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A una hora de Marbella y poco más de media de Estepona, a Gaucín se llega por una preciosa carretera que parte desde Manilva. En su tramo inicial, los tonos coloridos de las viñas contrastan con el azul del mar. Más adelante, la piedra caliza es la protagonista. Finalmente, son los frondosos bosques que la brisa atlántica ayuda a crecer los que toman el paisaje. Pueblo blanco de urbanismo morisco, tiene un único hotel. Pero vaya hotel.
Es un espacio con equilibrio entre comodidad, elegancia, estilo y sencillez. Su restaurante ejerce de complemento ideal para quienes se adentran en el casco histórico del pueblo, que sirve de entrada oeste al Valle del Genal y sus castañares. 'La Fructuosa' sirve tanto para una escapada romántica como para una excursión gourmet. Incluso para considerarlo como un confortable campamento base desde el que recorrer los preciosos municipios y senderos de la Serranía de Ronda.
"Lo definimos como un art boutique hotel", cuenta, casi susurrando y en un correcto español, Daniel Beavouir, propietario del establecimiento junto a su mujer, la artista Catherine Hunter. Ambos son belgas y se establecieron en Gaucín en 2017. Para llegar hasta este rincón andaluz la pareja ha dado muchas vueltas. Una de ellas al mundo, en velero y durante tres años. Partieron de Francia y llegaron hasta Australia, con calma y visitando "muchísimos países" de los que trajeron anécdotas y recuerdos con los que alargar cualquier sobremesa.
Antes vivieron dos años en Londres, cinco en París, otros dos en Ginebra, ocho en Múnich y siete en Bruselas. Ella siempre se centró en el arte. Él se ha dedicado primero a la industria informática y, más tarde, al sector de los derechos audiovisuales de las retransmisiones deportivas. Finalmente decidieron abrir un bed & breakfast en el centro de la capital de Bélgica hasta que, en 2016, el terrorismo puso la ciudad patas arriba. Pensaron entonces que era el momento rehacer de nuevo sus vidas en un lugar más tranquilo.
Lo encontraron en Gaucín, una decisión nada fácil porque nunca jamás habían vivido en un pueblo. "Ahora, con perspectiva, sabemos que tomamos la decisión correcta", dice Daniel, refiriéndose tanto a su nuevo proyecto como a la vida en la localidad. "Es algo muy diferente: es imposible caminar 50 metros sin hablar con alguien. Todo el mundo se conoce. La gente es muy amable y nos hacen sentir ya parte del municipio", subrayan con una sonrisa en la cara. También ayuda la comunidad extranjera que reside en la localidad (cerca del 20 % de la población) y las de alrededores. Aunque hay mayor peso de ciudadanos británicos, el crisol de nacionalidades es gigante: Perú, Japón, Alemania, Ucrania, Holanda… Muchos de ellos, además, son artistas. De ahí que cada primavera el pueblo celebre el evento ArtGaucin durante varios días, abriendo sus talleres al público y programando actividades culturales.
"La calidad de vida en Gaucín es increíble", insiste una pareja que traslada la hospitalidad del pueblo a su alojamiento, donde han dormido viajeros desde los inicios del siglo XX. Entonces era una pensión con solo tres diminutas habitaciones en las que apenas cabía el colchón. El baño era compartido. Se llamaba La Española, pero en la zona se le conocía como "lo de Fructuosa", porque así se llamaba su propietaria. Abandonado en los años 70, dos madrileños reformaron el edificio en los 90 y rindieron homenaje a la antigua dueña dándole su nombre al alojamiento. Daniel y Catherine lo adquirieron en 2017 e hicieron una nueva renovación del espacio, añadiendo dos casas aledañas que derribaron para crear un pequeño complejo.
La obra, realizada bajo la dirección del arquitecto granadino José María Olmedo, ha servido para crear un espacio cálido, fácil de manejar y con mucha clase. El conjunto de 'La Fructuosa' lo forman ahora media docena de habitaciones, una sala de estudio, un taller artístico, y el restaurante. La vivienda de Daniel y Catherine es la guinda del pastel: una preciosidad con enormes cristaleras en la parte alta del edificio y una panorámica única desde su azotea. Se trata de un espacio que generalmente comparten con los clientes y donde, a veces, celebran pequeñas cenas y eventos privados. Hay cobertura, pero en un lugar así, el teléfono sobra.
De vieja construcción, el hotel cuenta con enormes muros de piedra y arcilla, que ofrecen refugio en el calor del verano y mantienen la temperatura de las habitaciones en invierno. Con la solería original restaurada, cada una de las estancias está repleta de detalles. Han mantenido los objetos originales, en la medida de lo posible, y azulejos procedentes de Marruecos para los baños. Cada cosa está en su lugar, igual que cada dormitorio está dedicado a una temática que le da nombre.
La habitación El Pueblo, por ejemplo, es una gran ilustración de la artista Piluca Soriano, que sirve de punto de partida para una decoración que recrea una pequeña localidad. En Los Almendros, un detalle de un cuadro de Vincent van Gogh sirve de excusa. En Las Aves, una preciosa pajarera de madera, un mueble de una farmacia de La India de 64 cajones –adquirido en Portobello Road– y pequeñas esculturas de pájaros ambientan la estancia. Antigüedades y muebles coleccionados durante los viajes del matrimonio conviven por todo el hotel con las obras de arcilla que Catherine elabora en su taller. Ubicado a pie de calle, ejerce de punto de encuentro con el pueblo –allí da clases de cerámica– y los visitantes, que se acercan a conocer su obra.
Son muchos los turistas que descubren el hotel y su restaurante al interesarse por el trabajo de esta artista, que a principio del siglo XXI se hizo muy conocida en Europa por unas figuras de gallinas que se vendieron por todo el mundo. En los primeros años del 2000 vendía 2.500 piezas al mes. "Fue una locura", recuerda la mujer, que ha repartido algunas de esas aves por el hotel y cuyo trabajo es todo luz y color. "No me fijo en la realidad, me gustan los sueños", subraya mientras explica la maquinaria con la que trabaja y muestra algunas de sus obras, donde destacan bailarinas que juegan con la gravedad y personajes que bien podrían protagonizar cuentos para niños.
La escultura de un simpático hombre sujetando varios globos de colores preside la barra de la cocina donde se realizan los desayunos de los clientes, que originalmente fue una destilería. Fruta de temporada, cereales y una amplia variedad de productos hechos en la casa (cruasanes, pan, mermeladas) sirven para acompañar al café y un té procedente de Londres cada mañana.
En la parte más baja del edificio se encuentra el restaurante (en temporada alta solo cierra los jueves y en invierno solo abre las noche de sábado y lunes, y el mediodía del domingo). En su corazón tiene una vieja prensa de uvas que ha estado ahí "desde siempre", y donde los antiguos dueños de la casa hacían vino antes de la llegada de la filoxera –parásito de la vid– a Málaga, a finales del siglo XIX. Alrededor se despliegan una quincena de mesas sobre suelo de arcilla con calefacción. También una segunda terraza repleta de plantas que en verano aportan frescor y en otoño una infinita gama de colores cobrizos.
En la cocina manda Mariano Ruiz, chef nacido en Benalauría, minúsculo pueblo escondido entre castaños a apenas 12 kilómetros. Trabajó toda su vida en 'La Molienda', un mesón en el que entró de camarero para acabar siendo el cocinero y propietario. Cuando estaba a punto de cerrar por problemas con la propiedad, Mariano recibió la llamada de Daniel. No se lo pensó. "Este es un sitio emblemático en la zona", asegura. Para él fue como fichar por el Madrid o el Barcelona.
Aquí ejerce su sabiduría sobre el recetario andaluz. "Hago una cocina honesta, con la tradición como base pero usando algunas técnicas nuevas", asegura. No usa la plancha. La freidora, casi nunca. Sí hay mucho horno, vapor y cocinados al vacío. Entrecot de retinta de Vejer de la Frontera, presa ibérica de bellota o pierna de chivo a baja temperatura forman parte de su carta. También pata de pulpo asado o risotto de espárragos y limón. Para los entrantes, tablas de queso y bondiola. Y de postre, pudin de algarroba con dulce de leche y helado de turrón.
Entre los vinos destaca Sueños, un petit verdot elaborado en el pueblo por 'Bodegas Cezar'; y referencias de bodegas locales, como '28 Metros' (Benalauría) o 'Mures' (Atajate). Calefacción en el suelo y una chimenea calientan el comedor en la corta temporada fría de Gaucín. La preciosa terraza repleta de colores y especies vegetales es perfecta para ocultarse del sol veraniego, verlo caer al atardecer y disfrutar de los conciertos que cada miércoles, entre abril y octubre, se celebran maridados con un menú conformado por un buen abanico de tapas.
La brisa que asciende desde el Atlántico hace de esta zona una de las más húmedas de la provincia. Lo demuestran la frondosidad de sus bosques y la gran variedad de especies de aves, que atraen a muchos amantes de la ornitología. 'La Fructuosa' es una gran base para ellos y quienes quieren conocer un entorno que acoge lugares como el Cañón de las Buitreras del río Guadiaro y numerosos senderos para recorrer el monte Hacho. O la sierra Crestellina, cuyos picos se elevan a mil metros de altura a apenas 11 kilómetros de la costa. Necesaria escapada desde la hiperurbanizada Costa del Sol con parada y fonda en el oasis llamado 'La Fructuosa'.