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Dormir en un antiguo convento tiene su aquel. Pero si encima te cuentan que pasó por disputas entre órdenes religiosas, que fue ocupado por las tropas francesas de Napoleón o que, ya reconvertido en fábrica de harinas, podía llegar a hacer 4.500 panes al día (¡que se dice pronto!), ese aquel se convierte en purita curiosidad viajera. Es lo que ocurre cuando uno pone los pies en la Hospedería Conventual de Alcántara, que la historia de los últimos seis siglos del pueblo cacereño se revela como un libro abierto a través de sus paredes.
Preparar las maletas y huir de los lugares comunes es una de las mejores formas de desconectar y, con ello, cargar las pilas. Por eso, cuanto más sorprendente el destino, más se aleja uno –aunque solo sea mentalmente– de la rutina. Pues llegar a Alcántara, a riesgo de caer en tópicos, es un viaje rápido y alucinante al pasado que suma, además, la tranquilidad de un pueblo pequeño. Para no salir del ensueño que produce el municipio nada más atravesar su magnífico puente romano (declarado Mejor Rincón 2014), escogemos alojarnos en su Hospedería, que es una forma sencilla de evocar otros siglos pero con todas las comodidades del presente.
Cuando uno decide hospedarse en este lugar no solo busca la "tranquilidad, naturaleza, calidad", como explica Soraya Cid Cabello, directora del alojamiento, sino también "vivir la experiencia de alojarse en un edificio emblemático como es la 'Hospedería' para poder descansar".
Primero fue un convento franciscano, el de San Bartolomé de Alcántara, que data del siglo XV. En el centro del alojamiento, esa parte del pasado cobra especialmente importancia en el antiguo claustro, ahora paso obligado para salones, terraza o las escaleras que se elevan hasta las habitaciones. Iluminado, con árboles y el canto de los pájaros, este patio interior alegra el paso de los huéspedes. En el exterior, el hotel está ubicado cerca de un arroyo, rodeado de huertas y terrenos inclinados, con todo los colores de un paisaje que merece especial atención al atardecer cuando juega con las luces para cambiar como un camaleón a verdes oscuros y tostados rojizos.
Un baño en las aguas del Tajo
Es ese entorno natural, entre otros encantos, lo que aprecian los clientes. Cuenta Soraya que "lo que más valoran de Alcántara es que disponen de cultura y naturaleza a la vez; y la posibilidad de hacer rutas y actividades relacionadas con deporte. Algunos de los mayores atractivos de esta zona son el Puente Romano, el Conventual de San Benito o los recorridos por el Parque Natural del Tajo Internacional, que es posible conocer incluso en barco". Y es verdad que ese paisaje modelado por el impresionante Tajo, que no se achica ni un poco en esta región, te baja del mundo en un santiamén y uno se olvida hasta de la existencia de las urbes.
El municipio, que llama a visitarlo durante el clima templado de la primavera o el calor del verano, no deja tiempo para aburrirse durante el día. Al caer la tarde, sin embargo, nosotros regresamos al alojamiento con la promesa de una puesta de sol reponedora y, simplemente, funciona.
Si se visita la zona en verano, recomendamos antes de ver el atardecer, un buen chapuzón en la piscina, ubicada en la antigua huerta, esa que cultivaban los frailes hace siglos no solo para vender sus hortalizas sino también para ayudar a las familias que se acercaban hasta allí en busca de ayuda. Mientras te sumerges en el agua fría y clara resulta difícil recordar que con motivo de la Guerra de Independencia, las tropas francesas se alojaron en el convento y los frailes tuvieron que salir corriendo. Hasta 1812 no pudieron regresar al edificio, que los soldados franceses habían dejado bastante deteriorado. Cuando los monjes perdieron el convento, allá por el siglo XIX, terminó siendo usado para el ganado de las familias alcantarinas.
Ahora, en esta época, la 'Hospedería' es una suma de bóvedas de ladrillos a veces; otras, de vigas de madera, donde lo antiguo y lo moderno –más perceptible en las habitaciones– se dan la mano para poder ofrecer todas las comodidades a sus clientes. Los ventanales de los cuartos se abren al paraje autóctono en medio de un mobiliario sencillo pero actual, alejándote de cualquier inclemencia climática del pueblo, como ese calor que derrite en las horas de la siesta en verano o el frío del amanecer en invierno.
Gastronomía conventual
Cuando se trata de comer o cenar, en el restaurante del hotel "se mantiene la cocina tradicional extremeña con toques innovadores", explica la directora. Después de un día recorriendo la comarca, acabar el día con su gastronomía se presenta como la única opción. "No se ha perdido la esencia de los productos de la zona como son la perdiz, el bacalao, los quesos de aquí, las carnes de caza y deliciosos postres con frutas autóctonas como el Biscuit de Higos". De la cocina conventual arrastramos hasta nuestros días la Perdiz al Modo de Alcántara, que es "el plato más demandado por los clientes de paso junto con el tradicional Rissotto de Langostinos con Torta del Casar".
Sugerencia: Del restaurante pasar a la terraza de la hospedería, que vigila los paisajes cercanos mientras uno despide el día tomándose algo antes de refugiarse en la habitación.
En cuanto a la parte histórica, ahora viene quizás lo más interesante por ser lo más visible y lo que mejor se conserva en el alojamiento. En 1946, el edificio abandonado se recuperó y se instaló allí una empresa de harina y fábrica de luz, es decir, lo que se conoció como Electro-Harinera de Alcántara. La vieja iglesia acogió así cinco molinos y un almacén de cereal. El resto se preparó para que vivieran los propietarios y la instalación de dos hornos en los que hacer pan.
De esa época Soraya nos cuenta esto: "Durante la construcción de la Presa José María de Oriol se producían más de 4.500 unidades de pan diarias. Hoy en día esta maquinaria se mantiene en perfecto estado, sus tres plantas sirven como salones del hotel". Los clientes se encuentran con esta utilería expuesta ya en la entrada del alojamiento y casi evocan, lamentablemente solo con la memoria, ese olor a pan recién hecho.
Poco antes de marcharnos, desayunamos –escogiendo aquí y allá entre una buena variedad de opciones– en el comedor conocido como La Cúpula, la antigua cabecera de la iglesia. Esta maravilla de techos altos y ahora ya con escasas reminiscencias religiosas plantea la última pregunta sobre el pasado del alojamiento: ¿Y cómo llegó a convertirse este lugar en un hotel? Parece ser que la producción harinera se vino abajo y en los años 90 se comenzaron los trámites para rehabilitar el edificio como Hospederías de Turismo de Extremadura, que terminó inaugurando el alojamiento en 2007, afortunadamente para aquellos viajeros que no se conforman con que les cuenten la historia.