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La imagen del camping ha evolucionado en nuestro país a un ritmo incesante desde los años 70. De aquel cuadro costumbrista que lo establecía como lugar de reunión en verano al que uno llegaba con una tonelada de repuestos, víveres y herramientas, y en el que se instalaba como podía, se ha pasado a una nueva criatura: una que ofrece todos los servicios imaginables y unos cuantos más. Desde el supermercado bien provisto, al restaurante con estilo; del wifi al aire acondicionado: todo aquello que uno necesita al huir de la civilización para sentir que, en realidad, no se está perdiendo nada.
"Estamos a unos metros de la playa, la brisa es agradable, nunca hay demasiada gente y acabamos de abrir nuestro propio restaurante", resumen Mercedes Martín y Laura Más, que gestionan el 'Miramar'. Su proyecto soñado se encuentra en Montroig, a pocos kilómetros de Tarragona y a poco menos de hora y media de Barcelona. Basta con llegar al edificio que hace las veces de recepción para entender –neón mediante– que el camping persigue una elegante forma de modernidad.
Lo de "a unos metros de la playa" no es una forma de hablar: es literal. "Estas playas son públicas, pero siempre hay espacio de sobra porque normalmente están vacías. Es un sitio extremadamente tranquilo", cuentan sus responsables durante un paseo por el camping, en el que caben 900 personas (aunque la ocupación estos días está muy por debajo de esas cifras, lo cual hace la experiencia aún más cómoda) y que cuenta con dos áreas diferenciadas y un plan de futuro muy definido.
En un rincón de las instalaciones, se encuentran las caravanas vintage: una veintena en total. Están frente a la playa y hasta las más pequeñas disponen de una cama grande, nevera y una barbacoa situada frente a la propia caravana, justo al lado de una mesa de madera: el conjunto perfecto para una noche de verano, pero aún más perfecto para una noche de otoño. "En verano se está bien, pero lo de octubre es otra cosa", cuenta Martín con la seguridad de la que conoce muy bien el terreno: "La temperatura es suave, hay muy pocas personas, con lo que uno podría llegar a pensar que el camping es todo para él y todo funciona con la misma efectividad que en verano".
Todo en esa parte del camping está pensado para funcionar casi como uno de esos jardines de alma zen: colores pasteles, tonos suaves y la sensación de estar caminando por American Graffiti o Peggy Sue se casó. Un paisaje de cariz setentero, para los amantes de las caravanas de corte clásico, cuyo encanto es innegable. "Nos gustan mucho, ya no solo por su aspecto y la comodidad sino porque nos diferencian de otras propuestas y ayudan a crear una identidad, una hoja de ruta. Nos ayudan a llegar dónde queremos ir", confiesa Más.
El camino parece claro cuando se va por la nueva sección del 'Miramar'. Aparece la madera, unos baños gigantescos con tal lujo de detalles que parece difícil hacerse a la idea de que uno está en un camping. "Podría parecer una broma, pero esto es parte fundamental de la reforma que estamos realizando: nuestros clientes necesitan sentirse seguros, con la certeza de que cumplimos todos los protocolos de seguridad e higiene, y que nos importa mucho su comodidad".
Más adelante, empieza el área de bungalows. Algunos han sido reformados en su totalidad para dotarlos de una decoración acorde a los tiempos que corren. "Hemos preservado su estructura, pero hemos intervenido en todo lo demás: en el mobiliario, en la equipación, en todo". El resultado son apartamentos con todas las comodidades, a pie de playa, en la que caben desde dos hasta seis personas sin problema. Equipados hasta el más mínimo detalle y listos para soportar las inclemencias de cualquier familia. A pocos metros, una suerte de colmado que sorprende por su selección de productos: buena verdura, buenas conservas, buen pan y dos terrazas, para que se pueda disfrutar de un (buen) café.
La última joya de la corona del 'Miramar' es su restaurante, un establecimiento muy alejado de la dinámica funcional en la que uno podría pensar por puro prejuicio, empezando por un edificio de techos altos que da la bienvenida al huésped con una combinación de elegancia y un toque casero. 'La mar salada' es un sitio para comer, y para comer bien. Si uno va al mediodía, puede meterse un perfecto arroz entre pecho y espalda (el Delta pesa mucho); si uno va por la noche podrá disfrutar de una carta muy equilibrada.
En nuestra visita, tomaron la mesa una excelente ensalada de ventresca con tomate que sabía a tomate (si uno viene de la capital catalana estas cosas no dejan de sorprenderle); unos perfectos calamares a la andaluza (frescos, conviene resaltarlo), una estupenda fideuá al punto de all-i-oli; un pulpo bien cocido, tierno y sabroso. Y –sobre todo– una magnífica lubina al horno, con una buena ración de verduras y una patata espléndida, crujiente y gustosa. Magnífica textura para un examen pasado con nota. Por cierto, si alguien desea rematar la jornada con un postre, que no se pierda el tiramisú.
Las noches en el 'Miramar' sobrepasan con mucho el adjetivo "tranquilas". Es lo que tiene dormirse escuchando el vaivén de las olas a pocos metros de uno. "Queda mucho trabajo por hacer, pero estamos contentas con el resultado. ¿Los clientes? Nos parece que también están muy satisfechos", rematan Más y Martin sin poder evitar una sonrisa.
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