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“Hay quien prefiere wifi a la calefacción”, comenta entre risas Esther, la joven anfitriona vasca que llegó a este rincón de las Alpujarras granadinas, próximo a Órgiva, para quedarse junto a su pareja y reformar completamente este encantador cortijo. Finalmente, dejaron el wifi, aunque su intención fuera otra. “Eso sí, las casas no tiene televisión”, asegura.
Hasta Pitres se llega después de 45 minutos de curvas en coche, que ha permitido que no hayan florecido construcciones como setas. “Gracias a esto, Pitres (una localidad a 3 km del cortijo) está menos masificada que Capileira o Pampaneira”, otros pueblecitos encantadores de la Alpujarra, que ya de por sí nada tienen que ver con Benidorm. Cada una de las cuatro casas rurales del cortijo tienen acceso, a través de una pequeña puerta, al campo directamente, conectando con multitud de senderos.
El entorno del Valle de La Taha, a medio camino entre el mar y la montaña, es un terreno fértil, donde “al haber acequias todo el año, las flores y la fauna silvestres están por todos lados, encontrando desde hortensias a cactus”. A 500 metros de la Viñuela está Atalbeitar, una de las aldeas árabes mejor conservadas de la Alpujarra alta, sin tiendas ni bares: “recorrer sus calles es un privilegio”. Pero si en algún momento, apetece salir a cenar a dos kilometros de distancia se encuentran “los pintorescos pueblos de Ferreirola y Mecina: en este sí hay algunos restaurantes”.
Raquel, la anfitriona, regenta una pequeña tiendecita junto a las casas rurales y vive en la casa principal. “Tenemos lo básico: arroz, pasta, cervezas, huevos de nuestras gallinas, productos de nuestra huerta, mermelada que hacemos nosotros…”. Piscina, barbacoa, chimenea y un diseño acogedor y cuidado lo convierten en un lugar ideal para escapar estos días.
Dice David, el hermano de Mercedes, la propietaria, que cuando la vuelta ciclista pasó por el Coto Bello en 2010, junto a Villar de Piñeres, los ciclistas se quejaron de que fue un final de etapa muy duro. Sin embargo, en este pueblo de montaña asturiano a 750 metros de altitud, “una de los siete habitantes es una abuela de 105 años que sube las cuestas sin tomar aliento”. Esta altitud, además de dar genéticas poderosas, permite unas vistas maravillosas de todo el entorno. A 25 km se encuentran las estaciones de esquí Fuentes de Invierno y San Isidro, y a 40 minutos se encuentran las playas de Ribadesella, Llanes o Cudillero.
Esta pequeña pero acogedora casita rural de dos plantas te permitirá una desconexión, que en este caso entendemos como “el disfrute de inviernos en los que quedarte aislado junto a la chimenea”, pero eso sí, “hay wifi”. De todas formas, “nada tiene que ver esta zona con la más masificada de Llanes o de Covadonga”, nos comenta David. “En los senderos y en las rutas que pasan por aquí solo te encontrarás con la naturaleza pura”. Por lo que si buscas la Asturias más rural y auténtica, donde aún sube y baja el ganado al pueblo, este es el lugar perfecto para desconectar durante estos días.
Además, los vecinos del pueblo, con una edad media de 70 años, estarán encantados con tu presencia: “Las paisanas hacen bizcochos, te contarán historias de cómo era la vida y el trabajo en las minas antaño, te llevarán huevos…”. Por cierto, la casa y el entorno son ideales para viajar con mascotas. ¿Necesitas un masaje sin moverte de casa? Frente a tu chimenea, un quiromasajista o un fisioterapeuta (según tus necesidades) te harán relajar hasta la última célula de tu cuerpo.
Salimos de la península rumbo a uno de los paisajes más impactantes, vírgenes y diferentes de nuestro país, Lanzarote. La temperatura será el primer factor que te hará olvidar todo lo que tenga que ver con Santa Claus o los Reyes Magos pero aún más lo hará la absoluta descontaminación lumínica que encontrarás en el Parque Natural de La Geria, donde se ubican dos casas rurales de diferentes tamaños, Casa Diama I y II.
Aquí “por las noches no hay más luces que las de las estrellas en el firmamento”, comenta Carlos, el anfitrión. Así que quien venga buscando opciones de restauración cercanas o actividades nocturnas, no encontrará aquí su sitio. “No hay propiedades cerca, lo que garantiza la paz y la energía maravillosa que se generan en este paisaje protegido de La Geria”, explica el propietario.
Ubicada en una zona rodeada por el cultivo de las vides sobre cenizas volcánicas, con las Montañas de Fuego del Parque Nacional de Timanfaya al fondo, esta combinación de mar y volcanes serán tus aliados perfectos para una estancia en la que la desconexión del mundanal ruido es total a la caída del sol (aunque sin prescindir de televisión por satélite y wifi). Durante el día podrás visitar las numerosas bodegas que hay por la zona, el monumento natural de la Cueva de los Naturalistas, la isla, o la obra sin igual de César Manrique… y por la noche “preparar una cena romántica en casa y disfrutar del cielo estrellado con tu copa de vino”.
“Este no es lugar para las nuevas tecnologías”, sentencia Raquel, propietaria junto a Antonio, su pareja, de estos seis alojamientos rurales donde algunos de sus clientes se han convertido prácticamente en familiares. El parque natural del Alto Tajo da cobijo a estas casitas en plena naturaleza a solo unos metros del Salto de Poveda. Las rutas de senderismo, que parten desde la misma puerta de casa son infinitas y en el exterior, nada de ondas de ningún tipo, solo zorros, jabalíes, gamos, corzos, truchas, aves…
Es un lugar ideal para volver a los libros como único entretenimiento frente a la hoguera o simplemente conversar con la familia y los hijos cuando cae el sol, porque durante el día hay infinidad de actividades que organizan desde aquí mismo. Premiados por su labor de turismo activo en la zona (buceo en el río, piragüismo, etc.) y adheridos a la carta europea de Turismo Sostenible, su pequeño bar restaurante que regenta la propia familia es otro de sus platos fuertes con una cocina que aprovecha los productos del terreno como las setas y las trufas en temporada. En el restaurante, abierto al público, preparan magistralmente las migas de pastor con uvas o cerezas, la crema de verdura con boletus, los guisos de costilla con níscalos, los huevos fritos con embutido, morteruelo, ajoarriero con trufa o las albóndigas trufadas con salsa de almendra entre otros.
Aquí sí. Desconexión total. Bienvenido al mundo de los silencios. En esta población “no hay cobertura ni falta que nos hace”, comenta Macu, la propietaria. Es lo que se conoce como “zona de sombra” y toda la aldea es un puro remanso de paz de solo dos vecinos más. En esta casa de labranza de 800 metros cuadrados, del siglo XIXy restaurada por sus propietarios, la paz bucólica de la región de Los Ancares, te desconectará de todo y te conectará con la parte más profunda de una Galicia rural a medio camino entre el Atlántico y el Mediterráneo. La construcción es un típico ejemplo de conjunto arquitectónico tradicional ancarese, una casa de dos plantas en forma de L. En los bajos, cuadras y bodegas y arriba, vivienda y estancias como la Lareira o el ‘Palleiro’, un edificio de dos plantas para almacenar hierba y aperos.
En el centro de su patio cerrado el tradicional ‘hórreo’. El entorno es un canto de ríos, álamos, fresnos, troncos cubiertos de musgo y aldeas donde las charlas con sus gentes despiertan a los viajeros a otros mundos posibles. Tampoco hay televisión en la casa. Se sustituye por la biblioteca, la chimenea, la grata conversación y la estupenda gastronomía tradicional. Todo pensado para que solo te dediques a ti mismo y a dar paseos. Pero tranquilo, Vilaquinte no está en el fin del mundo, sino que pertenece al municipio de Cervantes, y se accede con relativa facilidad: “se puede bajar a las aldeas de abajo del valle en menos de diez minutos”, comentan los propietarios.
Las siete habitaciones de la casa y la posibilidad de hacer rutas muy sencillas por la zona la convierten en un destino perfecto para ir en familia. Además, “los vecinos de la aldea estarán encantados de enseñar a los niños el ganado y la forma de vida de aquí”, explica Macu desde su paraíso de montañas altas y valles profundos donde volver a reencontrarse con uno mismo.
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