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Se suele decir de algo especial que es 'el secreto mejor guardado', sin embargo, sería difícil llamar así a 'Casa Margot', uno de los hoteles más elegantes de Barcelona y –eso seguro– uno de los más singulares desde su apertura (en 2015) gracias a su filosofía minimalista con especial énfasis en la discreción y la creación de un lugar casi zen en mitad de la zona más bulliciosa de la Ciudad Condal.
En 'Casa Margot' son tan discretos que ni siquiera tienen cartel en la fachada. Tampoco ocupan un edificio entero, ni tienen tropecientas habitaciones, ni regalan a los huéspedes los parabienes de una recepción ruidosa. Tampoco son un secreto porque tratar de pasar la noche en una de sus nueve habitaciones es una misión complicada: hay que reservar con mucha (a veces muchísima antelación), por culpa de una clientela fiel como pocas en la Ciudad Condal.
'Margot' ocupa el principal de una de esas fincas que flanquean el (muy) barcelonés Passeig de Gràcia, de espacios diáfanos y luz delicada en los que es complicado no sentirse como en casa. Todo ello acompañado del exquisito escenario dibujado por Sandra Durany (una de las propietarias), que ha decorado el lugar con el gusto del que se ha pateado el mundo un buen número de veces y ha sabido discernir el elemento justo para cada rincón de este hotel.
Las habitaciones grandes, bien equipadas, con gran predominio de madera de olor y textura impecables, provistas de baños con dimensiones que harían feliz a Goliath, y todo bañado en colores blancos, configurando un oasis de matices nórdicos, ideal para olvidarse de los males que acechan en el mundo exterior. Seguramente, uno de los objetivos de este refugio en la jungla de cemento.
La recepción, pequeña pero extremadamente práctica, da la bienvenida a los visitantes con un despliegue de productos de la casa (ecofriendly, obvia decirlo) y de allí Casa Margot se abre a un precioso espacio común con sofás de tenderse un rato y acabar echando una cabezada de larga duración.
Por la mañana, el huésped encontrará una inmensa mesa llena de viandas, en un ejemplo cristalino de que a veces no es necesario llenar cinco pasillos de comida para preparar uno de los mejores desayunos de la Ciudad Condal.
El diseño es la pata más trabajada de Casa Margot y uno podría pasar el día tratando de averiguar de dónde proviene cada silla, sillón, cama y lámpara del hotel: desde los taburetes de Marc Morro (para AOO) a los mantas de Teixidor, pasando por las lámparas de Miquel Milà.
Todo ello pasado por el tamiz de la sencillez, casi un ‘motto’ de la casa, que además acierta (y mucho) permitiendo a los que se alojan en sus dominios comprar todo aquello que han visto: velas, lámparas o hasta mantas quedan a disposición del huésped. Todo ello, faltaría más, exclusivo del establecimiento.
Lo mejor de 'Margot', que lleva ese nombre en homenaje al personaje de Gwyneth Paltrow en Los Tenembauns, la película de Wes Anderson, recordada por su elegancia y discreción (además de por sus bolsos de Fendi y un vestido de Lacoste que obligó a la firma a fabricar patrones con rayas), es la sensación de que es posible crear una atmósfera de paz sin necesidad de recurrir a los trucos de siempre. Seguramente por eso, 'Casa Margot' ya no sea un secreto.
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