más de 600 referencias españolas, francesas e italianas, mayormente, y el honor de ser proveedor y referente de templos hipster como The four horsemen(el bar de vinos naturales propiedad de James Murphy, líder de la banda LCD Soundsystem, en Brooklyn), el 'Brutal' cuenta con someliers capaces de venderle una nevera a un esquimal, tipos con una nariz entrenada en mil batallas y que aman lo que predican. El ambiente, con mesas de madera y una extraña mezcla de locales y guiris sedientos, ayuda lo suyo.
A apenas 100 metros, en el número 2 de la calle Montcada, se encuentra otro de los establecimientos que primero apostó por las sinuosas curvas de los vinos orgánicos y biodinámicos, el 'Bar del Plà' (c/ Montcada, 2). 'El Plà' (como lo conocen los nativos) es uno de los mejores locales de tapas de Barcelona, pero, además, tiene una excepcional carta de vinos y dos someliers fuera de serie. Solo hay que dejarse aconsejar y acudir con mente abierta para acabar sintiendo cosquillas (de placer) en el paladar. Si no le gusta beber, la comida y el sabor a barrio, sin moderneces, le compensará sobradamente.
Al otro extremo de la ciudad, al ladito de la otra Rambla (la de Cataluña) encontraremos el 'Monvinic' (Diputación, 249). Este local casi megalómano cuenta con la carta de vinos más larga del planeta, con miles (más de 5.000) de referencias. Cada día hay una veintena de vinos por copa y cada vez se detecta una presencia más grande e influyente de los caldos ecológicos.
El personal está entrenado para proveer datos del mismo modo que la enciclopedia británica puede guiarle a uno por la historia de cualquier imperio antiguo. La atmósfera es menos casual que en los dos casos anteriores pero igualmente relajada e ideal para degustar buenos vinos.
Para los que aún no se hayan saciado, un as en la manga para un final de fiesta perfecto: 'L'ànima del vi' (Carrer dels Vigatans, 8). Benoit y Nuria forman la alianza catalano-francesa responsable de este local vintage, que solo y únicamente trata con vinos naturales. Comida con toques gourmet (sus ensaladas son deliciosa y los patés -no hace falta decirlo- también) y una atmósfera que roza la perfección con las dos manos, gracias a una ubicación en una de las calles más tranquilas del Born y a una decoración tan cálida y tan de la vieja escuela que por momentos uno se siente bebiendo en otro siglo. Por cierto, no dejen de probar los champagnes de la casa: va a ser difícil que los encuentre en algún otro lugar de la Ciudad Condal.
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