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Para llegar hasta 'La Huella' hay que atravesar un camino de tierra de un kilómetro y medio entre pinos piñoneros, carrascos y sabinas, bajo la atenta mirada de las gaviotas, garcillas bueyeras y algún que otro halcón peregrino que habitan el espacio protegido. Tras pasar una puerta azul, cruzar el jardín y soltar las maletas, estás en casa. Y en cuanto te dejas caer en alguna de las tumbonas para observar el sol ponerse por el océano junto al faro de Trafalgar, estás en el paraíso.
'La Huella' lleva tres años en pie y es resultado del trabajo incansable de Susana García, nacida en Sevilla, pero fanática de Los Caños de Meca desde pequeña. Tanto, que en todo momento supo que era un buen lugar para quedarse, por lo que, en el 2000, decidió comprar un terreno y construir una casa que alquiló durante más de una década. "Me enamoré porque venía de una ciudad y llegué aquí y me encontré con que podía tener una vida muy campera al lado del mar, que para mí es lo más. Así que me puse a jugar a las casitas", bromea al confesarnos que, en principio, nunca pensó en lanzar un negocio en Los Caños, sino que más bien fue fruto de la casualidad.
De hecho, durante muchos años trabajó en hostelería en varios países de Centroamérica y Suramérica y la idea inicial era montar algo en Costa Rica, donde residió un largo periodo de tiempo. Sin embargo, por cosas de la vida, hace cuatro años regresó de su periplo latinoamericano y se quedó en Los Caños. A la casa que ya había levantado se le sumaron otras cuatro cabañas que fue haciendo ella misma con la ayuda de su hermano y un amigo. "Nos pusimos con la maderita y la pinturita y a trabajar sin parar. Quería algo sencillo y rústico, siempre pensando en que pudiera llevarlo yo sola".
El resultado no deja lugar a dudas: los sueños se cumplen si hay esfuerzo y cariño detrás. Tan solo hay que echarle un vistazo al patio, donde brotan distintos rincones independientes de relax con sillas y camas para compartir en pareja o a tu bola. Todo ello rodeado de detalles y más detalles, como las cortinas que tejió Susana con una amiga, las coloridas telas marroquíes, las incontables flores y plantas, las mesitas y, por supuesto, el altar de Buda que te ayudará a alcanzar el nirvana. Hasta hay un huerto que, cuando es temporada, se llena de tomates cherry, pimientos y berenjenas que los propios huéspedes pueden utilizar para cocinar. "En julio, vuelan los limones para los mojitos", asegura la dueña.
Sin pretensiones, pero con mucho gusto, 'La Huella' se sirve del entorno en el que se encuentra para encajar como un puzle con el visitante que llega con ganas de echar el freno unos días y no enterarse de nada, a excepción de lo que le cuenten los árboles y los dos periquitos del jardín que amenizan la tarde a cualquiera.
Eso sí, no es oro todo lo que reluce. Hace unos días, el amor que surgió entre ambas aves le rompió el corazón a Manoli, la periquita veterana del alojamiento, que se marchó para no volver. "Íbamos a buscarle un marido porque se le murió el anterior, pero para no dejar a uno solo en la tienda cogimos a la pareja, y mi Manoli se escapó", lamenta Susana, medio en broma medio en serio. Porque menuda debía ser la Manoli. Seguro que ya había sido testigo varias veces de las amistades que se entablan alrededor de esa piscina que parece que brilla en medio del patio, pidiendo a gritos un chapuzón. Es habitual que surjan conversaciones relajadas entre desconocidos que comparten cervezas y aperitivos y, si se da, quizás alguien se anime a tocar algún acorde que otro. Para algo estás en la tierra del flamenco.
En 'La Huella' solo hay tres normas: hay que ser cuidadosos con el consumo de agua –como en todo Los Caños de Meca–, los perros solo se admiten en los dos alojamientos que tienen un espacio independiente y no están permitidos los niños. Todo con un objetivo: que todo fluya sin molestar ni ser molestado (salvo que uno quiera). "No es que rechacemos a los niños, pero esto es muy rústico, no es muy grande y es más cómodo para el parejeo o, en todo caso, grupos de amigas y amigos. No es muy compatible con el ambiente familiar", apunta Susana.
Las cabañitas siguen esa línea: hay tres para dos personas –con posibilidad de meter una cama extra–, que comparten cocina; un estudio con un jardincito encantador y cocina autónoma; y la veterana, su antigua casa, que cuenta con dos habitaciones, dos plantas y todos los servicios, pensada para las estancias más largas. Todas tienen su espacio independiente que les da un toque de intimidad y están decoradas de forma sencilla y acogedora. Salir al porche a leer y respirar ese aire del parque natural es un regalo para la mente.
"La gente se va muy contenta. Hay alguno que llega un poco desorientado porque es un sitio en medio de la nada, dentro del parque natural, algo muy difícil de conseguir, pero al día siguiente ya les ves con la cara cambiada y una sonrisa de oreja a oreja. Como que, de repente, ya lo han entendido todo", celebra. Solo hay que ir para comprobarlo. Quién sabe, quizás te conviertas en uno de los "reincidentes" –como los llama Susana– que cada año regresan a 'La Huella' para cuidar el espíritu entre periquitos.
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