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Hace año y medio que Rogelio y Alfonso cambiaron su Holanda natal por el sol de Granada y el estilo de vida andaluz. Cogieron las maletas con su hijo David y se instalaron en Dúrcal, en pleno valle de Lecrín, un pequeño paraíso natural a las puertas de las Alpujarras y a tan solo 25 minutos de la Alhambra. Allí comenzaron su sueño: reconvertir las viejas casas rurales de 'El Valle' en un pequeño edén con piscina, placas solares, huerto ecológico, sauna y hasta un observatorio privado a disposición de los clientes.
"Aquí se detiene el tiempo", cuenta Rogelio, mientras camina entre las palmeras, limoneros y naranjos que envuelven las zonas comunes y cuya sombra se agradece en las horas más calurosas del día. En total, cuatro casas forman este particular 'Valle': tres pequeñas con capacidad para 2-4 personas y una más amplia de dos plantas para alojar hasta ocho huéspedes, todas con terraza privada y bautizadas con nombres de árboles: limonero, laurel, olivo y pino azul.
Cada casa está situada a una altura distinta, lo que a primera vista te hace sentir como si estuvieras prácticamente solo, apenas te cruzas con nadie. "Es algo que se agradece en estos momentos en los que la gente busca huir de las masificaciones", explica el holandés, que desde que comenzó la crisis del Covid 19 vio cómo sus clientes, principalmente holandeses, británicos y franceses, cancelaban de pronto todas las reservas tras la imposición de las cuarentenas. Suerte que los españoles ocuparon rápido las plazas.
La primera impresión al llegar a este vergel siempre es buena: basta con aparcar el coche frente a la recepción y asomarte por la barandilla para ver a vista de pájaro un refugio que invita al completo relax. Cada recoveco tiene su encanto, dentro y fuera de las casas. "Cuando llegamos le dimos un buen lavado de cara a todas las estancias. Todas están reformadas", comenta el holandés, cuya vivienda privada linda con los alojamientos. Cambiaron todo el interior de las casas –que desde hace 20 años ya funcionaban como alojamiento rural– y crearon unas espaciosas zonas comunes donde los toneles de madera, la cerámica andaluza, los sillones de mimbre, las fuentes y la verjas de forja se fusionan con los frutales, un pequeño jardín de cáctus y otras muchas plantas en macetas de barro.
Además de una refrescante piscina, cuentan con una zona de barbacoa, donde Alfonso ofrece verduras del huerto familiar, desde un calabacín blanco gigante, a unos tomates recién cogidos de la mata o unos apetecibles pepinos. Otros espacios invitan a un desayuno al aire libre –te lo sirven previa petición–, a una lectura relajada con el único sonido de las chicharras o a un gin-tonic mirando el atardecer. Dentro de las casas, muebles antiguos, chimenas de leña, camas confortables, cocinas de madera totalmente equipadas y ese toque tan rural que va en sintonía con el entorno en el que se encuentra. También tienen sauna, aunque este año debido al virus, permanece cerrada. "Ya tenemos la sauna fuera", bromea el holandés.
La ubicación del alojamiento es otro plus. A Granada se llega en 20 minutos por la A-44, la misma autovía que en dirección contraria te lleva en tan solo media hora a las playas de Salobreña, Motril, Almuñecar y La Herradura, pasando por el estimulante paisaje del embalse de Bréznar y sus presas. El famoso pueblo de Lanjarón se encuentra a 20 minutos mientras que a Capileira, en pleno corazón de las Alpujarras, hay que dedicarle una hora de trayecto, el mismo tiempo que a Sierra Nevada. "Desde aquí podemos ver el Pico del Caballo, que suele tener nieve hasta mayo. Es una vista preciosa", comenta Rogelio, que sigue observando los paisajes que le rodean con tanto asombro como el primer día que llegó aquí.
Tampoco hay que irse muy lejos del alojamiento para sumergirse en plena naturaleza. A los pies de los apartamentos discurre el río Dúrcal, del que parten varios senderos que te llevan a paisajes llenos de pozas, cataratas, cuevas y puentes de madera en pleno valle. Tambien es posible caminar hacia otros pueblos de la zona, como Cozvíjar y Conchar; o acercarse a ver el puente de hierro más famoso de Dúrcal, conocido allí como el puente de "lata". Construido en Bélgica por un discípulo de Eiffel, se inauguró en 1924 y se convirtió en la época en una de las obras de ingeniería ferroviaria más importantes de España.
Pero si hay un plan que hace aún más atractiva la experiencia en este pequeño paraíso rural ese es su observatorio astronómico privado, únicamente accesible para los clientes de las casas por un precio adicional de 10 euros por adulto y 5 por niño. Pertenece a Paco Ortiz, el antiguo propietarios de 'El Valle'. Es él mismo el que explica a niños y mayores el apasionante mundo del universo al que se enganchó desde muy joven. "La primera vez que compré un telescopio fue en 1994. Quería ver el impacto del Cometa Shoemaker-Levy 9 sobre Júpiter", comenta Paco. "No logré ver nada", recuerda con pena.
Paco no se desanimó en absoluto, y ese día, el 24 de julio de 1994, marcó un antes y un después para el granadino. En 2003 compró el telescopio Smith Cassegrain de 10 pulgadas que supera los 100 aumentos y que hoy permanece en el alojamiento. "Nuestra posición es 37 grados Norte y 3 grados y 36 minutos Oeste", comenta Paco. Una situación que nos permite observar con detalle los cráteres de la luna, Saturno y sus anillos, y Júpiter con sus cuatro lunas bien alineadas. Javier Flores, su compañero en la Asociación Astronómica Granadina, le ayuda con las explicaciones. Con un potente láser verde señala la estrella polar, la osa menor y otras constelaciones que quedan algo escondidas por la potente luz de la luna, casi llena.
Si la noche lo permite, es posible incluso ver a través del telescopio una estrella ya apagada, cúmulos estelares y hasta algún cometa que queda inmortalizado en la cámara de Javier. La visita se ameniza con bebida y unos snacks, y la noche se alarga entre conversaciones que cruzan fronteras interestelares y sueñan con llegar a Marte.