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En Navaluenga, en pleno Valle de Iruelas, 'El Hotelito' se despierta cada mañana con el relinchar de los caballos, el canto de las abubillas y el cacareo de sus gallinas "felices", las mismas que dan los huevos frescos que Cándido Ruiz y Christina Aagesen sirven después en un desayuno bufé de lo más revitalizante.
Desde el interior del hotel, los grandes ventanales dan la sensación de que la naturaleza se cuela dentro. "Definimos 'El Hotelito' con una palabra: Agrochic. Agro porque estamos en medio del campo y chic porque hay detalles de buen gusto. Yo soy el agro y Christina el chic", cuenta Cándido entre risas. Él de Madrid y ella de Copenhague, el matrimonio dirige este hotel desde su apertura en mayo de 2011. Y siempre con una sonrisa en la cara.
"'El Hotelito' nace como la realización de un sueño de muchos años, y el origen de todo es el mundo del caballo", explica Cándido, que trabajó durante 40 años en la compañía Air France. "En los años 80 me compré un caballo. No sabía montar ni nada, pero era mi sueño. Después mis hijos, Rodrigo y Guzmán, se aficionaron a montar y cuando cumplieron los 18 años se mudaron a Navaluenga, el pueblo de su madre y mi primera mujer".
Fue entonces cuando este madrileño compró una finca donde construyó varias cuadras para los caballos y donde años más tarde, en 2009, iniciaría las obras de su sueño junto a Christina. "En este hotel todo el mundo es bienvenido, también los animales. Aceptamos desde un canario a un caballo", dice Cándido con convicción, mientras nos cuenta que ellos tienen dos yeguas, Sirenita y Duna, con las que disfrutan saliendo a trotar.
"Hemos intentando que la decoración de los interiores recuerde al mundo de la hípica utilizando materiales como la madera, el hierro y el cuero", relata el madrileño. Un diseño que también incluye toques modernistas con el cemento pulido de los suelos y la barra, y otros detalles que traen de sus viajes, como una silla modernista comprada en Praga "que es una auténtica obra de arte".
Para Cándido, cualquier elemento referente al entorno tiene cabida en su 'Hotelito': desde los dibujos de aves enmarcados de su amigo el ornitólogo Nacho Sevilla, a las cerámicas de su cuñada Marta Rivas, o los bastones artesanales de madera de avellano y huesos que elabora su hermano, perfectos para salir a hacer una caminata por las sendas que transcurren por toda la reserva natural del Valle de Iruelas.
En el salón, una chimenea de diseño industrial se vuelve la mejor compañía para los días más fríos. Sobre los sofás, varios cojines aportan un aire étnico con sus estampados. Lo mismo que los dos serijos que sirven de asientos decorativos junto a varios troncos de madera. "Los serijos me los hizo mi tío con fibra vegetal y piel de cordero. La gente piensa que son africanos, pero no, son una cosa muy castellana, muy nuestra".
Los troncos que sirven de asiento pertenecen a un gran aliso que estaba en el lugar del hotel. "Quisimos guardar su tronco para mantener su esencia", relata Cándido, al tiempo que se acerca a la ventana y señala con la mano la encina centenaria que crece junto al edificio. "Siempre recomendamos a los clientes que la abracen porque da energía positiva maravillosa".
Al fondo, cruzando las estanterías llenas de libros en diferentes idiomas, guías de viajes y recuerdos personales –la maqueta del Concorde es de los más llamativo–, se encuentra la sala de reuniones, la misma que fue testigo de la convivencia entre Albert Rivera y su equipo de Ciudadanos durante su visita al hotel en 2016 y que la pareja recuerda aún con incredulidad. "No supimos que eran ellos hasta que cruzaron la puerta del hotel, todo tenía un gran secretismo".
Las 12 habitaciones de 'El Hotelito' se reparten en dos plantas, todas con acceso a una piscina que en invierno se mantiene cubierta. Las hay con balcón o terraza, con jardín o con jacuzzi y vistas a las cumbres nevadas. Los precios oscilan entre los 115 y los 175 euros (sin desayuno). "Christina se ha encargado de la decoración de las estancias. De ahí que todas ellas tengan un sello nórdico y un estilo algo minimalista".
Destacan unos bonitos cabeceros hechos de forma improvisada con unos biombos de fibras naturales que encontraron en IKEA, sillas con diseño retro moderno de los años 50, textiles de colores neutros y unos colchones tan confortables que cuesta abandonarlos por la mañana. En los baños, el cemento pulido y la pulcritud de los blancos decoran un espacio lleno de luz natural.
Como experiencia única, 'El Hotelito' ofrece también la antigua casa del Palafrenero, un apartamento de dos habitaciones pegado literalmente a las cuadras que hoy dirige Rodrigo, uno de los hijos de Cándido, donde cría y doma a varios caballos de pura raza española. "Es una experiencia rural completa. Eso sí, el que se aloje aquí debe saber que en plena noche puede escuchar un relincho o al gallo cantar debajo de su ventana", matiza Cándido. "Esto es muy auténtico".
La mentalidad nórdica no solo se palpa en la decoración, sino también en la filosofía de cómo hacen aquí las cosas. "Tenemos muy en cuenta la no injerencia en el entorno y tratamos de ser ecológicos, reciclar todo lo posible y mentalizar al visitante sobre la importancia del cuidado del medio ambiente", aprecia Christina, que recuerda que Navaluenga pasa de ser un pueblo tranquilo durante el año con sus 2.000 habitantes, a ser un destino muy turístico en verano superando los 15.000.
Desde el hotel proponen todo tipo de actividades relacionadas con el entorno natural: desde observación de aves a salidas nocturnas para ver las estrellas, rutas de senderismo, salidas micológicas e incluso actividades acuáticas en el Embalse de Burguillo. "En Navaluenga tenemos uno de los lugares más importantes de anidación del buitre negro", dice orgulloso el madrileño.
Un cartel frente a la recepción dice: "Para la cena, reservar antes de las 18:30. Gracias". La razón: no ofrecen comidas, solo cenas a demanda. "La gente que viene aquí se pasa el día fuera, visita lugares y suele comer en algún restaurante de la zona. Por eso, nuestra oferta gastronómica se dirige más al viajero que llega al hotel cansado y busca picotear algo ligero antes de acostarse", aclara Cándido.
De ahí que en la carta predominen platos para compartir, así como sopas y cremas de temporada. Son ellos mismos los que se ponen el delantal a la hora de cocinar. Ella tiene buena mano con una lasaña donde las acelgas sustituyen a la pasta, con el carpaccio de bacalao y vinagreta; y con los postres y bizcochos. Él borda el guiso de caldereta de cordero. Para no pelearse –gastronómicamente hablando–, ofrecen surtido de ibéricos (lomo, salchichón y chorizo) y surtido nórdico (salmón, bacalao y ensalada de atún).
Y todo acompañado de productos locales, como los vinos de garnacha del Alto Alberche, las cervezas artesanas de Gredos o los quesos de cabra de Elvira García. Porque como defiende Cándido, "nosotros queremos ser el campamento base para que la gente descubra la riqueza gastronómica, cultural y natural que tenemos en la comarca".
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