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Hay un edificio en el número 10 de la calle Quart, en pleno corazón de Valencia, que no pasa desapercibido: el 'Palacio de Rojas'. Su fachada amarilla de estilo neoclásico, plagada de pequeños balconesy toldos a rayas, enmarca dos grandes puertas de madera de tres metros de altura que sobrecogen. Cruzarlas promete más sorpresas: en el hall, la vista se eleva a los techos bicolores con molduras, mientras te reflejas en los modernos espejos que combinan con retratos antiguos en las paredes.
Varias esculturas de cabeza de caballo recuerdan que justo aquí se hallaban las cocheras y las caballerizas de este palacio construido en 1870. Don Cristóbal Almela Ferrer, su primer propietario, fue un gran aficionado a los corceles y cada vez que entraba a su palacio podía saludar a su Galán y Noble, los favoritos. Hoy, el suelo de los establos se ha sustituido por el mármol blanco que varias alfombras cubren para aportar calidez al espacio. Poco queda del interior original de este palacio del siglo XIX que presumía de grandes lámparas de araña, muebles isabelinos y hasta un jardín frondoso con estanque y cascada.
En la sala de lectura, los libros se amontonan en una estantería junto a antiguas máquinas de escribir, sombreros, sofás de caprichosos tapizados y grandes plantas con macetas de mimbre, mientras en las paredes lucen fotos en blanco y negro y antiguas portadas de revistas. En las vitrinas, varios objetos orientales recuerdan que un integrante de la familia fue virrey de Filipinas. Un saloncito acogedor donde hojear una guía de la ciudad o conectar tu portátil, mientras tomas algún refresco que puedes coger de forma gratuita en la sala contigua.
En la recepción espera Miriam Calvo, una valenciana que fue la encargada de recibir a los primeros clientes en 2018. Comenzó como recepcionista y ahora es la directora de este hotel de 24 apartamentos que ocupan las antiguas viviendas de la familia Díez de Rivera y Almela, que aún conservan la propiedad del palacio. "Las habitaciones tienen entre 40 y 90 metros cuadrados y hay apartamentos para familias de hasta 9 personas", explica Miriam. También hay dúplex, lofts y áticos con terraza privada a los que se accede por el edificio anexo de pared rosada que ocupa el consulado italiano.
Otro punto fuerte de este alojamiento tan singular es su situación: situado en pleno barrio del Carmen, junto a la iglesia de San Nicolás, la plaza del Tossal y las Torres Quart, tan solo 10 minutos a pie separa el palacio de lugares tan icónicos como la plaza del Ayuntamiento o el Mercado Central. "A ubicación no nos gana nadie", dice orgullosa Miriam, antes de recibir a una pareja de huéspedes de Holanda, el país que más visita este alojamiento.
La decoración de los apartamentos transmite una atmósfera desenfadada que invita a tirarse en el chaise longue del salón, coger un libro o prepararte un café sin extrañar tu propia casa. Destacan las paredes de papel pintado que te zambullen en plena selva; la escalera de caracol de hierro forjado que te lleva al piso de arriba; los muros de ladrillo visto que contrastan con las paredes grises salpicadas con cuadros dispuestos de manera desordenada y los muebles de diferentes estilos que dan a la estancia un aire ecléctico.
Los baños, muy amplios, ofrecen amenities de L'Occitane's, mientras en la mesa del salón, bañada por la luz natural que se cuela por una gran cristalera, siempre espera un detalle dulce de bienvenida. En la cocina –más neutra si lo comparamos con el cromatismo del resto de la estancia– no echarás nada de menos. Y en las habitaciones de mayor tamaño, las camas distribuidas en diferentes alturas se convierten en un inesperado juego para los más pequeños de la casa.
Pared con pared, los desayunos del hotel se sirven en el 'Papagayo del Carmen', un restaurante que nació inicialmente para dar servicio a los huéspedes del hotel y donde hoy puede comer o cenar gente que no esté alojada. Su salón es de estilo british, con paredes de intenso verde inglés, sillas aterciopeladas, porcelanas italianas y espejos dorados.
La carta apuesta por la fusión asiática con producto local y de kilómetro cero, con platos como la lasaña de wanton con queso de cabra, oreja de judas, salsa de chipoltle, verduras al wok con especias indias y bechamel de cardamomo; el queso cassoleta con papagayo masala, achicoria, curri y arroz basmati; el pollo a baja temperatura, con arroz frito, verduras al wok, nueces caramelizadas y pad thai; o el salmón a baja temperatura confitado con pepino compresado, aceite de eneldo, mahonesa de yuzu y caviar de trucha.
Como postres, proponen la panacota con mango y petazetas o la chocolaterapia, una tarta con base de galleta oreo, helado de chocolate puro, bizcocho deshidratado, chocolate blanco asado, nata ligeramente salada que intensifica el chocolate y virutas de mousse deshidratado. Una bomba dulce para los más golosos.
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