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Los nueve alojamientos de ‘Cuevas de Bardenas’ reivindican que otra forma de viajar y alojarse es posible. Las cuevas sirvieron de refugio y de aposento a nuestros antepasados y, en algunos casos como este, siguen cumpliendo esa función en la actualidad. Engancha dormir en una de ellas. Resulta evocador e invita a la reflexión. ¿Para qué acumulamos cosas y de qué vale la riqueza si no dejamos un mundo mejor?
“Solo la tierra y las rocas permanecen”, responde el paleoantropólogo Juan Luis Arsuaga cuando le interpelan sobre esta cuestión. En Valtierra (Navarra), sus vecinos están rodeados de cuevas y, como Arsuaga, tienen claro que hay que preservar el patrimonio natural porque es nuestra mayor riqueza.
El pueblo está situado al abrigo de cabezos y peñas horadados con mucho esfuerzo que, en su día, sirvieron de vivienda. ¿Desde cuándo? Difícil saberlo. Lo que se conoce a ciencia cierta es que en el siglo XIX se utilizaron por vecinos, agricultores y jornaleros. El trabajo precario y la escasez de alojamientos invitaron a ello. Y, desde entonces, hasta hoy.
Eso sí, las cosas han cambiado bastante. En la actualidad en Valtierra hay alrededor de 350 cuevas, pero solo nueve están habitadas. Son las que forman parte del pequeño complejo hotelero ‘Cuevas de Bardenas’. “Hasta los años 60 del siglo pasado el 70 % de los vecinos vivía en ellas, pero se hicieron las casas baratas y tuvieron que salir”.
Rubén Mendi, gerente del establecimiento, comenta que el ayuntamiento intuyó su potencial turístico a finales de los 90 y, de esa chispa, nacieron las nueve habitaciones-cueva de este hotel. Él y su mujer, Anabel Vicente, están al frente desde 2011, encantados de contribuir a preservar este patrimonio tan especial y diferente.
La belleza natural que rodea Valtierra termina de dar forma y sentido al proyecto. Las rutas senderistas o en bicicleta por las Bardenas Reales; la visita a Sendaviva, el parque la naturaleza de Navarra; el castillo de Oliete; los sotos del río Ebro o la silueta mágica del Moncayo son los principales atractivos de los alrededores. “Aquí la gente viene a disfrutar de la naturaleza y en 50 kilómetros a la redonda hay mucho donde elegir”, subraya Rubén.
Adrián y Elsa son de Cantabria y han pasado dos días de su luna de miel por la zona. Se han alojado en la cueva-suite Passion Bardenera. Es la más pequeña, pero sus 25 metros cuadrados dan mucho de sí: cocina americana, bañera de hidromasaje para dos, salón con sofá-cama redondo y la joya de la corona, una gran cama japonesa de madera. Elsa lo tiene claro: “Es donde mejor he dormido en mi vida. Buscábamos un alojamiento diferente y, la verdad, es que no lo hemos podido encontrar más distinto; la cueva es muy acogedora y la experiencia ha sido preciosa”, confirman antes de continuar rumbo.
Toca comprobar sobre el terreno qué tienen de especial estos alojamientos. Lo primero que llama la atención es que no hay dos iguales. En la decoración se han seguido criterios estéticos acomodándolos a las características de cada espacio, pero su estructura no se ha tocado. “Están como las excavaron en su día”, cuenta Rubén Mendi “no sé si ahora un arquitecto las diseñaría mejor”.
El Palomar es la más grande. Las cuatro estancias para acoger a un grupo grande están distribuidas en tres alturas. Anabel recuerda que la excavó un tal Cenón “tirando de pico y pala” y que, originalmente, tenía una superficie de 250 metros cuadrados que se ha reducido a la mitad. En su interior se aprecia con claridad el grosor de los tabiques.
En Alimoche los tres dormitorios están en torno a un gran salón que hace las funciones de recibidor que, a su vez, conecta con la cocina a través de un pequeño ventanuco. Desde ese hueco Anabel explica que la montaña está formada por tierras arcillosas muy prensadas. “Apenas hay rocas, así que no se producen filtraciones ni humedades; además, en la parte alta se han hecho canalizaciones para que haya una buena evacuación del agua de la lluvia”.
La orientación de ‘Cuevas de Bardenas’ es sur y este detalle contribuye a que, en la práctica, casi puedan considerarse viviendas bioclimáticas. La temperatura interior es constante durante todo el año, entre 18 y 21 grados. Frescas en verano y cálidas en invierno. “En el mes de abril es cuando se registra la temperatura más baja porque venimos del invierno y el sol todavía no tiene mucha fuerza, pero en los meses más calurosos hay 20 ºC dentro y, en octubre, se llega a los 21 ”, comenta Anabel. En cualquier caso, hay calefacción pero el aire acondicionado sobra.
Una de las más accesibles, La Perdiz, está preparada para que la utilicen personas con movilidad reducida. Se accede a través de una cómoda rampa sin desniveles, así que es ideal para personas mayores o para familias con niños pequeños.
En cada cueva predomina un color, pero el blanco y el azul son muy protagonistas. Tienen un aire muy marinero. “Utilizamos pinturas naturales transpirables, que se aplican directamente sobre las paredes sin ningún otro tratamiento”, explica Rubén Mendi.
Pero hay excepciones y la estancia denominada El Mochuelo es una de ellas. Está pensada para familias o para un grupo de amigos con ganas de vivir una experiencia troglodita en estado puro. En esta estancia apenas se ha tocado la arcilla y cuenta con una amalgama de colores ocres. Sobrecogen las marcas en las paredes, que se excavaron con herramientas rudimentarias. Sin duda, es la habitación donde más se respira la sensación de cueva con mucha historia detrás. En otras como El Cobachón lo que apetece, con el buen tiempo, es disfrutar de su patio privado con barbacoa y de la amplitud de la cocina. Todas tienen su pequeña zona de relax al aire libre, pero esta es especialmente llamativa.
Curiosamente, no son los españoles los principales clientes de ‘Cuevas de Bardenas’. Rubén y Anabel comentan que “el año pasado alrededor del 75 % de las personas que se alojaron eran francesas; les apasiona el parque natural de las Bardenas Reales y, como ha funcionado muy bien el boca oído, vienen muchos”. Eso sí, en los meses de verano el turismo nacional crece notablemente.
Por las características del alojamiento y de los atractivos naturales que lo rodean, el servicio de restauración es básico. Una de las cuevas cumple la función de recepción, oficina, bar y también se ofrece el buffet del desayuno. “Si el cliente lo pide, se lo llevamos a la habitación”, asegura Anabel.
Pero el espacio no se puede entender como un restaurante al uso. Tampoco hay una demanda para ello. “Si acaso, nos piden algunas raciones de embutidos y quesos para un picoteo informal o que les preparemos el pícnic para pasar el día fuera”, explica. Eso sí, en todas las habitaciones hay un pequeño office con nevera. Y, en Valtierra, restaurantes como la sidrería ‘Bornax’ y ‘El Tigrillo’ para quienes desean una comida o una cena más formal.
En fin, que la gastronomía tiene su importancia, pero no es el principal argumento alrededor del que se mueven los turistas en esta zona. “Lo que buscan, sobre todo, es el contacto con la naturaleza y que cuando regresan a descansar no haya ruidos, que estén cómodos y disfrutando de una sensación de paz increíble”. La misma que transmiten Rubén y Anabel.
‘CUEVAS DE BARDENAS’ - Palomares, 48. Valtierra, Navarra. Tel. 948 843 225.
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