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Ya sea desde las terrazas o los miradores de las siete habitaciones, desde el comedor o los jardines. Este río a ratos verde, a ratos azul o nuboso; en ocasiones provocador para la contemplación y la calma con el suave murmullo de sus orillas; otras amenazante por las crecidas y las lluvias torrenciales, que al final terminan en un puente que le cruza en arco iris, señal de paz. Es el Miño, el río gallego más largo, el cuarto de la península. Casi siempre sereno, ese al que Rosalía de Castro envidiaba: ¡Quén me dera,/ orelas do Miño sereno,/ser un daqués cómaros/que en vós tén asento!
Y todo ello a costa del Sil, para muchos generoso padre de la grandeza de este profundo y hermoso caudal que nace en Fuente Miña, provincia de Lugo, tal y como enseñan en los colegios. Marca la frontera con Portugal y desemboca en La Guardia. A sus orillas suceden milagros, como el cultivo de las viñas que dan origen al Ribeiro. Pero también ofrece aguas calientes, piscinas termales que atrajeron la atención de las culturas más antiguas, antes incluso de que los romanos las pusieran en el gran lugar que se merecen.
Todo esto se piensa asomado a la barandilla de la habitación o de la terraza que esta casa rural, de nombre ‘Gandarela’, ofrece con generosidad. Olga sonríe ante las exclamaciones de las visitas por la belleza del río, de los parajes y de la luz del atardecer; por el acierto en la resolución de la casa, donde aún se nota que los jardines no han tenido el tiempo suficiente.
“Todo lo hemos hecho entre nosotros tres: mi hermano Jorge, Eloy y yo. Estudiamos mucho, le dimos vueltas. Hemos trabajado y reciclado con todo lo que hemos encontrado. Apostamos por la economía circular y sostenible”. Y por afanarse en una historia familiar, humilde, pero que deja rastro en sus protagonistas.
Son más que palabras. La joven cuenta que “aquí había unas antiguas bodegas, del siglo XVII. Lo sabemos porque al hacer las obras han aparecido monedas fechadas en 1663 y botellas antiguas, del XIX o antes. Elixir estomacal, de la farmacia Saénz de Carlos, en Segovia. Era famoso hace más de un siglo”, explica mientras atiende sin perder de vista a los dos retoños, una bebe de meses y un trasto que no para de corretear por los jardines.
Lo cierto es que, aunque la posada rural tiene un año largo de vida, salta a la vista que el esfuerzo por integrar en el entorno ya da sus resultados. Y los dará aún más en poco tiempo, cuando la piedra haya sido azotada por los vientos y la humedad del río la vistan de verdín y musgo, imprimiendo la prestancia que dan los años.
El uso de la cantería ha sido premeditado. “Todo es de la zona, la hemos trabajado; igual que la madera, la hemos reciclado. Las cubas de la antigua bodega forran hoy los hidromasajes de los dormitorios o los muebles y estanterías que tenéis alrededor”, apunta Olga.
Entre la recepción, la zona de estar y el comedor, las estanterías recogen el origen del sueño de los hermanos Penedo: la bodega ‘Gandarela’. Porque esta es una casa rural “para enseñar, mostrar y hacer valer esta bodega. Fue creada por mis padres y mis abuelos. Mis bisabuelos ya eran viticultores, modestos labriegos, pero con nuestras viñas de Ribeiro. Mi padre empezó a embotellar a mitad de los años 80. Esto siempre ha sido zona de bodegas y viñas, Carballeda por arriba y Carballeda por abajo. Nos divide la vía del tren”.
Así que sí, este lugar, de habitaciones confortables y amplias, nuevas, pero con gusto -tres con esos hidromasajes que hacen soñar a las parejas-, con muebles encargados a los artesanos de la zona “o directamente atrapados en e-bay”, confirma Olga, nace para promocionar el Elixir de Gandarela o el Ánfora, dos de los caldos que producen y que más les gustan a los tres jóvenes dueños.
Mientras cuentan su historia, el río deja sentir su suave rumor a través de las ventanas o en la terraza. De vez en cuando, un pez salta para atrapar un desdichado mosquito que no ha sido rápido. Mientras, Olga relata cómo se fue a vivir y a estudiar siete años a Madrid, hasta que se convenció de que la distancia de su casa la podía; de que las viñas y el río, la tierra de la que había escapado, no lograba quitarsela de encima.
Claudicó y empezó su plan de regreso. “Decidí que sí, que las bodegas, la viticultura, todo lo que de niña había visto y de joven me había hecho escapar, ahora me encantaba. Estudié comercio internacional y viticultura. Empecé a visitar ferias en Japón, EEUU, Dusseldorf y ví lo difícil que era crear un buen producto y lo que tenemos que trabajar aún, pero me encantó”.
Ni siquiera los malos tiempos de la pandemia, la crisis posterior y, ahora, la guerra de Ucrania en Europa y sus consecuencias económicas les desaniman. Claro que cuenta con su hermano y Eloy, que lideran con ella el proyecto -hay una ampliación en marcha, al fondo de la actual casa rural-, pero hay que tener arrestos.
Lo cierto es que el lugar lo merece. Aunque Ourense es una de las comarcas más despobladas del país, a las orillas de Miño pueden suceder muchas cosas. Desde emprender los senderos de las rutas termales del río que te llevan hasta el pantalán que un par de kilómetros más arriba se cruza, acompañado por los alcornoques, las hayas, los fresnos, los robles que cubren de sombras las orillas o se bañan en las fuentes termales del río, con la vía del tren estrecho y los restos de alguna pequeña central térmica.
O la de apuntarse a la ruta del barco -una hora- que hace el recorrido de las bodegas. “Ribadavia, ya sabéis, uno de los pueblos más hermosos de Galicia, está a muy pocos kilómetros; también podéis salir a cenar muy cerca, ahí abajo, en el mismo balneario, el día que vengáis muy cansados de hacer senderismo, o marchar a comer o cenar a estupendos restaurantes de la zona. Aunque incluso nosotros os preparamos algo de picoteo. ¡Ah!, y no dejéis de visitar el ‘Balneario de Cortegada’, del siglo XIX. Está arreglado, es un lugar maravilloso…”.
Tanto Olga como Eloy se deshacen por atender las necesidades de las visitas con todo tipo de sugerencias. Si eres proactivo, tras el desayuno -pan de masa madre y bollería del pueblo de al lado; zumo de naranja, huevos de gallinas de la zona-, organizar las rutas con ellos es un inicio de la jornada estupendo. Si lo que quieres es vaguear por los alrededores, un paseo hasta la vecina y pequeña iglesia de Santa Maria de Laias es una delicia. Más si las fuentes termales tienen su orilla cubierta con la niebla del agua caliente de la fuente que tiene casi a su puerta.
Pero también puedes dejar el paseo para el atardecer, al regreso de la Ruta circular de San Cibrao de Lás o la de los antiguos molinos. “Y todo a quince minutos del corazón de Ourense”, asegura la anfitriona. Y así es, lo comprobamos. Pero es que también está a poco más de una hora de Tuy y un poco más de la desembocadura del Miño, en La Guardia.
Solo que, al final, puede suceder que cueste mucho salir de aquí; de estas orillas de viñedos ancestrales, donde en cualquier momento del atardecer puede surgir el home-peixe o los xacíos, esos personajes mitad pez y mitad hombre que la mitología de la zona asegura que viven bajo estas profundas aguas.