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El 'Hotel Llano Tineo' se encuentra en una finca donde el jardín se cuida con esmero para que el césped sea siempre, o al menos en la medida de los posible, el único telar sobre el que se apoyan sus paredes. Los árboles frutales lo envuelven para alegrar la vista y dar buenas sombras. "Cuando compramos el terreno, estaba abandonado, había algunas higueras, pero sobre todo maleza. Ahora están creciendo fresnos y alcornoques", asegura orgullosa María Carmona, que junto a su marido, Manuel Haba, se deja la piel en cada detalle del negocio para que todo esté perfecto. La naturaleza se integra en la casa de tal manera que hasta la piscina es tipo laguna, "sin gresite", para que su color esté más acorde con el entorno.
Cuando María y Manuel llegaron a este rincón extremeño desde Zarautz (Guipúzcoa) soñaban, después de toda una vida trabajando en la hostelería, con una casita de seis habitaciones, donde retirarse tranquilamente atendiendo a unos pocos huéspedes, dándoles el desayuno y la cena. Sin embargo, para que aprovecharan la enorme finca les animaron a que hicieran nueve cuartos, y poco a poco se fueron embarcando en una obra gigantesca a la que puso freno la crisis de 2008 y el banco. "Paramos todo durante un año, pero hasta el constructor estaba tan comprometido con nuestro sueño que comenzó a darnos facilidades y a descontarnos los trabajos que hiciéramos nosotros mismos", recuerda María emocionada. Y así fue como se convirtieron en peones, pintores y decoradores a tiempo completo para que su negocio pudiera salir adelante.
Fruto de estas vicisitudes, cada una de las nueve estancias del hotel es diferente, con su propia esencia y alma. Como reconoce María, "no hay mal que por bien no venga, y eso ha permitido que cada habitación tenga un pedazo del corazoncito que le pusimos al proyecto". Ana Pérez, artista local y mujer del constructor, terminó implicándose con esta pareja y con ellos buscó en mercadillos y tiendas outlet muebles que pudieran encajar con el mobiliario rural; realizó los dibujos que ejercen de cabeceros de las camas; diseñó los apliques de las cortinas; o, entre otras maravillas, le introdujo un elemento floral a la barandilla de las zonas comunes que "marca la diferencia". María sabe y, reconoce con orgullo, la labor especial de Ana, que desde entonces es una buena amiga de la familia.
Están deseando darle una actualización a las habitaciones y a algunas zonas de la casa, porque desde que abrieron a finales de 2010 no se ha renovado la decoración. Aunque la verdadera atracción de esta casa proviene del entorno, con unas increíbles vistas a la sierra en medio del campo, y de la amabilidad de sus dueños, simpáticos sin ser invasivos; respetuosos siendo muy cercanos. Un buen servicio es la clave y ellos tienen claro cuál es la combinación perfecta: "Manuel es pura cabeza, es la parte racional del negocio; yo soy pura emoción", se ríe María, quien presume de haber despedido al 99 % de su clientela personalmente, pese a que tiene un equipo detrás que comulga –y funciona– con la misma política servicial de la casa. "Somos conscientes de que los clientes son los que aportan su granito de arena para que nuestro sueño siga adelante, y eso es de agradecer y la mejor manera de hacerlo es con una buena atención", concluye tajante María.
Por estas mismas razones, lleva seis años haciéndose cargo de la cocina porque las necesidades de sus huéspedes son los primero y a través de la mesa se atiende una de las más importantes. Ella misma pregunta por las mañanas cómo deseas completar tu desayuno (huevos fritos, revueltos o fritos, por ejemplo), que se acompaña de otros productos caseros como los yogures, los bizcochos también hechos en casa o el embutido de la zona.
Por si la imagen de la sierra sobre la comarca, el aroma de la noche o la tranquilidad del alojamiento no fuera suficiente, en el momento de la cena, llega una de las mejores sorpresas del día: si es verano, en la terraza, apenas iluminada por el cielo estrellado y con los grillos y la cascada de la piscina como banda sonora. Si es invierno, en el comedor, con el crepitar del fuego en la chimenea. Y en el plato, los guisos de las manos hábiles de la propietaria. No se puede pedir más.
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