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Fue en un viaje a Toledo cuando surgió la idea, una de esas escapadas que haces para descansar y vuelves con algo más que con las pilas cargadas. Para las hermanas Barrasa Ramos, Alicia y Marta, fue el origen de su nuevo proyecto: una casa rural. Al principio daba un poco igual el lugar, pero finalmente acabaron en el Valle de Jerte, en Cáceres, rodeadas de montañas bañadas por gargantas.
"Mi hermana siempre ha vivido en el campo, llevaba caballos, se separó y todo su sueño siempre había sido tener algo así. Yo también me separé, tengo tres hijos que ya son mayores y pensé: 'Y ahora, ¿qué hago?'", recuerda Marta sentada en uno de los sofás del salón (Alicia no está, ha tenido que viajar a Madrid). Y de este modo fue como hace cuatro años y medio se fueron juntas a Toledo y después de pasar unos días en uno de esos alojamientos con encanto, regresaron con el runrún en la cabeza de buscar una casa y montar algo parecido.
Encontraron una vivienda de 1810 en Jerte. "La compramos y la tiramos entera por dentro, excepto los elementos originales: la piedra y la madera", explica orgullosa y, de paso, aclara que esa madera es de castaño del bosque centenario que crece cerca del pueblo. Y son esos elementos antiguos y una hermosa chimenea –que las dos hermanas consideraron imprescindible– lo que aporta la calidez que transmite 'De Aldaca Rural'.
Según se entra, la casa se abre al visitante con unos techos altísimos que aumentan esa sensación de amplitud. El salón –tan inesperado como el tesoro de la cueva de Alí Babá tras una sencilla entrada– es lo suficientemente grande como para garantizar el descanso y pasar un buen rato a todos los huéspedes juntos en el mismo lugar, si lo desean, sin molestarse los unos a otros en unos sillones enormes, tres de ellos hechos a medida para un reposo holgado.
Marta, de risa fácil y sonora, habla pausadamente y se mueve con la misma gracia y elegancia que destila la decoración de la casa, como si se hubieran vestido juntas o al mismo tiempo. De hecho, las esculturas que salpican la residencia han sido talladas por ella en Alemania, país donde vive habitualmente. Y hay más: "Algunos muebles son de mi casa de Hamburgo; otros son de Asia, comprados en un anticuario, como el baúl del baño, que es de Indonesia. Y también hay muchas cositas traídas de viajes".
Pero pasemos a las habitaciones. Si en cada rincón del alojamiento se adivinan los cuidados delicados de las hermanas –que colocan flores frescas cada día, por ejemplo–, en los dormitorios no iba a ser menos. Son cinco y cada uno lleva el nombre de un pájaro de los que habitan en el jardín: Mirlo, Herrerillo, Colirrojo, Verderón y Cigüeña. Cada una de las estancias con sus colores y sus muebles personalizados, con una gracia diferente que nada envidia a la de la otra; o quizá sí, porque los balconcitos de dos de los cuartos ofrecen un amanecer mirando a las montañas, con el sonido del río al fondo y el trinar de los pájaros, que no tiene parangón. Eso sí, hay algo que se repite en todas: unas gigantes camas king size para perderse y dormir a pierna suelta.
Todo ocurre en un lugar solo para adultos y no porque aquí se tenga algo en contra de los más pequeños de la casa, es que simplemente a veces uno necesita desconectar. "Si tienes hijos es necesario irte de vez en cuando con tu pareja. Lo hemos puesto todo para venir a desconectar, a relajarte, a sentarte delante de la chimenea, a descansar de la vida", argumenta la dueña su concepto de only adults. Además, muchas de las esculturas, los cuadros, los libros o los pequeños detalles exigen de cuidado al moverte, sumándole encanto a este alojamiento iluminado con luces bajas pensadas para parejas viajeras o lobos solitarios.
En esta casa rural, como en todo buen hogar que se precie de serlo, se rinde pleitesía al desayuno, servido en un comedor que se abre a través de un ventanal a un patio. Es copioso y apetecible: zumos naturales, quesos y embutidos de la zona comprados en Plasencia, fruta, yogur, cereales, etc. En fin, todo lo necesario para un desayuno completo y equilibrado. Para las cenas, además, ofrecen platos fríos –embutidos, quesos, ensaladas– pero si os apetece algo caliente, cerca del alojamiento y enfrente de una pequeña ermita, el restaurante 'La Tenería' tiene una carta variada y bien cuidada.
Dan ganas, después de todo lo contado, de huir del mundo encerrándose durante unos días aquí, aunque (¡avisamos!) el entorno de la zona invita a salir y a empaparse de naturaleza. Y no solo cuando el valle se pinta de blanco con la floración de los cerezos, también en cualquier época, para aprovechar el agua que suena incluso en las calles del pueblo. La Garganta de los Infiernos queda a apenas dos kilómetros de Jerte y merece patearse la reserva para conocer, entre otras maravillas, los famosos Pilones.
En el pueblo, la arquitectura de madera vista de las casas y los soportales de la plaza remontan al viajero a otros siglos, como la torre de la iglesia, que se mantuvo en pie tras el incendio de 1809, cuando las tropas napoleónicas quemaron la villa y estuvo ardiendo durante una semana.
Y cuando uno termina casi reventado tras conocer la comarca, la mejor opción es regresar al calor de la chimenea o a la vista de las montañas, al silencio y a la calidez de 'De Aldaca Rural', que al final aporta todo lo que uno le pide a una escapada planificada para dejar atrás la ajetreada rutina: un escondite donde desconectar.
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